La Sociobiologia
linkinpark716 de Septiembre de 2012
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¿Puede la Sociobiología fundamentar la ética?
María Natalia Zavadivker
Este articulo pretende examinar los presupuestos de la Sociobiología en tanto herramienta teórica que procura extender las consecuencias de la teoría sintética de la evolución al ámbito de los comportamientos sociales, particularmente aquellos vinculados a la esfera moral. Me propongo investigar si la Sociobiología poseería la potencialidad para, si bien no fundamentar una ética, al menos proporcionar una explicación plausible del porqué de su origen y difusión en el seno de las comunidades humanas, e incluso animales. La Sociobiología pretende dar cuenta del sentido último de la moral recurriendo exclusivamente a su funcionalidad como estrategia adaptativa propia de nuestra especie, es decir, sin apelar a ninguna instancia que trascienda la esfera meramente biológica.
Comenzaré por esbozar algunos principios básicos de la Sociobiología, haciendo especial referencia al espectro de conductas vinculadas a la esfera moral que estas teorías pretenden explicar, e incluyendo ciertas consideraciones críticas. Estas últimas nos permitirán abordar dos preguntas fundamentales: cuál es el verdadero valor adaptativo de las creencias y conductas morales, y qué puede aportar la Sociobiología a la fundamentación de la ética.
El paradigma sociobiológico y el altruismo como conducta anómala
La teoría sociobiológica puede resumirse en cuatro principios:
1) Adaptacionismo: Las sociedades humanas existen en su forma actual como resultado de adaptaciones exitosas, es decir, porque su repertorio conductual ha sido seleccionado por el medio, favoreciendo en el pasado el éxito reproductivo de los primeros individuos cuyas respuestas fueron adaptativas, y propagando así la herencia de los genes exitosos.
2) Imperativo reproductivo: Cualquier manifestación cultural (sistemas morales, creencias religiosas, filosóficas, políticas, etc.) existe en la medida en que promueve la supervivencia y la reproducción de la especie humana.
3) Reduccionismo genético: El proceso evolutivo depende exclusivamente de la replicación de los genes, más que de la supervivencia de organismos individuales. Estos últimos son sólo el recurso del que se sirven los genes para autorreplicarse, de lo que se infiere que la autoconservación del individuo no es el fin último, sino el medio para alcanzar la edad reproductiva.
4) Inmanentismo biologicista: aún cuando solamos dar a nuestras acciones y propósitos un sentido trascendente, todas nuestras metas están circunscriptas a los mandatos inmanentes de nuestra naturaleza biológica (supervivencia y reproducción). De allí que todo comportamiento humano sea básicamente egoísta y pragmático.
Este conjunto de presupuestos nos permite inferir el principal escollo teórico reconocido por los propios sociobiólogos como una “anomalía” que requiere ser explicada: la constatación fáctica de la existencia del altruismo, tanto en el hombre como en otras especies. Numerosos registros empíricos dan cuenta de que algunos animales colaboran favoreciendo el incremento de las posibilidades reproductivas de otros, aún a costa de disminuir sus propias posibilidades de procrear. Si para la Sociobiología los genes son las unidades básicas sobre las cuales actúa la selección, y los organismos no son más que la maquinaria que utilizan los genes para autorreplicarse por la vía reproductiva, entonces es de esperar que todo organismo sea impulsado por sus genes a procurar el logro del mayor éxito reproductivo posible. Dado que las conductas altruistas contribuyen a disminuir las oportunidades reproductivas del benefactor en beneficio del receptor del acto altruista, es de esperar que los genes altruistas tengan menores oportunidades de propagarse, con lo cual a la larga deberían haber sido eliminados por la selección natural.
Darwin había constatado este fenómeno y se vio obligado a admitir, aun en contra de sus propios principios, la posibilidad de que en algunos casos la selección actúe a nivel del grupo, de modo tal que algunos individuos podrían autosacrificarse en favor de su comunidad. Sin embargo, los sociobiólogos rechazaron esta explicación, procurando demostrar que las conductas altruistas sólo pueden estar ligadas a un posible vínculo parental entre individuos, y son directamente proporcionales al grado de consanguineidad. Así, por ejemplo, señalan que aún cuando un individuo pueda perder sus oportunidades reproductivas en aras de ayudar a otro, en cierta medida contribuye a la supervivencia de la parte de sus genes comunes con aquel. Supongamos que una tía solterona renuncia al ejercicio de la maternidad para hacerse cargo de los hijos de su hermana fallecida. Si bien no está perpetuando sus genes directamente, está contribuyendo a la supervivencia de parte de su acervo genético y posibilitando que sus sobrinos alcancen la edad reproductiva y sigan perpetuando los genes familiares. Este argumento, conocido como selección de parentezco, permite explicar, por ejemplo, la conducta de las abejas obreras estériles que renuncian a la procreación para cuidar de sus hermanas.
Sin embargo, aún resta explicar aquellas conductas tendientes a favorecer a individuos no emparentados genéticamente. Para estos casos Trivers propuso la hipótesis del altruismo recíproco: ayudamos a otros porque tenemos la expectativa de que el favor nos sea devuelto en caso de apuros. Los individuos que se comportan de modo cooperativo con el prójimo tienen mayores posibilidades de recibir una ayuda recíproca en el futuro, con lo cual incrementan al mismo tiempo sus posibilidades de sobrevivir y dejar descendencia, contribuyendo así a la propagación de sus genes altruistas.
Nótese que estas explicaciones presuponen que el altruismo poseería una base genética, tesis contrapuesta a muchas teorías humanistas que ven al altruismo como una conducta aprendida en el proceso de socialización con el fin de facilitar los procesos de cohesión social. Lo propio de éstas es considerar que el altruismo no surge espontáneamente de la voluntad del individuo, sino que en el fondo se contrapone a ella, generando actitudes forzadas y ajenas a nuestras verdaderas inclinaciones. La idea de un origen genético del altruismo sugeriría que éste nace espontáneamente y en conformidad con nuestras inclinaciones. Sin embargo, los sociobiólogos recalcan el papel del egoísmo como motivación última del altruismo, como si la tendencia altruista no fuera más que una herramienta altamente adaptativa para la satisfacción de fines estrictamente egoístas. En otras palabras, es un recurso entre otros tantos (competencia, territorialidad, agresividad, etc.) del que se valdría nuestro egoísmo (o el de nuestros genes) para cumplir sus metas. De esa manera, no poseería un valor moral intrínseco al constituir un mero medio para la satisfacción de fines no morales.
Estas consideraciones nos permitirían suponer que la extensión y proliferación de casos individuales de altruismo recíproco fue dando lugar a la existencia de un código ético primitivo.
Un comienzo más ancestral: la restricción en la agresión
Pero no sólo las conductas altruistas permitirían explicar el surgimiento de la ética. El altruismo primitivo puede haber sido el antecedente de una moral positiva, entendida como tendencia a beneficiar al prójimo en lugar de meramente abstenerse de provocarle un perjuicio. La moral negativa, aquella que sólo se circunscribe al mandato de límitar las libertades individuales a fin de no avanzar sobre los derechos ajenos, pudo haber tenido un origen aún más ancestral, con antecedentes en casi todas las especies animales. La conducta adaptativa que la precedería es aquella conocida como restricción en la agresión. La agresión es una estrategia altamente adaptativa presente en casi todo el mundo animal, vinculada a la competencia por el territorio, los recursos alimenticios y las hembras. Sin embargo, se comprobó que existiría un umbral de agresividad por encima del cual la eficacia individual descendería, puesto que la persecución de cualquier objetivo (territorio, hembras, alimentos, etc.) tiene como límite la puesta en peligro de la propia subsistencia. La agresividad irrestricta sería entonces, menos ventajosa que el cálculo prudencial allí donde el individuo percibe la inferioridad de sus fuerzas con respecto a las de su rival, y opta por retirarse de la contienda en haras de preservar su vida. Pese a que la teoría de la evolución cargó excesivamente las tintas sobre los mecanismos de competencia intra e interespecíficos, en realidad la competencia directa suele ser el último recurso del que se valen los organismos, y la propia diversificación de especies, separación de nichos y especialización es en parte una consecuencia del intento de individuos y especies de evitar la ocupación de los mismos territorios y el consumo de los mismos nutrientes. La competencia suele aparecer o exacerbarse sólo en épocas de escasez de recursos.
Podríamos suponer que muchas de nuestras creencias éticas tendrían su origen en estas formas ancestrales de cálculo prudencial, una especie de capacidad primitiva de evaluación de riesgos y balance coste-beneficio, que en el homo sapiens sería una función consciente del neo-cortex, mientras que en otras especies podría ser un mecanismo biológicamente condicionado. La apelación a la guerra como último recurso sólo cuando se agotaron las demás instancias negociadoras; el contrato social tácito en función del cual los miembros de una sociedad ceden parte de su libertad al Estado a cambio de protección; la insistencia
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