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Gabriel Garcia Marquez

karina421817 de Abril de 2015

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Julieta García Zenteno

Entre el amor y la intolerancia: Del amor y otros demonios, de Gabriel García Márquez

En este ensayo persigo mostrar el desarrollo de los temas principales de Del amor y otros demonios (1994), una de las novelas menos estudiadas de Gabriel García Márquez (1927). El enfoque es tematológico y estudio sólo los temas1 que configuran esencialmente la trama de esta obra: el amor y la intolerancia. Este último condiciona el especial desarrollo del primer tópico.

Para plantear en mejores términos el trabajo, considero oportuno tratar, además de la historia misma, los entornos del propio texto. La revisión del paratexto (Genette, 1989: 123), esto es, de los elementos textuales que acompañan al relato en su presentación editorial física, es el primer punto a abordar. El título de la novela remite, en forma paródica, al estilo antiguo de escritura, pues la contracción "del" apunta hacia la forma latinizada de intitular un tratado: De ánima, De las virtudes, etcétera. El escritor colombiano juega a simular la escritura de un tratado que versa sobre el amor; pero, como es de esperarse, no existen argumentos que lleven a pensar en un tratado, sino que se narra una historia de ficción que ilustra —podría decirse— una de las diversas formas que puede asumir el amor ante la presencia de los otros "demonios", particularmente la intolerancia. En este sentido, el título constituye una exacta anticipación del tema central de la novela: el amor, pero acompasado siempre por los apremios del erotismo y por las impertinencias de la intolerancia.

Rápidamente dicho, el demonio dentro de la religión cristiana es quien propicia el Mal y usurpa el lugar de Dios ante los hombres, aquel que por ello da lugar al caos, al desorden del mundo, del cosmos regulado por Dios.2 Así, como lo resume Hans Biedermann, es factible interpretar la figura de lo demoníaco en términos de "castigo, culpa, esclavitud de los instintos" (Biedermann, 1993: 151). En tal sentido, puede deducirse que el amor en la novela que estudio aparece ante los ojos de los personajes ajenos a éste como una fuerza demoníaca que toma posesión de las almas y los cuerpos de hombres y mujeres: es un amor anegado por la pasión, por el erotismo trasgresor; no es el amor platónico de la contemplación casta, es el amor de los placeres del cuerpo, de lo instintivo controlado por la moral dominante, el portador de una fuerza capaz de romper las instituciones y convenciones sociales. Este amor fue condenado por la Iglesia durante muchos siglos, al ser considerado una tentación del diablo:

Empero, de luxuria e impúdico deshonesto amor, cabeza es e consejador el disforme Sathanas, enemigo mortal de la salvación de la humana criatura. […] Bien es verdad quel enemigo de Dios, diablo Sathanas, muy dulces cosas promete a los que de gustos carecen por seguir su apetito e propia voluntad, consejando: faz, que Dios es piadoso, que perdona; asaz te cumple, por mucho mal que fagas, arrepetimiento a la fin y serás salvo. (Martínez de Toledo, 1978: 16)

Ahora que en las evaluaciones de Cayetano y Sierva su pasión no es negativa. Incluso, hasta cierto punto, experimentan y guían su sentimiento en el marco del amor cortés.

Existe en la novela otro tipo de demonios, sin duda más violentos y, además, aliados a un orden social represivo y profundamente irracional. Son otro tipo de pasiones ("los verdaderos demonios", según Cayetano), como la intolerancia, la incomprensión y la superstición; aparecen también como un desorden en la vida, pues primero privan del amor a Cayetano y a Sierva María, luego condenan a ésta al encierro y muerte prematura, y a aquél al sinsentido vital. De Cayetano Delaura son estas palabras condenatorias: "'Si alguien está poseído por todos los demonios es Josefa Miranda', dijo. 'Demonios de rencor, de intolerancia, de imbecilidad'" (García Márquez, 1994: 130). Después del título aparece una cita de santo Tomás de Aquino: "Parece que los cabellos han de resucitar mucho menos que las otras partes del cuerpo" (no hay, sin embargo, un señalamiento que indique en qué obra de santo Tomás se halló). La frase a primera vista puede resultar enigmática; pero, cuando se observa el título del fragmento, es evidente que indica que el cabello se descompone en un grado menor que el resto del cuerpo. Simbólicamente y desde el imaginario popular, Hans Biedermann señala que el cabello "es portador de la energía vital, que incluso después de la muerte de la persona continúa creciendo […]", y que "en la Edad Media el cabello largo era el símbolo de la lujuria y de las sirenas que seducen a los hombres" (Biedermann, 1993: 78).

Al final de este epígrafe se añade una explicación, a manera de prólogo, en la voz de Gabriel García Márquez (en realidad, según lanarratología, es un narrador extradiegético), acerca del relato que cuenta. Es una historia que, supuestamente, se sustenta en un acontecimiento real (así se hace creer en la estrategia escritural de la obra); esto es, que está documentada, tanto en la memoria oral como en textos escritos: él, en 1949, vio que en una hornacina del altar mayor apareció una "cabellera espléndida" de veintidós metros con once centímetros. Este hecho apunta a algo sobrenatural, o milagroso, dirían los cristianos. El narrador (que se instaura narrativamente en la función de escritor) describe su asombro de aquel tiempo y recuerda que al maestro de la obra le pareció un hecho normal, pues éste explicó que el cabello de los muertos puede llegar a crecer hasta un centímetro al mes.

Así, el narrador, apoyado en este acontecimiento y en la memoria de una antigua historia que le contó su abuela acerca de una marquesita con una cabellera inmensa que muriera de rabia y fuera venerada por los pueblos de la costa (prácticamente, zona de pueblos de negros) debido a sus milagros, inició su libro. Como puede notarse, los tintes de realismo mágico son perceptibles mas no dominantes. Por otro lado, el narrador no aclara si realizó alguna investigación histórica, como en el caso de El general en su laberinto (1989), donde señala al lector las fuentes que lo guiaron en la reconstrucción de los últimos días de la vida de Bolívar; por consiguiente, puede suponerse, insisto, que se trata de una reescritura de narraciones populares de carácter oral, pero también de un acto estético de ficción. Ya sin otros datos más por atender en el paratexto, me centro en la historia misma.

Por un efecto de lectura, el relato parece estar contado directamente por García Márquez en su papel de autor; sin embargo, según la teoría narratológica, éste cumple el papel de narrador3 extradiegético4 cuya conciencia pertenece plenamente a este siglo y se ubica en una comunidad colombiana. El narratario,5 por otra parte, es implícito, esto es, no marcado por pronombre; es una "función de la semiosis narrativa" (Pereda, 1987: 28).

Las coordenadas temporales son, en el primer caso, laxas: la trama se desenvuelve en las postrimerías del siglo XVIII y tiene lugar en Cartagena de Indias,6 la próspera ciudad del Caribe colombiano dedicada al comercio de los productos que venían de los virreinatos del sur del continente y, del mismo modo, un punto de acopio de los productos del viejo continente y de África, entre lo cual se incluía el negocio de la trata de esclavos.

En lo referente a la composición de la diégesis de novela, es preciso anotar que la historia está dividida en cinco partes. Primero, se narra sin prolijidad la condición de Sierva María, hija del Marqués Ygnacio de Casalduero y de una mestiza, Bernarda, unidos de manera legítima; se explica que creció realmente marginada por sus progenitores dado que, en sus permanentes desafectos mutuos, cada uno vio en la niña al otro y, así, la trataron de evitar. Sin embargo, se deja ver que, del lado del marqués, ante todo hay un considerable descuido en consonancia con su carácter abúlico. En consecuencia, éste es el motivo por el cual Sierva María convive estrechamente con la comunidad de esclavos africanos que trabajan en la hacienda y casa de su padre. De este intenso contacto surge una personalidad poco común: una blanca proveniente de la nobleza criolla (ya en decadencia, pero nobleza al fin) que vive como negra hasta el punto de hablar varias lenguas africanas y practicar religiones animistas.

El aspecto central que privilegia la trama en este apartado es la posibilidad de que Sierva María, de doce años, contraiga la rabia. Así, se ve cuando el inactivo marqués, en un destello de inteligencia y voluntad, lleva a tratar a su hija con el médico Abrenuncio, un sabio en su ciencia y en la vida, mal querido por una sociedad fanática y cerrada que lo rechaza porque el saber, además de ser "vana curiosidad", no deja de parecer una tentación del demonio para una sociedad cegada por rancias verdades escolásticas y por supersticiones. El médico recomienda ciertos cuidados y un remedio: que la niña reciba un "tratamiento de felicidad"; el padre lo cumple sin contar con la madre, quien vive perdida en sus nostalgias y dolores (tal vez imaginarios) provocados por el abuso del chocolate y la miel fermentada.

En su segunda parte, la historia se remonta de nuevo hacia el pasado de los padres de Sierva María y se enfoca a referir las respectivas relaciones afectivas que éstos mantuvieron. El marqués, hombre sin noción alguna de lo práctico, que poco hace por su vida, tuvo un amor: la loca Dulce Olivia; pero su padre le obligó a dejarla y a casarse con una dama castellana, Olalla de Mendoza, quien con cautela ganó la voluntad

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