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José M. Arguedas

dangerousxx17 de Octubre de 2013

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La depresión de José María Arguedas * Psiquiatría histórica

Por: Santiago Stucchi Portocarrero 15 octubre, 2006

RESUMEN

En 1969, el escritor, antropólogo y etnólogo José María Arguedas se suicidó, luego de padecer muchos años de una grave depresión, que se inició en sus años de juventud, probablemente a los 32 años. Según las descripciones que él mismo hace en los diarios de su obra póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo, y en las cartas suyas publicadas posteriormente, Arguedas presentó al parecer múltiples episodios depresivos, caracterizados principalmente por decaimiento, cansancio, falta de concentración, insomnio, ansiedad y una ideación suicida recurrente que lo llevó a un primer intento frustro en 1966 y a uno segundo que acabó con su vida, pese a los múltiples tratamientos -farmacológicos y psicoterapéuticos- que recibió. Se han planteado muchas ideas para comprender la depresión y suicidio del autor de Yawar Fiesta, Los ríos profundos, El Sexto, Todas las sangres y Amor mundo: la pérdida temprana de la madre, el supuesto maltrato por parte de su madrastra y hermanastro, la repetida ausencia del padre viajero, el fracaso de su matrimonio, el no poder tener hijos, la sensación de marginalidad entre el mundo indígena y el mundo de los mistis -sin pertenecer realmente a ninguno-, el supuesto fracaso de sus tesis integradoras; todo ello quizás influyendo sobre una predisposición biológica a la depresión. Cabe preguntarse en qué medida sus síntomas depresivos contribuyeron a forjar su obra, marcada por la nostalgia, la marginalidad y la ambivalencia, al punto de preguntarnos si habría Arguedas pasado a la historia de la literatura de no haber padecido depresión.

“En abril de 1966, hace ya algo más de dos años, intenté suicidarme. En mayo de 1944 hizo crisis una dolencia psíquica contraída en la infancia y estuve casi cinco años neutralizado para escribir. (...) Y ahora estoy otra vez a las puertas del suicidio. Porque, nuevamente, me siento incapaz de luchar bien, de trabajar bien. Y no deseo, como en abril del 66, convertirme en un enfermo inepto, en un testigo lamentable de los acontecimientos.” (Primer diario, 10 de mayo de 1969). (1)

En 1969, el escritor, antropólogo y etnólogo José María Arguedas se suicidó. Fue el trágico final de un hombre atormentado por la depresión. Una depresión grave, iniciada en sus años de juventud, de curso recurrente y que influyó de alguna manera en su obra literaria.

José María Arguedas Altamirano nació en Andahuaylas (Apurímac), el 18 de enero de 1911, hijo del abogado cusqueño Víctor Manuel Arguedas Arellano, en aquel entonces juez de paz de primera instancia de San Miguel – La Mar (Ayacucho), y de Victoria Altamirano Navarro, miembro de una de las familias más distinguidas de San Pedro de Andahuaylas. En 1914, antes de que José María cumpliera los 3 años, falleció su madre “de cólicos hepáticos” (2,3).

“Yo no me acuerdo de mi mamá. Es una de las causas de algunas de mis perturbaciones emocionales y psíquicas.” (4)

José María con su padre, a los 5 años

José María quedó entonces al cuidado de su abuela paterna, Teresa Arellano, quien vivía con sus hijos Rosa Arguedas y José Manuel Perea Arellano. Su hermano mayor, Arístides Arguedas, acompañó a su padre en sus continuos viajes por el interior del país, en tanto que Pedro, el menor de los tres hermanos, fue adoptado por su tía Amalia Arguedas (media hermana de su padre) y su esposo Manuel María Guillén, quien le dio su apellido. Posteriormente nacieron sus medios hermanos paternos Carlos y Félix (ambos hijos de Eudocia Altamirano, hermana de la madre), y Nelly (hija de Demetria Ramírez, adoptada luego por su tío José Manuel Perea Arellano y su esposa Zoila Peñafiel). En 1915, Víctor Manuel Arguedas fue nombrado juez de primera instancia de la provincia de Lucanas (Ayacucho). (2,3)

En 1917, el juez Arguedas se casó con Grimanesa Arangoitia Iturbi viuda de Pacheco, “la acaudalada matrona de San Juan de Lucanas”, quien tenía tres hijos: Rosa, Pablo y Ercilia. José María fue traído entonces a la casa de su madrastra. (2) “La llegada de José María a San Juan –refiere Arístides Arguedas- fue un acontecimiento, con sus seis años de edad, bien gordito, sus cabellos blondos y largos, tímido, apacible, conquistó la simpatía de todo el mundo (...). Hasta mi madrastra, tan seca y poco afable, lo tuvo en sus faldas en algunas ocasiones.” (3)

En 1918 toda la familia vivía en Puquio (Ayacucho). El padre viajaba continuamente y sólo lo veían una vez por semana. “La madrastra los trataba con delicadeza” y a José María “llegó a quererlo mucho”, recuerda Arístides en sus memorias. (3) La opinión de José María, sin embargo, era otra:

“Voy a hacerles una confesión un poco curiosa: yo soy hechura de mi madrastra. Mi madre murió cuando yo tenía dos años y medio. Mi padre se casó en segundas nupcias con una mujer que tenía tres hijos; yo era el menor y como era muy pequeño me dejó en la casa de mi madrastra, que era dueña de la mitad de un pueblo; tenía mucha servidumbre indígena y el tradicional menosprecio e ignorancia de lo que era un indio, y como a mí me tenía tanto rencor como a los indios, decidió que yo debía vivir con ellos en la cocina, comer y dormir allí.” (5)

Poco después, regresó a Puquio el hermanastro Pablo, que había estado en Lima como interno del colegio Nuestra Señora de Guadalupe. La relación que entabló con los nuevos miembros de la familia no fue cordial:

“Cuando llegó mi hermanastro de vacaciones, ocurrió algo verdaderamente terrible (...) Desde el primer momento yo le caí muy mal porque este sujeto era de facciones indígenas y yo de muchacho tenía el pelo un poco castaño y era blanco en comparación con él. (...) Yo fui relegado a la cocina (...) quedaba obligado a hacer algunas labores domésticas; a cuidar los becerros, a traerle el caballo, como mozo. (...) Era un criminal, de esos clásicos. Trataba muy mal a los indios, y esto sí me dolía mucho y lo llegué a odiar como lo odiaban todos los indios. Era un gamonal.” (5)

“Entró mi hermanastro, estaba tomando sopa y tenía un plato de mote a mi lado con su pedacito de queso. Me quitó el plato de la mano y me lo tiró a la cara, y me dijo: ‘no vales ni lo que comes’ (...). Yo salí de la casa, atravesé un pequeño riachuelo, al otro lado había un excelente campo de maíz, me tiré boca abajo, en el maíz, y pedí a Dios que me mandara la muerte.” (5)

Según Arguedas, el hermanastro lo obligó en una ocasión a presenciar un acto de violación sexual a una tía suya, que era además una de sus múltiples amantes. La figura de este personaje influirá en su obra literaria, personificando al gamonal abusivo y cruel; es, de alguna manera, don Froylán de Warma kuyay, don Braulio de Agua, don Ciprián de Los escoleros, “el caballero” de Amor mundo, “el patrón” de El sueño del pongo y don Adalberto de Todas las sangres. “Tres o cuatro personajes de esa infancia serrana –dice Carlos Meneses- fueron multiplicándose lo necesario como para dar paso a gamonales, capataces, policías, tinterillos y toda la gama de seres que se convierten en explotadores del indio. Pero especialmente, aquel hermanastro que lo obligó a presenciar una de sus fechorías sexuales, causándole un verdadero trauma que el escritor lamentó siempre. En la mayoría de sus novelas y relatos se hallará a este hombre variando de rasgos físicos, de nombre y hasta de escenario. Pero estará él. Hacia él el escritor descargará su ira.” (6)

Carlos García Bedoya opina: “Como es conocido, la presentación de la sexualidad, en la obra de Arguedas es fundamentalmente desgarrada, es una presentación extremadamente cruenta de la sexualidad, no es una sexualidad gozosa, no es una sexualidad de disfrute. (...) Es casi lo contrario: es una sexualidad cargada de culpa, atormentada. (7) Para Mario Vargas Llosa: “En estos relatos hacer el amor no es jamás una fiesta en la que una pareja encuentra una forma de plenitud, una acción que enriquece y completa a la mujer y al hombre, sino un impulso gobernado por oscuras fuerzas a las que es difícil desobedecer y que precipitan al que cede a ellas en un pozo de inmundicia física y moral. (...) No resulta difícil averiguar el origen de esta visión torcida del sexo (que, en última instancia, es de raíz cristiana), pues el propio Arguedas lo señaló, al revelar que las escenas exhibicionistas que observa Santiago en ‘El horno viejo’ fueron fantaseadas a partir de las experiencias que le infligió su hermanastro Pablo Pacheco.” (8)

“Yo he sentido, desde pequeño, cierta aversión a la sensualidad. Algo así como don Bruno en sus momentos de arrepentimiento. Aquel personaje poderoso e inmensamente malvado que presento en el cuento Agua fue sacado de la vida real. Era un hermanastro mío. No solamente era el amo del pueblo, señor de pistola al cinto, sino también terriblemente mujeriego y sexualmente perverso.” (9)

“Para mí la mujer constituyó siempre, y sigue siendo, un ser angelical, la forma más perfecta de la belleza terrena. Hacerla motivo del ‘apetito material’ constituía un crimen nefando y aún sigo participando no sólo de la creencia sino de la práctica. Sólo el verdadero amor puede dar derecho y purificar suficientemente el acto material.” (Carta de J.M. Arguedas a John Murra, 21 de noviembre de 1960). (10)

“-La mujer sufre. Con lo que le hace el hombre, pues, sufre.

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