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José Martí: Su Vida.

Ariachu21 de Febrero de 2014

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José Martí: su vida fue un combate.

“Cual pasa del ahogado en la agonía

todo su ayer vertiginosamente”.

Antonio Machado.

El sol antillano caía sobre la llanura. Dos hombres a caballo se encontraban inmóviles frente a la línea de soldados enemigos. El jinete vestido de negro, con saco y corbata, empuñaba un revólver de cachas de nácar que se sujetaba al cuello con un largo cordón. La frente amplia y blanca contrastaba con las cejas y el bigote negros y espesos. Se inclinó hacia un lado y ordenó a su acompañante:

--Joven, vamos a la carga.

Y hundió las espuelas en “Baconao”, quien saltó hacia delante cual si solo hubiese estado esperando esa orden para entrar en la lid. El hombre iba embriagado por la proximidad del peligro y la presencia de la muerte. Una descarga cerrada hirió la alegría. Sintió un golpe en el pecho, que le hizo llevar hasta allí su mano izquierda y levantar los ojos al cielo, inclinando hacia atrás la cabeza, como si su madre lo fuese a besar en la frente.

“¿Dónde estará mi madre? ¿Qué hará ahora? No me entendió. No estuvo de acuerdo con lo que yo hacía. Mi padre tampoco. De niño quiso que me pusiera a trabajar y dejara los estudios. Pensaba que ya había aprendido bastante. Pero… me querían”.

Disminuyó la presión de la mano sobre el revólver. El cuerpo se inclinó un poco hacia atrás. Le pareció que la silla se había deslizado de entre sus piernas, y se resintió de la vieja herida inguinal del presidio.

“Nunca había visto tanto dolor, tanta crueldad y tanto heroismo juntos. Recuerdo a Lino, a Nicolás, a tantos que, como yo, quedaron marcados para siempre. El presidio me graduó y me forjó. Tenía sólo 17 años y tuve que arrastrar cadenas y sufrir humillaciones. Después, me echaron lejos”.

El pie se salió del estribo y el jinete comenzó a caer. Un peso le oprimió el pecho, como cuando allá, en Nueva York, jugaba con su hijo.

“Pepito…Él me entenderá. Hace años que no lo veo: desde que su madre me lo arrebató, traicionándome. No me dejó ser padre. Carmen…siempre la quise; fue el gran amor de mi vida, pero nunca fue mi compañera. Demasiado apegada a los bienes materiales. ¡Cuántos sinsabores! ¡Cuántas heridas! ¡Cuántos dolores! ¡ Cuántas incomprensiones!

Mientras cae del caballo, nota que todo se oscurece, que un gran silencio se extiende por la sabana, y el olor de la hierba que se aproxima le recuerda los difíciles últimos días de marchas agotadoras subiendo y bajando lomas.

“Les extraña que pueda resistir, que haya venido. Muchos pensaron que no lo haría, que me quedaría. Por eso me criticaron, me negaron, me pusieron obstáculos. Tuve que levantarme contra murmuraciones y acusaciones infames. No me entendieron desde el primer momento. Me tildaron de cobarde advenedizo. Me reprochan por no haberlos apoyado antes, por criticar sus libros escritos al calor de la manigua, pero extemporáneos; por no haber estado en la otra guerra, por hacer versos diferentes. ¡Hasta trataron de envenenarme! Algunos, al amparo de su gloria y de su nombre, me rechazan y quieren menos. Pero al final, después del triunfo, cuando comience en la República la guerra definitiva contra el Norte revuelto y brutal que nos desprecia, marcharemos brazo a brazo y codo a codo”.

No sintió el golpe al caer. Quedó bocarriba, con los ojos abiertos, fijos en el sol.

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