UNION EUROPEA
RASENGANS30 de Diciembre de 2013
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LA UNIÓN EUROPEA
Historia
Se me ha pedido que hable sobre la Unión Europea. La amplitud del tema es inmensa y, en todo caso, imposible de abordar con detalle en el tiempo en que me es lícito ocupar su atención. Por lo tanto intentaré hacer una síntesis del camino recorrido desde sus orígenes y apuntar someramente lo que se espera para el inmediato futuro.
La historia de los Tratados de Roma
Cuando el Rey de los belgas, el Presidente de la República Federal de Alemania, el Presidente de la República Francesa, el Presidente de la República de Italia, la Gran Duquesa de Luxemburgo y la Reina de los Países Bajos se deciden a crear la Comunidad Económica Europea, declaran, entre otras cosas, que lo hacen, por una parte, “a fin de asegurar, mediante una acción en común, el progreso económico y social de sus países, eliminar las barreras que dividen Europa”, y, por otra, “en defensa de la paz y la libertad, invitando a los otros pueblos de Europa a que participen de este ideal y a que se unan a este esfuerzo”. Como es bien sabido, el tratado de constitución de la Comunidad fue firmado, por los plenipotenciarios de las seis altas partes contratantes, en Roma, el 25 de marzo del año 1957. El año 1973, Dinamarca, Irlanda y el Reino Unido de Gran Bretaña se unen al Tratado, dando así paso a la Europa de los Nueve, ampliada a diez con la admisión de Grecia, en 1981, a doce, con la incorporación de España y Portugal, en 1986 y, finalmente, a quince con el ingreso de Austria, Finlandia y Suecia en 1995.
El preámbulo del Tratado de Roma que acabo de evocar pone de manifiesto que se firmó, sobre todo, con el deseo de evitar que Europa, que acababa de salir de la guerra, se viese abocada a un nuevo conflicto armado. La cosa venía de lejos. En septiembre de 1946, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill en un discurso pronunciado en la Universidad de Zurich, había hecho un llamamiento a favor de una “especie de Estados Unidos de Europa”, y en mayo de 1947, bajo su impulso, se creó el movimiento “Europa Unida”, que, si bien era contrario al establecimiento de órganos supranacionales, estaba a favor de la cooperación intergubernamental. Esta preocupación de Churchill era totalmente explicable. En aquellos años reinaba por todas partes una sensación de angustia, como consecuencia de la difícil relación entre los dos bloques, con el diálogo Este Oeste prácticamente roto o regulado por la fuerza; era la época del puente aéreo americano de Berlín. Este era el clima cuando, en 1950, Jean Monnet el hombre que sin duda ha jugado el papel primordial entre quienes concibieron la idea de la unificación de Europa tuvo la corazonada de inspirar lo que después se denominará Plan Schuman, y que era ni más ni menos que la búsqueda del camino que, conducente hacia la Comunidad Europea, habría de asegurar la paz, partiendo de la resolución de un problema económico, y más concretamente todavía, de un problema de primeras materias: el carbón y el acero. Era esta la riqueza conjunta que, inscrita en unas cuencas geográficas artificialmente cortadas por fronteras históricas, compartían, de forma desigual pero complementaria, Francia y Alemania. El carbón y el acero, por aquel entonces, eran la clave del poder económico; y eso explica que los dos países no se sintieran seguros si no poseían en propiedad todos los recursos, es decir, todo el territorio. La rivalidad conducía a la guerra, capaz, tan sólo, de resolver el problema por un tiempo; el tiempo necesario para preparar la revancha.
La propuesta de poner el carbón y el acero bajo una alta autoridad europea, presentada por Robert Schuman, Ministro de Asuntos Exteriores de Francia, fue bien acogida por la República Federal de Alemania, Italia y los tres países del Benelux, creado, en 1948, como convenio aduanero entre Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Inglaterra rechazó la invitación como ya lo había hecho cuando Monnet, quien no paraba de buscar pretextos económicos para obtener resultados políticos, había sugerido, informalmente, un acuerdo de intercambio de carbón inglés por carne francesa, quizás porque Gran Bretaña era plenamente consciente de que incluso un mero acuerdo comercial, pero patente ante el mundo, podía comprometer a la única gran potencia europea que, por aquel entonces, era capaz de asumir unaresponsabilidad política de gran alcance. De hecho, la propuesta Schuman era bien clara: “Mediante la puesta en común de producciones de base y la creación de una nueva alta autoridad, esta propuesta establecerá las primeras bases concretas de una federación europea indispensable para preservar la paz”.
El día 18 de abril de 1951, los seis países mencionados firmaron en París, con la solemnidad de rigor, el Tratado de Constitución de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). Ratificada por los Parlamentos respectivos, comienza a funcionar en julio de 1952, con sede en Luxemburgo, convirtiéndose en el primer paso hacia las Comunidades Europeas. No tuvo tanta suerte la propuesta de “crear, para la defensa común, un ejército europeo vinculado a las instituciones políticas de una Europa unida”, que René Pleven, presidente del Consejo de Ministros de Francia, había presentado en el otoño de 1950. Si bien los mismos plenipotenciarios que, un año antes, habían rubricado el Tratado de la CECA, firmaron el Tratado sobre la Comunidad Europea de Defensa (CED), también en París, el 27 de mayo de 1952, en presencia de los representantes de los Estados Unidos y de Inglaterra, la Asamblea Nacional de Francia, precisamente el país de donde había emanado la propuesta, rechazó la ratificación, en agosto de 1954.
En cambio, sí prosperó el intento de poner la energía atómica bajo control europeo, y el 25 de marzo de 1957 se firma, junto al Tratado del Mercado Común, el tratado constitutivo de la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom), con sede, también, en Bruselas.
De esta manera, quedaron establecidos los tres pilares básicos de la construcción europea: CECA, CEE y CEEA. Por convenio de aquel mismo 25 de marzo, y con el fin de evitar la multiplicidad de misiones análogas, se unifican la Asamblea o Parlamento, el Tribunal de Justicia y el Comité Económico y Social. Años más tarde, y en virtud del Tratado del 8 de abril de 1965, conocido como tratado de fusión, quedan también unificados el Consejo y la Comisión de las tres Comunidades. En virtud de la decisión del Consejo del 20 de septiembre de 1976 una vez incorporadas Inglaterra, Irlanda y Dinamarca, por la que se establecía la elección de los representantes al Parlamento Europeo por sufragio universal directo, sealcanzó un hito superado, diez años después, por el Acta Única, a la que enseguida me referiré que puede servirnos de punto de mira de la tarea, nada fácil, llevada a cabo a lo largo de los primeros veinte años largos transcurridos desde que, a poco de acabar la Segunda Guerra Mundial, se diera comienzo a las tentativas de unir los países de Europa.
Un rápido repaso a estos veinte años con la simplificación a que la brevedad nos obliga, pone de manifiesto dos cosas, en mi opinión importantes: la primera, que los padres del Mercado Común, pongamos por caso Robert Schuman y Konrad Adenauer, aparte del ya citado Jean Monnet, no abrigaban intenciones económicas sino políticas, aun cuando eran plenamente conscientes de que tan sólo a partir de hechos económicos podrían alcanzarse resultados políticos. Jean Monnet, por ejemplo, al vender la idea de la Comunidad del Carbón y del Acero decía: “ la propuesta francesa es, en su inspiración, esencialmente política. Tiene, incluso, un aspecto que podríamos denominar moral”. Y el eco de estas palabras se hizo sentir al otro lado de la frontera, cuando, al defender el Tratado frente al Bundestag, Adenauer, el 13 de junio de 1950 afirmaba: “Quiero declarar expresamente que este proyecto reviste, en primer lugar, una importancia política y no económica”.
La segunda cosa que nítidamente se hace notar a lo largo de estos primeros veinte años de gestación de la Unión Europea es que la idea que los protagonistas tenían sobre lo que había de ser la Unión no era, en absoluto, coincidente y, además las convicciones respectivas no fueron siempre firmes; en ocasiones, resultaron terriblemente tambaleantes. Resulta paradigmático en este sentido el caso de Adenauer y su relación con Charles de Gaulle, gran amigo suyo desde la primera vez que se encontraron en 1958, y consignatario del Tratado germano-francés de enero de 1963. El Canciller Konrad Adenauer, aquel gran patriota,hombre de profunda fe cristiana y ferviente europeísta que pensaba que había que construir Europa desde la primacía de la espiritualidad sobre el materialismo, era un decidido partidario de los Estados Unidos de Europa. François Seydoux, que en su condición de Director de Asuntos Europeos del Quay D’Orsay, le debía de conocer bien, dice que para Adenauer, vinculado a la Europa imaginada por Jean Monnet y Robert Schuman, la integración era casi un dogma. A pesar de ello, desde el verano de 1960, Adenauer se pasa a la banda del General De Gaulle que, como es bien sabido, defendió siempre una Europa confederal de Estados soberanos; junto al general, recorre el canciller un camino sin salida que, de hecho, le aboca a la dimisión, porque los otros cuatro –para los que la noción de una Europa supranacional, con renuncia total o parcial de la soberanía de los Estados, estaba, con razón o sin ella, firmemente arraigada se opusieron a unas propuestas que, entre otras cosas, excluían la presencia de Inglaterra.
El Acta Única de 1986
El segundo hito destacado en el camino hacia la Unión Europea es,
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