JAMÁS VOLVEREMOS A ABRAZARNOS
Marcela RiosTrabajo3 de Abril de 2021
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JAMÁS VOLVEREMOS A ABRAZARNOS
ESCENA 1: A diario, me acerco a la ventana y pienso cómo me gustaría pedalear las calles, cierro los ojos y visualizo el camino que cada mañana tomaba para ir a la escuela. Me distraigo, y comienzo a imaginar una gran pista de carrera, montada sobre la Avenida Picarte, el barrio entero preparado y despierto a primera hora de la mañana, y como si se tratara del Tour en Tren, observa desde sus veredas, ahora decoradas con guirnaldas de papel. Me subo a mi bicicleta, y con el vestido más lindo, floreado, el que nunca quiero usar, por temor a romper, esta vez se sacude como una bandera sin engancharse en ningún lado. Recorro así una pista que me lleva directo a la Avenida Errázuriz, donde al llegar, la clase me espera en un eterno recreo, que yo, la recién llegada estoy a punto de cortar, con una entrada triunfal. Sacudo la cabeza, y sí, es un sueño, o algo parecido. Miro la hora en el reloj que decora la habitación, en cinco minutos empezaré una clase a distancia.
ESCENA 2. Trato de adaptar todo. Intento que alguno de mis miedos no se noten cuando rondando las nueve de la mañana empiece el encuentro a través de la monitor, sin pizarrón, sin plumón, pero con la clase completa. Somos puntuales, y, en esta oportunidad, el tráfico no tiene protagonismo. Nos saludamos. Como hacíamos cada mañana, pero no hay beso, ni abrazos. Tenemos tanto de qué hablar, llevamos casi un año y medio sin vernos. Desde sus viviendas las familias saludan, las mascotas acompañan, intentando también unirse a la clase.
ESCENA 3. —Hoy vamos a trabajar con un libro en especial, les digo en un grito improvisado antes de sentarme con el libro en la mano, en una especie de set televisivo que armé en la pieza en la que vivo desde que llegué.
Les cuento que el autor del libro, era maestro y comenzó a recopilar historias desde el 2020, en un mundo infectado con el primera sepa de virus casi tan peligroso como el que hoy nos tiene en vilo en nuestras casas.
—¿Cuál primer virus?, pregunta Juan, un joven mal vestido y muy distraído, desde una de las ventanas.
—COVID.19, le respondo.
—¿No fue sólo en China?— contesta Catalina de las voces con tono de duda desde una habitación decorada con los colores pasteles.
—Fue en casi todo el mundo. Y la sufrieron de diferentes maneras.
—¿Alguien de su familia lo tuvo ?— pregunta ella, a quien recuerdo siempre bien peinada en el aula, pero ahora, a distancia, está en piyama mientras su mamá le alcanza un vaso de bebida.
—No, respondí. Y abriendo los ojos, y mirando de costado, dudo ya de mi respuesta.
—¿Sigo?—, pregunto al resto que me escuchan mientras me saludan y hacen caras.
— ¿Vieron la lista de palabras que les mandé? — , digo levantando un papel como el que tendrían que tener a mano.
ESCENA 4. Y en ese momento hay quienes la tienen a mano y hay quienes corren a buscar a alguien que los auxilie para que no se note que no hicieron la tarea.
Saludo a cámara a familias completas en piyama, y a algunos integrantes con guantes de goma y hasta puedo sentir el olor a cloro cuando me saludan, a través de la pantalla.
ESCENA 5. Me despido y cada una de las ventanas se van cerrando. Excepto una, la de él, Luís, que entre dientes caídos y la habitación tan oscura, sola alcanzo a ver su sonrisa.
— Profe, no tuvimos recreo — , me recrimina.
— No, tenemos otros, pero no como los del liceo.
Con él solíamos jugar en cada recreo y charlar bastante. A veces se enojaba cuando mirando la hora, aplaudía y les avisaba que había que ir al aula. Pero al rato se le pasaba y me perdonaba.
— ¿Cómo estás?, le pregunto. Está oscuro tu cuarto, no veo nada.
— Estoy bien, extraño mucho la plaza, pero, ¿sabes qué extraño más? — , dice mientras deja caer y la sostiene con el puño.
— No, ¿qué? — , le pregunto.
— La cancha de básquet. ¿Se acuerda profesora que nunca encestaba?
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