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Cuento.de.valores

zanhug16 de Octubre de 2013

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CUENTO: VALOR AUTODOMINIO……..Un montón de clavos

Jaime era un niño bueno y cariñoso, pero muy impulsivo. Cuando se enojaba rompía lo que estaba a su alcance, gritaba y hasta daba patadas contra la pared. Quienes vivían en aquella bonita casa del campo lo sabían e incluso las gallinas salían corriendo cuando lo veían de malas. Sus padres, Martín y Julia, ya no sabían qué hacer.

En una ocasión su amigo de rancho cercano fue a buscarlo para que salieran a jugar. Era enero y caía una fina nevisca en el campo. Cuando le pidió permiso a doña Julia ella se lo negó.

—No quiero que salgas porque puedes enfermarte.

—Ándale mamá, déjame.

—Mejor dile a tu amigo que jueguen aquí dentro, así él y tú pueden ponerse a …

Doña Julia no acababa de hablar cuando Jaime ya estaba furioso. Correteó a dos becerrillos que saltaron las trancas del corral y rompió tres brillantes jarros aventándolos contra el piso de la cocina. Se encerró en su cuarto y no salió siquiera a comer su rico pan dulce de todas las meriendas, ni su atole de arroz.

Esa noche, doña Julia le contó a su esposo. Don Martín se quedó pensando. Ya habían probado todo: no dejarlo montar su caballo favorito ni llevarlo a la feria del pueblo. Pero nada de lo que hacían o decían daba resultado.

Al día siguiente informó a su esposa:

—No dormí, pero ya se me ocurrió algo.

Jaime apareció en la cocina y se sentó como si nada. Al terminar su desayuno Don Martín le dijo:

—Ándile, póngase su chamarra y acompáñeme.

El pequeño asintió y fueron al patio trasero, donde había muchos pedazos de madera. Don Martín le dio un martillo y un puño de clavos.

—Mire mijo, usted es muy bravo y muy valiente, pero le voy a enseñar algo para que se le quite lo enojón. Traiga ese pedazo de madera.

Jaime obedeció y su padre le explicó:

—Cada que le entren los corajes venga aquí y clave un clavo en esta tarima.

El primer día hizo un coraje tremendo porque una mula lo salpicó de lodo. Fue al patio y clavó veinte clavos. En los días que siguieron, el número fue disminuyendo pues le parecía una tontería tener que estar clave y clave por cosas sin importancia. Jaime estaba aprendiendo a dominarse.

Dos semanas después hubo un día en que ya no tuvo nada que clavar y lo dijo a su padre. Éste respondió:

—No va usted nada mal. Ahora, cada que se aguante los corajes, va a ir sacando un clavo de la tarima— le pidió.

Y así lo hizo por casi un mes hasta que el madero quedó limpio. Orgulloso, se lo mostró a sus padres. Don Martín lo felicitó y le dijo que se sentara.

—Mire mijo, todos los agujeritos que quedaron en la tarima.

—Son rete hartos, papá.

—¿Y puede quitarlos?

—Pues no… —respondió el pequeño.

—Para que vea: cuando se enoje quédese quieto y espere a que se le pase.

Al comprender que el enojo pasa, pero las acciones no se borran, Jaime aprendió a aguantar los corajes. Se convirtió en un muchacho simpático, contento y calmado que siempre andaba de buenas.

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