Colonia San Rafel

Historia

En un principio fue diseñada para ser habitada por los arquitectos de la Academia de San Carlos; de hecho, por un tiempo fue conocida precisamente como “La colonia de los arquitectos”. Sus calles reciben el nombre de los filósofos positivistas que basaban sus ideas en el pensamiento de Augusto Comte: Jaime Torres Bodet, Serapio Rendón, Dr. Atl, etcétera.

Desde sus inicios fue habitada por gente de todas las clases sociales. Lo mismo se podía ver fabulosas mansiones, así como privadas de todos los tamaños y alguna que otra clásica vecindad. Los primeros vecinos de la colonia fueron aristócratas, empresarios u obreros que encontraban trabajo en la ciudad.

Esta colonia también fue testigo del florecimiento de la época de oro del cine mexicano. Entre sus calles se encuentra el Cine Ópera, que abrió sus puertas en 1949. La construcción, inspirada en el art deco, nos llena de nostalgia al imaginar cómo se veían las viejas películas de Hitchcock en las enormes pantallas.

Arquitectura

Se puede apreciar la arquitectura ecléctica del Porfiriato, por ejemplo, la casa ubicada en G. Barreda #17, que tiene un estilo árabe único. Entre muchas otras casas únicas en su especie. Por cierto, en la capilla del Divino Rostro de la parroquia de los Santos Cosme y Damián yacen los restos del cronista e historiador don Joaquín García Icazbalceta, fallecido en 1824.

Lugares de interés

Sede de la Masonería mexicana: hace años se vio afectado por un incendio que les costó la pérdida de libros, pinturas y reliquias antiquísimas y de gran valor. Sadi Carnot No. 75.

Cine Ópera: Entre sus calles encontramos el abandonado recinto que floreció durante la época de oro del cine mexicano. Recientemente fue adquirido por el INBA y su destino –esperamos– será positivo.

Monumento a la Madre: Es una obra que intenta rendir homenaje a las madres mexicanas. Se trata de una serie de tres esculturas: un hombre indígena con una mazorca de maíz y una mujer con un niño en brazos.

Museo experimental El Eco: Bajo la premisa “haga lo que se le dé la gana”, Mathias Goeritz edificó El Museo Experimental El Eco en la calle de Sullivan. Fue diseñado como una estructura poética cuya disposición de corredores, techos, muros, recintos y vanos llevaban a sus visitantes a reflejar su experiencia del espacio en un acto emocional; éste concepto desafiaba los intereses -cada vez más dominantes– del funcionalismo. Al basar su diseño en el Manifiesto de la Arquitectura Emocional, inspirado también en la experiencia religiosa y la arquitectura gótica y barroca, Goeritz concibió al edificio como una escultura penetrable. Este espacio permitió a su creador y a su benefactor la creación de una plataforma para las artes sin precedentes en el contexto del arte mexicano e internacional

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