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Posthumano

cristhian0117 de Febrero de 2014

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FUNCION LENGUAJE

CyborgAunque ya son moneda corriente y han perdido parte de su impacto, las noticias sobre innovaciones tecnológicas han desbordado la imaginación del más febril de los escritores de ciencia ficción. Hace algunas semanas trascendió que en la Universidad de Tokio han desarrollado un robot controlado por insectos, que una compañía inglesa había creado un "hombre biónico" 70% humano con órganos artificiales y sangre sintética, y que la Marina de Estados Unidos se encontraba abocada a la creación de un aparato con sentido del olfato. Unos días antes se supo de un proyecto para reconstruir el genoma de un Neanderthal, y también que en la Universidad de Cambridge se estaba trabajando sobre protocolos matemáticos que hicieran posible la teletransportación. Todo esto ocurrió en menos de un mes, a principios de 2013, y representan apenas una mínima muestra de los alcances actuales en los campos de la biotecnología y la tecnociencia.

Publica El País (Uruguay)

Por Álvaro Buela

No hace falta ser filósofo para caer en la cuenta de que esas transformaciones han socavado las bases de conceptos históricamente absolutos e inamovibles, como "naturaleza" o "ser humano", y de que hemos ingresado en una era donde la ambición y el poder de la tecnología han trascendido el deseo de conocimiento de esos conceptos para intentar además su manipulación. Según preanunció Jeremy Rifkin en El siglo de la biotecnología(1998), "Las revoluciones en genética e informática están llegando juntas como una verdadera falange científica, tecnológica y comercial, una poderosa nueva realidad que tendrá profundo impacto en nuestras vidas en las próximas décadas". Ya inmersos en esa "nueva realidad" a velocidad de vértigo, cuando el razonamiento analógico ha sido desplazado por el ser digital y el genoma de cualquier ser vivo puede clonarse o modificarse, corresponde preguntarnos qué es, hoy, "lo natural"; qué es "ser humanos".

FAUSTO Y PROMETEO

De allí partió la académica argentina Paula Sibilia para su investigación de El hombre postorgánico (original de 2005; revisada en esta edición de 2010). Pero no se limitó al estudio de las vicisitudes de la tecnología y su influencia sobre el individuo contemporáneo, sino que emprendió un rastreo histórico de las transformaciones operadas sobre el sujeto a partir del desarrollo de la ciencia y el biopoder, término foucaultiano que alude a las políticas de las sociedades industriales destinadas al disciplinamiento de los cuerpos con el fin de volverlos funcionales a los intereses del capital. Como apunta Sibilia, sin embargo, el poder del Estado analizado por Foucault ha sufrido una mutación desde el momento en que la propia noción de Estado se ha debilitado frente a los poderes de la burocracia transnacional: "En los distintos ámbitos de la sociedad contemporánea(…) los sujetos se definen menos en función del Estado nacional como territorio geopolítico en el cual nacieron o residen, y más en virtud de sus relaciones con las corporaciones del mercado global." (p. 30)

Es entonces que se vuelve pertinente el planteo de Gilles Deleuze sobre la "sociedad de control", en la que ya no son necesarias las instituciones disciplinarias para canalizar la energía productiva de los individuos: el eterno endeudamiento del individuo-consumidor será el encargado de mantenerlo sujetado a una cadena virtual y omnisciente en la que el control digital (tarjetas de crédito y débito, direcciones IP de computadoras, teléfonos celulares, redes sociales) ha sustituido a los antiguos muros de confinamiento. "Más allá de `virtualizar` los cuerpos extendiendo su capacidad de acción por el espacio global, la convergencia digital de todos los datos y tecnologías también amplía al infinito las posibilidades de rastreo y colonización de las pequeñas prácticas cotidianas", dice Sibilia (ps. 52-53). Ahí radica el inmenso poder de la "sociedad de control": en la eliminación de los límites materiales, espaciales y temporales; en la conquista de cada resquicio de individualidad; en la construcción de un supra-orden que envuelve todos los niveles del cuerpo social.

Además del decisivo papel del marketing, todas esas operaciones se producen mediante la intervención de la tecnología, siempre dispuesta a generar nuevas condiciones de "endeudamiento" y, actualmente, embarcada en lo que Sibilia llama "el fáustico proyecto de la digitalización de lo humano". Siguiendo al brasileño Hermínio Martins, para ilustrar dos modelos de aproximación al conocimiento la autora contrapone el mito de Prometeo (aquel titán griego que fue castigado por los dioses luego de atreverse a entregar a los hombres el fuego, es decir, la técnica) con el de Fausto, el ambicioso erudito germánico que pacta con el Diablo para superar las limitaciones humanas. Mientras la ciencia tradicional se basó en el impulso prometeico, la tecnociencia contemporánea -en su "impulso ciego hacia el dominio y la apropiación de la naturaleza, tanto exterior como interior al cuerpo humano"- estaría inspirada en el modelo fáustico.

En esa perspectiva fáustica encajan, entre otros, los proyectos de reconfiguración genética, de sortear la decadencia -e incluso la muerte- de la materia, de eliminar lo imprevisible de las variables naturales y de una "eugenesia a gusto del consumidor". Es en este último punto (la producción del individuo-consumidor) donde confluyen la voracidad del proyecto fáustico por dominar la naturaleza y la voracidad del capitalismo postindustrial por la acumulación de riqueza. De ese encuentro surge un poderoso vector económico, y también ideológico, que busca y obtiene moldear nuevas subjetividades formateadas por "la lógica del consumo, el imperativo de la conexión teleinformática permanente y las tiránicas `maravillas del marketing` que rigen en el mundo contemporáneo". Paralelamente, el desarrollo tecnológico permanece cautivo de laboratorios privados que transforman todo en mercancía, desde las fantasías de inmortalidad hasta el material genético humano.

PERSONAS MIDI

En su erudito compendio, Sibilia se desmarca notablemente de esa subcategoría de novedades editoriales que abordan la influencia de la cultura digital, donde se amontonan apocalípticos e integrados, gurúes verdaderos y falsos, reticentes y apólogos. Dentro de esa vorágine, otro título singular es No somos computadoras (título original: You`re Not a Gadget), del diseñador y experto en informática Jaron Lanier (n. 1960). Su propósito ya no es, como en Paula Sibilia, el cuestionamiento epistemológico y filosófico de las transformaciones que la tecnociencia está ejerciendo sobre la especie humana, pero sí una reflexión personal acerca de cómo la conformación actual de Internet reduce a los usuarios a la condición de aparato, de artículo, de "gadget". Con el subtítulo de "Un manifiesto", el libro constituye un curioso ensayo, a medio camino entre el rescate de la "tradición humanista dentro de la informática" y la diatriba contra los hábitos adoptados por la comunidad virtual.

Uno de los inventores más importantes de la actualidad según la Enciclopedia Británica, precursor de la realidad virtual y miembro de la generación que planificó el desarrollo de Internet en la década de 1980, Lanier era la última persona de la que podía esperarse esta violenta oposición al entronizamiento de la informática y al abuso de la ingeniería de sistemas. Sin embargo, cual Dr. Frankenstein que reniega de su criatura, encuentra que la World Wide Web se ha alejado de los ideales originales de libertad operativa, creatividad, responsabilidad de los usuarios y democratización del conocimiento. En su lugar, la red ha ingresado en un contexto de brutal mercantilización en el que millones de cibernautas aceptan dócilmente adaptarse a modelos y perfiles predefinidos (por ejemplo, en Facebook), al tiempo que el amparo del anonimato ha eliminado la voz y el punto de vista individuales (en Wikipedia) y ha sacado a luz el costado vandálico y destructivo del troll.

"Si hemos llegado a esta situación es porque hace poco una subcultura de tecnólogos se ha vuelto más influyente que las otras. La subcultura triunfante no tiene un nombre oficial, pero en ocasiones me he referido a sus miembros como `totalitarios cibernéticos` o `maoístas digitales`", subraya Lanier (p. 32). Se refiere a una casta de programadores y especialistas informáticos que han impuesto su propia ideología (la "inteligencia artificial", el cerebro global de "la noosfera", los negocios "long tail", etc.), eliminando de raíz todo cuanto se desmarque del modelo digital dominante y forzando la realidad para que se inserte dentro de un gran sistema de información. En esa dialéctica se erosiona una cuota de la

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