El bosque de las letras
Enviado por bernygb • 28 de Abril de 2015 • Síntesis • 736 Palabras (3 Páginas) • 289 Visitas
El bosque de las letras
A Virgilio no le gustaba leer. Así que en cuanto la profesora, la señorita Esperanza, les dijo aquello, se armó la revolución.
–Este trimestre vamos a leer este libro, y después vendrá el autor.
El libro que tenían que leer era de los “gordos”. Y sin dibujos. Virgilio cogió la dichosa novela y empezó a leerla. Una página. Dos. Ni siquiera se dio cuenta. A la tercera ya estaba enganchado. Al cerrar el libro, tuvo un extraño sentimiento de pena.
El día que el escritor fue a hablar al colegio, Virgilio se sentó en primera fila. Al terminar la charla, la clase entera formó una cola para que les dedicara los correspondientes libros. Virgilio esperó a ser el último.
–Quería hablar con usted. Su libro es el primer libro que leo entero y me gusta. Quiero que me diga títulos de novelas suyas o de otros autores. El autor del libro se lo quedó mirando con seriedad.
–Tú deberías leer El Libro. El Libro únicamente puede leerse en la biblioteca pública. Tú entra, dirígete al bibliotecario o bibliotecaria, le dices que te envío yo y que quieres leer El Libro. Nada más.
Virgilio salía de la escuela aún conmocionado por las palabras del escritor. Iba a cruzar la calle, envuelto en sus pensamientos, cuando de pronto, al levantar la cabeza, se quedó mudo. Allí, frente a él, en la acera opuesta, en el mismo lugar por el que pasaba cada día cuatro veces, dos al ir a la escuela y dos al regresar, vio el letrero. Una biblioteca. Lleno de entusiasmo, feliz, cruzó la calle a la carrera.
La biblioteca era cuadrada y tenía tres pisos. El techo, de cristal labrado, era lo más bello que Virgilio recordase haber visto jamás. Precisamente mirándolo absorto, casi ni se dio cuenta de que ya había llegado hasta el espacio ocupado por la bibliotecaria. Virgilio se detuvo frente a ella.
–Buenas tardes. Quería… –Virgilio tragó saliva–. Quería El Libro.
A la señora le cambió la cara.
– ¿Quién te envía?
–Me envía el escritor.
–Al fondo –señaló ella.
Virgilio volvió la cabeza. Había una puerta. Caminó con paso vacilante e inseguro. Puso la mano en el tirador de la puerta y lo movió hacia abajo. La hoja de madera cedió sin apenas empujarla. Primero no vio nada, porque todo estaba en penumbra, pero al abrir un poco más fue naciendo una luz y vio algo. Un gran libro, enorme y grueso, de tapas duras. Le llamaba. Su mano rozó las cubiertas del libro. “El fabuloso mundo de las letras.”
Apenas si levantó la cubierta un milímetro, un destello de luz emergió de ella.
Levantó la cubierta un poco más. Y a medida que la luz aumentaba en intensidad, las paredes de la habitación comenzaron a desvanecerse. ¿Estaba soñando? Había creído vislumbrar algo más allá de ellas, como si se esfumaran sin más, haciéndose invisibles.
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