Porque Socialisamos
dejo_105 de Octubre de 2014
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Albert Einstein - ¿Por qué socialismo?
Monthly Review, Nueva York, mayo de 1949.
¿Debe quien no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar
sobre el socialismo? Por una serie de razones creo que sí.
Permítasenos primero considerar la cuestión desde el punto de vista del
conocimiento científico. Puede parecer que no haya diferencias
metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los
científicos en ambos campos procuran descubrir leyes de aceptabilidad
general para un grupo circunscrito de fenómenos para hacer la
interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea
posible. Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen. El
descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil
porque la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por
muchos factores que son difícilmente evaluables por separado. Además, la
experiencia que se ha acumulado desde el principio del llamado período
civilizado de la historia humana —como es bien sabido— ha sido influida y
limitada en gran parte por causas que no son de ninguna manera
exclusivamente económicas en su origen. Por ejemplo, la mayoría de los
grandes estados de la historia debieron su existencia a la conquista. Los
pueblos conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la
clase privilegiada del país conquistado. Se aseguraron para sí mismos el
monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de entre
sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la educación,
hicieron de la división de la sociedad en clases una institución
permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a
partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su
comportamiento social.
Pero la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte
hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen llamó «la fase
depredadora» del desarrollo humano. Los hechos económicos observables
pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no
son aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del
socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase
depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado
actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.
En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La
ciencia, sin embargo, no puede establecer fines e, incluso menos,
inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer los medios con
los que lograr ciertos fines. Pero los fines por sí mismos son concebidos
por personas con altos ideales éticos y —si estos fines no son endebles,
sino vitales y vigorosos— son adoptados y llevados adelante por muchos
seres humanos quienes, de forma semi-inconsciente, determinan la evolución
lenta de la sociedad.
Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos
científicos cuando se trata de problemas humanos; y no debemos asumir que
los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse en las
cuestiones que afectan a la organización de la sociedad. Muchas voces han
afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana está pasando por una
crisis, que su estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de
tal situación que los individuos se sienten indiferentes o incluso
hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Como
ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal. Discutí
recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de
otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia
de la humanidad, y subrayé que solamente una organización supranacional
ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a eso mi visitante, muy
calmado y tranquilo, me dijo: «¿Por qué se opone usted tan profundamente a
la desaparición de la raza humana?»
Estoy seguro de que hace tan solo un siglo nadie habría hecho tan
ligeramente una declaración de esta clase. Es la declaración de un hombre
que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y que
tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo. Es la expresión de
la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la
actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?
Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con
seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy
muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos son a
menudo contradictorios y obscuros y que no pueden expresarse en fórmulas
fáciles y simples.
El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser
solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que estén más
cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar
sus capacidades naturales. Como ser social, intenta ganar el
reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus
placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones
de vida. Solamente la existencia de estos diferentes y frecuentemente
contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y su
combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede
alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la
sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones
esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que
finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el
cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la
sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su
valoración de los tipos particulares de comportamiento. El concepto
abstracto «sociedad» significa para el ser humano individual la suma total
de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas
las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar,
sentirse, esforzarse, y trabajar por sí mismo; pero él depende tanto de la
sociedad —en su existencia física, intelectual, y emocional— que es
imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la
«sociedad» la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de
trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su
pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los
muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la
pequeña palabra «sociedad».
Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad
es un hecho que no puede ser suprimido —exactamente como en el caso de las
hormigas y de las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las
hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el más pequeño
detalle, los instintos hereditarios, el patrón social y las correlaciones
de los seres humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la
capacidad de hacer combinaciones, el regalo de la comunicación oral han
hecho posible progresos entre los seres humanos que son dictados por
necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones,
instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones
científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica que, en
cierto sentido, el hombre puede influir en su vida y que puede jugar un
papel en este proceso el pensamiento consciente y los deseos.
El hombre adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una
constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable,
incluyendo los impulsos naturales que son característicos de la especie
humana. Además, durante su vida, adquiere una constitución cultural que
adopta de la sociedad con la comunicación y a través de muchas otras
clases de influencia. Es esta constitución cultural la que, con el paso
del tiempo, puede cambiar y la que determina en un grado muy importante la
relación entre el individuo y la sociedad como la antropología moderna nos
ha enseñado, con la investigación comparativa de las llamadas culturas
primitivas,
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