AMADO NERVO
rock09rock9 de Mayo de 2014
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Poema: ¡Está bien!
Autor: Amado Nervo
Porque contemplo aún albas radiosas
y hay rosas, muchas rosas, muchas rosas
en que tiembla el lucero de Belén,
y hay rosas, muchas rosas, muchas rosas
gracias, ¡está bien!
Porque en las tardes, con sutil desmayo,
piadosamente besa el sol mi sien,
y aun la transfigura con su rayo:
gracias, ¡está bien!
Porque en las noches una voz me nombra
(¡voz de quien yo me sé), y hay un edén
escondido en los pliegues de mi sombra:
gracias, ¡está bienI
Porque hasta el mal en mí don es del cielo,
pues que, al minarme va, con rudo celo,
desmoronando mi prisión también;
porque se acerca ya mi primer vuelo:
gracias, ¡está bien!
Obras literarias de Amado Nervo
• El bachiller, novela de juventud (1895).
• Perlas negras , poesía (1896).
• Místicas, poesía (1898).
• Poemas publicada en París (1901).
• El éxodo y las flores del camino, poesía (1902).
• Lira heroica, poesía (1902).
• Los jardines interiores, poesía (1905).
• Almas que pasan, prosa (1906).
• En voz baja, poesía (1909).
• Ellos, prosa.
• Juana de Asbaje, ensayo, biografía de Sor Juana Inés de la Cruz (1910).
• Serenidad, poesía (1912).
• Mis filosofías, ensayo (1912).
• Elevación, poesía (1916).
• El diablo desinteresado, novela (1916).
• Plenitud, prosa (1918).
• El estanque de los lotos, poesía (1919).
• El arquero divino, poesía., también póstuma (1919).
• Los balcones, novela (1922).
• La amada inmóvil, poesía, obra póstuma en cuanto a su publicación (1922).
Dos novelas: Pascual Aguilera y El domador de almas de 1899 ; una zarzuela, Consuelo, puesta en metro músico por Antonio Cuyàs y estrenada en el Teatro Principal de la ciudad de México en 1899.
El obstáculo. Amado Nervo (Micro-cuento)
Por el sendero misterioso, recamado en sus bordes de exquisitas plantas en flor y alumbrado blandamente por los fulgores de la tarde, iba ella, vestida de verde pálido, verde caña, con suaves reflejos de plata, que sentaba incomparablemente a su delicada y extraña belleza rubia.
Volvió los ojos, me miró larga y hondamente y me hizo con la diestra signo de que la siguiera.
Eché a andar con paso anhelado; pero de entre los árboles de un soto espeso surgió un hombre joven, de facciones duras, de ojos acerados, de labios imperiosos.
-No pasarás –me dijo, y puesto en medio del sendero abrió los brazos en cruz.
-Sí pasaré –respondíle resueltamente y avancé; pero al llegar a él vi que permanecía inmóvil y torvo.
-¡Abre camino! –exclamé.
No respondió.
Entonces, impaciente, le empujé con fuerza. No se movió.
Lleno de cólera al pensar que la Amada se alejaba, agachando la cabeza embestí a aquel hombre con vigor acrecido por la desesperación; mas él se puso en guardia y, con un golpe certero, me echó a rodar a tres metros de distancia.
Me levanté maltrecho y con más furia aún volví al ataque dos, tres, cuatro veces; pero el hombre aquel, cuya apariencia no era de Hércules, pero cuya fuerza sí era brutal, arrojóme siempre por tierra, hasta que al fin, molido, deshecho, no pude levantarme…
¡Ella, en tanto, se perdía para siempre!
Aquella mirada reanimó mi esfuerzo e intenté aún agredir a aquel hombre obstinado e impasible, de ojos de acero; pero él me miró a su vez de tal suerte, que me sentí desarmado e impotente.
...