Un Proser
comcap8316 de Mayo de 2014
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El presidente venezolano Hugo Chávez (1954-2013) fue en este comienzo de centuria el estadista más famoso y polémico de América así como uno de los más activos e influyentes de la escena internacional, donde sus iniciativas alternativas impulsaron el paradigma multipolar. Bajo las banderas de la Revolución Bolivariana y el Socialismo del Siglo XXI, su Gobierno, de rasgos autocráticos al predominar el personalismo y una cadena de mando vertical, pero al mismo tiempo democráticos porque gozaba de una legitimidad electoral incontestable, sometió a Venezuela a profundas transformaciones en todos los ámbitos. Desde su subida al poder en 1999, Chávez suscitó querencias y aversiones casi sin medias tintas: la mayoría de los venezolanos le adoraban o le detestaban de un modo visceral. El mandatario se movió a gusto en una dialéctica nacional de polarización de fuerzas que casi siempre inclinó a su favor.
El resultado de esta singular jefatura estatal ha sido un modelo lleno de claroscuros en el que el debate sobre cuánto ha ganado o ha perdido el país sudamericano en calidad democrática, desarrollo económico y bienestar social no puede ignorar dos premisas básicas del sistema chavista, a saber: que este ha girado absolutamente en torno a la figura abrumadora de su fundador y líder, y que, energías humanas aparte, la savia que lo vitaliza es el petróleo, concretamente el petróleo caro. Si fallara uno u otro soporte (o los dos), el futuro de la República Bolivariana de Venezuela como articulación institucional y jurídica de una ideología y como actor internacional disidente podría quedar en entredicho.
Tras cumplir 13 años en el poder y recién recuperado, aseguraba -para escepticismo de casi todo el mundo-, de una delicada batalla personal contra el cáncer, el Comandante de la boina roja libró en octubre de 2012 su enésima contienda política, las elecciones presidenciales que, coronando un abultado palmarés de victorias, le permitirían renovar en el Palacio de Miraflores
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hasta 2019. A diferencia de las anteriores, las elecciones para el cuarto mandato consecutivo, tercero de seis años, no tenían el resultado cantado de antemano, pero el líder venezolano, cómodo triunfador sobre su adversario de la oposición, Henrique Capriles, zanjó la cuestión de si había alguien capaz de doblegarle en un cara a cara electoral.
Tras esta exhibición de fuerza democrática, Chávez experimentó una grave recaída en su enfermedad. No pudo jurar el cago y el 5 de marzo de 2013 falleció en Caracas a los 58 años de edad.
UN CONDUCTOR CARISMÁTICO Antiguo teniente coronel del Ejército con inquietudes regeneracionistas y profundamente religioso, cabecilla de la tentativa golpista de febrero de 1992 contra Carlos Andrés Pérez, excarcelado por Rafael Caldera y, como consecuencia de todo ello, devenido fenómeno político de masas, Chávez ganó las elecciones de 1998 acaudillando un frente de izquierdas y esgrimiendo un programa de cambios radicales.
Tan pronto como asumió el poder en 1999, lanzó un proceso constituyente de alumbramiento de la Quinta Republica que otorgaba gran importancia a la democracia participativa y que enterró, sin funeral y con abundantes tics autoritarios, a las instituciones identificadas con las formaciones tradicionales dominantes hasta entonces, las viejas AD y COPEI y la más reciente Convergencia. A todas barrió el huracán chavista tras demasiados años de mal gobierno, corrupción, ajustes sociales dolorosos y desatención de las capas más desfavorecidas de la población.
En estas últimas basó su cantera de votos Chávez, quien desde el primer momento desplegó un estilo y un lenguaje inusualmente informales, donde agresividad, sarcasmo y jovialidad iban de la mano. Su verbo torrencial y abrasivo, sus arranques campechanos y coloquiales, sus soflamas vindicativas tachadas de demagógicas y la sistemática descalificación de los adversarios (a veces, implicados en turbias conspiraciones) servían para movilizar a los numerosos incondicionales, pero también espoleaban la pelea Gobierno-oposición hasta la violencia física e impedían los consensos básicos en democracia. El programa de televisión Aló Presidente, un canal de comunicación directo y pródigo en alocuciones pintorescas, fue el instrumento favorito de este gran heterodoxo a la hora de expresar sus ideas y dar parte de sus decisiones. Venezuela quedó impactada por la personalidad arrolladora del nuevo caudillo popular y populista, cálido y paternal con su gente, pero feroz con sus enemigos.
REVOLUCIÓN EN LAS NORMAS, CONFRONTACIÓN EN LAS CALLES, SUPREMACÍA EN LAS URNAS Tras la promulgación de la Constitución redactada por la Soberanísima a últimos de 1999, las votaciones generales de 2000 fueron para Chávez la siguiente cuenta de un rosario de éxitos, electorales y referendarios, en las urnas, a donde no terminaba de trasladarse todo el repudio al oficialismo que voceaban las multitudinarias manifestaciones de la oposición. En abril de 2002, en mitad de una coyuntura muy deteriorada pese a los programas de asistencia y desarrollo sociales, y a rebufo de una matanza de manifestantes en Caracas de autoría incierta, una coalición de militares, empresarios y sindicalistas consiguió descabalgar al presidente, pero las disposiciones reaccionarias del Gobierno de facto presidido por Pedro Carmona precipitaron el colapso del golpe a las pocas horas de consumarse.
Tras su reposición, Chávez, más porfiado que nunca, pisó el acelerador de su revolución por etapas, llegando a requerir de nuevo la investidura de unos poderes extraordinarios que para la oposición eran sinónimo de dictadura. En 2007 la Asamblea Nacional, como ya había hecho en 1999 y 2000, aprobó una Ley Habilitante que permitía a Chávez legislar al margen del procedimiento parlamentario y emitir todos los decretos-leyes que considerara necesarios.
En el lustro posterior a los sucesos de 2002, que conoció cuatro años (2004-2007) de
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crecimiento económico explosivo como contrapunto de la brutal recesión terminada en 2003, las principales empresas productivas, empezando por las industrias petroquímica y siderúrgica, así como la electricidad, la telefonía y parte de la banca retornaron al control del Estado mediante una catarata de adquisiciones accionariales y nacionalizaciones directas. La compañía pública PDVSA fue robustecida para permitirle al Gobierno recaudar más por la renta petrolera y la nueva legislación orgánica de hidrocarburos consagró la total hegemonía estatal sobre el sector, recuperado así para la "soberanía nacional". El campo fue socializado mediante la Ley de Tierras, que derogó la Reforma Agraria de tiempos de Betancourt y permitió las confiscaciones y expropiaciones de latifundios improductivos. Los programas de inversión social, con generosos subsidios en efectivo, cobraron vuelo.
Por otro lado, la ampliación de las competencias del Ejército, la adquisición masiva de armas, la creación de nuevos cuerpos milicianos, la impartición de nociones castrenses en las escuelas y la regulación de organizaciones de base como los Círculos Bolivarianos supusieron una preocupante militarización de la sociedad civil. La estrategia bolivariana de Chávez para Venezuela requirió asimismo toda una retórica revisionista que, en aras de la reparación y la equidad, coqueteó con la lucha de clases (pobres contra ricos, pueblo contra poderes fácticos), ensalzó el mestizaje y dirigió guiños al indigenismo.
En el terreno puramente político, en 2007, el MVR de Chávez y varios de sus aliados de la izquierda procedieron a fusionarse como Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Del proyecto de crear una formación única que aglutinara a todos los partidos progubernamentales se descolgaron tres aliados significativos, Podemos, Patria para Todos y el Partido Comunista. El revés para el presidente en esta apuesta fue mayor al decidir las dos primeras agrupaciones separarse del oficialismo para luego pasarse a la oposición, aunque los comunistas siguieron formando parte de la coalición chavista Polo Patriótico.
El cisma político de la sociedad venezolana se prolongó e incluso se agudizó tras el fallido golpe de Estado de 2002. Un paro petrolero en PDVSA de dos meses de duración, devastador para la economía, desembocó en mayo de 2003 en un acuerdo entre el Gobierno y la Coordinadora Democrática de la oposición que sólo una esforzada mediación internacional fue capaz de arreglar. La tregua se desvaneció pronto y el país siguió sumido en una crispación con chispazos de violencia que volvieron a causar víctimas.
Infatigable y hasta cómodo en la pendencia permanente, Chávez, favorecido además por el despegue económico gracias al vertiginoso encarecimiento del petróleo, ganó sucesivamente el referéndum revocatorio de 2004 (forzado por la oposición con la presentación del número de firmas requerido por este instrumento constitucional), las legislativas de 2005 (con una mayoría de dos tercios, merced al miope boicot de una oposición coja de proyectos y liderazgo) y las presidenciales de 2006 (que le concedieron la reelección por otros seis años con un apabullante 63% de los votos, frente al 59% de 2000 y el 56% de 1998).
LA AMÉRICA BOLIVARIANA Y LA CAMPAÑA CONTRA ESTADOS UNIDOS Partiendo de sus excepcionales lazos con Cuba, donde los hermanos Castro hallaron en su admirador venezolano un socio estratégico de primer orden hasta el punto de confiar en él la sostenibilidad económica del régimen, y publicitándola con su sensacionalismo viajero y declarativo, Chávez comenzó a desarrollar una agenda en extremo ambiciosa que, cual ofensiva geopolítica,
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