Cuento de terror Nos volveremos a ver

“Nos volveremos a ver” Autor: k_nostalogic

Observé a mi alrededor, como de costumbre, pero una extraña sensación inundó mis pensamientos. Durante un tiempo, un sentimiento me atormentaba, todo parecía monótono, como si reviviera el mismo día una y otra vez...

De repente, una voz conocida cortó mi trance existencial; era Isabella, mi amiga de siempre, que como de costumbre, no podía evitar meterse conmigo.

-¿Todavía en tus ensoñaciones, eh? Seguro que estás pensando en tus novios-, dijo con una sonrisa pícara.

-Ojalá fuera eso- suspiré mientras la miraba. Entonces, Isabella sacó una bolsita de su mochila y la puso en mi mano, con una mirada juguetona.

Miré la bolsita, y me trajo una sensación de déjà vu con un toque de nostalgia... En ese momento no entendía bien qué pasaba, hasta que Isabella habló,

con una sonrisa nostálgica en su rostro. Pero, en el fondo, sentía que algo no cuadraba.-¿Recuerdas cuando me dejaste colgada esperando que llegaras a mi casa para celebrar juntas?-

La miré aterrorizada, como si sus palabras ocultaran un oscuro doble sentido, como si estuviera insinuando de manera implícita que se había quitado la vida.

La idea de que Isabella no fuera real, de que solo fuera una creación de mi mente, se volvía cada vez más aterradora. Todo comenzó a tornarse extraño. Las caras de mis compañeros se deformaban, como si estuviera mirando a través de un videojuego con gráficos fallidos. Las voces que resonaban a mi alrededor repetían frases hirientes una y otra vez, como dagas que se clavaban en mi mente. La realidad parecía desmoronarse a mi alrededor, y me encontraba atrapada en un mundo distorsionado e inquietante. Antes de que pudiera articular palabra alguna, mi corazón latía descontroladamente por el terror que me invadía. Isabella habló una vez más diciéndome -Nos volveremos a ver"-, con una voz que heló mis huesos, generando escalofríos, angustia y una profunda culpa. Mientras el salón de clases se desvanecía a mi alrededor, todo se sumía en la oscuridad, hasta que finalmente desperté.

Me desperté sobresaltada, rodeada de murmullos y miradas preocupadas. Estaba en plena clase de educación física en la amplia cancha del Instituto Tepeyac, cuando de repente mi cuerpo se rindió y me desmayé. La orientadora se acercó y, con voz calmada, me ayudó a reincorporarme. Mi falta de condición física había quedado en evidencia, y la vergüenza me invadió en ese momento, miré la palma de mi mano y me di cuenta de que aún tenía el regalo que mi mejor amiga fantasma me había dado. Liam, uno de mis compañeros, se acercó preocupado, me preguntó si estaba bien, pero no pude articular ni una sola palabra, me quedé en silencio, observando el pequeño regalo en mis manos. Era como si estuviera atrapada en un laberinto de emociones contradictorias: la tristeza de perder a mi amiga, el terror de su presencia fantasmal y la culpa por no haber podido evitar su partida. Liam seguía a mi lado, pero el

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