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Animales En Extincion

tho0or1 de Enero de 2013

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Saludos queridos lectores les expongo un resumen modificado a mi placer de un texto de Fernando Savater de su libro "Las preguntas de la vida"

Las verdades de la razón.

Quiero dar respuestas a mil preguntas sobre mí mismo, sobre los demás, sobre el mundo, sobretodo cómo vivir mejor en este lío en el que me veo metido. Aunque intentemos no pensar, estas preguntas vuelven sobre nosotros, menos mal, porque si no volvieran sería señal de que la noticia de que voy a morir solo me ha asustado. Querer saber, querer pensar: eso equivale a querer estar vivo. Vivo frente a la muerte, no atontado y anestesiado esperándola.

Tengo muchas preguntas sobre la vida, pero una antecedente a todas ellas, la de cómo contestarlas. La pregunta previa es ¿cómo contestaré a todas las preguntas que la vida me sugiere? Y si no puedo responderlas convincentemente, ¿cómo lograr entenderlas mejor?

Pregunto lo que no sé, lo que aún no sé, lo que quizá nunca sepa. La primera pregunta es esta ¿cómo llegaré a saber lo que no sé? O quizá ¿de dónde puede venirme alguna respuesta más o menos válida?

Para empezar, la pregunta no puede nacer de la pura ignorancia. Si no supiera nada, o no creyese al menos saber algo, ni siquiera podría hacerme preguntas. Pregunto desde lo que sé o creo saber, porque me parece insuficiente y dudoso. Imaginemos que debajo de mi cama existe sin que yo lo sepa un pozo lleno de maravillas, es imposible que yo pregunte cuántas maravillas hay. En cambio puedo preguntarme de qué están hechas las sábanas de mi cama, cuántas almohadas tengo... Soy capaz de plantearme todas estas cuestiones porque parto al menos de la base de que estoy en una cama. Incluso podría preguntarme si realmente estoy en una cama y no en el interior de un cocodrilo gigante que me ha devorado mientras hacía la siesta. Todas estas preguntas son posible porque al menos creo saber aproximadamente lo que es una cama. Acerca de lo que no sé absolutamente nada (el pozo de maravillas) no puedo dudar o hacer preguntas.

Así que debo empezar por someter a examen los conocimientos que creo tener. Y sobre ellos puedo hacer al menos tres preguntas.

A) ¿Cómo los he obtenido? (¿cómo he llegado a saber lo que sé o creo saber?)

B) ¿Hasta qué punto estoy seguro de ellos?

C) ¿Cómo puedo ampliarlos, mejorarlos, o sustituirlos por otros mejores?

Hay cosas que las sé porque me las han dicho otros. Mis padre me enseñaron por ejemplo que es bueno lavarse las manos. Aprendí que las canicas de cristal valen más que las de barro porque me lo dijeron los niños de mi clase. Un amigo muy ligón me enseñó que cuando te diriges a dos chicas hay que hablar primero con la más fea, para que la más guapa tenga envidia. La mayoría de mis conocimientos provienen de fuentes semejantes a éstas.

Hay otras cosas que las sé porque las he estudiado. Puedo recordar que la capital de Honduras es se llama Tegucigalpa. Mis estudios de geometría me desvelan que que una línea recta es la distancia entre dos puntos, y también creo recordar la composición química del agua H2O.

Pero sé también muchas cosas por experiencia propia. Así, he probado que el fuego quema, y que el agua moja. También distingo los colores del arco iris. La experiencia me ha enseñado que puedo sentir, padecer, gozar, sufrir, dormir, y tal vez soñar.

Ahora bien, ¿hasta que punto estoy seguro de las cosas que sé? Desde luego no todas me las creo con el mismo grado de certeza. Pensándolo bien, cada una de ellas puede crearme dudas. Creerme algo porque otros me lo han dicho no es demasiado prudente. Podrían querer engañarme, o ellos mismos estar equivocados. Aunque den mayor garantía, las materias de estudio tampoco son fiables.

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