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Nací en 1928 en el seno de una familia rica


Enviado por   •  5 de Junio de 2013  •  474 Palabras (2 Páginas)  •  513 Visitas

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Nací en 1928 en el seno de una familia rica pero asediada por unos demonios que seguramente habían anidado en mi árbol genealógico durante muchas generaciones. Por todos conceptos mi infancia fue un incesante horror. Antes de yo cumplir 2 años, mi madre murió al abortar obligada por mi padre.

Nos trasladamos a la casa de mi abuela materna, mujer severa y santurrona, especie de lideresa religiosa y de la comunidad. Todos los recuerdos de mi primera infancia están impregnados de un espantoso miedo a mi padre, quien me azotaba todos los días con una correa ante el beneplácito de mi abuela; otras veces me encerraba en un closet.

Mi mente estaba sembrada de fragmentos de aquellos horribles recuerdos. Uno de los más pavorosos se refiere a un “juego” que deleitaba a mi padre: Me alzaba en brazos, me sentaba sobre sus hombros y, riendo, se ponía a bailar en la habitación, después cruzaba la puerta y hacia que me golpeara la cabeza contra el dintel.

La primera vez que mi padre me llevó a su cama, yo tenía 6 años; además de violarme, realizó conmigo actos indecibles. No sé como pude sobrevivir físicamente. Todavía me ensucia el hedor de mi padre.

Cuando ella tenía 7 años, su padre murió; durante otros 6 vivió con la abuela quien siguió azotándola. Patricia estaba segura de que su abuela (paterna) había golpeado a su padre con igual saña.

Siendo ya adolescente, me enamoré de un apuesto veterano naval que conocí en la iglesia. Era un hombre muy tímido y bondadoso y sus cualidades eran para mí tan inauditas que me llené de gozo cuando me pidió que me casara con él.

Cuando nos casamos, en 1947, yo estaba plenamente confiada en que nuestro amor lograría borrar la vergüenza de mi infancia. Deseaba mucho tener hijos para amarlos y que me amaran. No sabia que estaba infectada con una violencia monstruosa, tan destructiva como cualquier enfermedad genética.

Casi desde el principio maltraté a mis hijos: a los pequeños les gritaba, y a los mayores los azotaba con un cinturón de cuero. (Nunca los golpeé cuando mi marido estaba en casa, pero él casi siempre estaba afuera). No sólo los maltraté físicamente sino también moralmente, lo cual es posible que en muchos sentidos les causara heridas aún peores.

Mi hijo Patrick (a quien llamábamos Wally) se convirtió en el blanco principal. Sujetándolo de un brazo para que no corriera, lo azotaba con furia en las piernas y en la espalda. El me miraba a los ojos con un mirada firme y serena que instantáneamente me remitía a las sombrías escenas de mi propia infancia, y entonces lo golpeaba con más fuerza; todo terminaba cuando yo lograba vencer y humillar aquella mirada suya, nublada ya por el dolor y el miedo.

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