EL SENTIDO DEL DIALOGO CON LOS PADRES

Es necesario reconocer la especificidad de las instituciones: las escuelas tienen una función específica en relación con el aprendizaje, el conocimiento, la cultura y los valores sociales.

La escuela y sus agentes, que son los maestros, tienen una función social específica, especializada, para ser resuelta en términos profesionales.

La escuela aparece cada vez más como un aparato institucional que de algún modo opaca la presencia de los individuos maestros y, al mismo tiempo, los protege respecto de todo lo que está afuera.

Tanto antes como ahora, quienes son reconocidos socialmente como “verdaderos maestros” no tienen problemas con los padres; son respetados, consultados, y hasta suelen aportar prestigio a la escuela o a su dirección.

Sin embargo, cuando los no profesionales suscitan problemas con los padres, la escuela en su conjunto suele mostrar una fuerte reacción defensiva, con el argumento de que el criterio profesional le pertenece y los padres tienen poco o nada que opinar.

La educación fue el principal instrumento del Estado, no sólo para fortalecerse como tal, sino para emprender la constitución de la nación; el arma para homogeneizar; en lo mínimo, a poblaciones agudamente segmentadas en lo social y lo cultural, y cuyo desarrollo daría sustento a la nación.

Llevar a la escuela a todas partes fue por eso prioritario.

La educación como responsabilidad exclusiva del estado, y los maestros fueron constituidos como sus agentes, como los representantes de un indiscutible sentido del bien común.

Respaldo incondicional, burocratización y corporativismo como producción histórica y sólida tradición, son componentes centrales del tipo de relación escuela-familia que conocemos.

El interés de los padres por la educación de sus hijos parece estar distribuido en todos los niveles sociales, aunque no pasa lo mismo con su confianza en la escuela.

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