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CUENTOS DE VALORES


Enviado por   •  1 de Diciembre de 2014  •  1.769 Palabras (8 Páginas)  •  206 Visitas

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Unas cuantas pinzas en los respaldos parecían los pinchos de la alambrada del penal.

Tuvo la tentación de encerrar a Fermín, el loro de plumas azules que compraron sus padres en el Caribe.

Acercó la mano al aro que sostenía la jaula, pero oyó:

—¡Brrgg, niña mimada, brrgg Berta me harta!

La pequeña sintió tanta rabia por las palabras del loro, que le sacó la lengua y se fue del comedor.

—Ya no juego contigo a las cárceles, loro tonto

—balbuceó entre dientes.

Se puso Berta su estrella de sheriff color plata y buscó algún ladrón o malhechor por los alrededores del pasillo.

Solo encontró al abuelo Paco y a papá Nicolás. ¡Maldición!

¿Cómo iba a meterlos en su cárcel si los mayores no suelen robar juguetes ni escupir a los niños ni echar patatas fritas y trozos de queso en tu coca cola a mala idea? Ahora bien,si tienes un calabozo tiene que haber presos. El primer reo fue el abuelo Paco, que había venido a merendar. El abuelo conocía bien el cartel de la puerta:

«Tratad a Berta con suma delicadeza, como a una princesa sueca, como a la porcelana del Brasil».

—Abuelo, cuéntame alguna fechoría que hiciste de niño.—¡Fechoría! ¡Qué palabra más graciosa! Pues… déjame pensar. De niño yo era un poco travieso… seguro que más de una vez haría alguna faena a mi madr…

Antes de que acabara la frase, Berta se lanzó sobre su abuelo gritando:

—¡A la cárcel los bribones, los pillos y los ladrones!

Y sin poder terminarse el donut ni apurar su café con azúcar, el señor Paco fue esposado y conducido al penal.

Berta cerró muy seria con tres vueltas de llave los aros de plástico gris. Las manos regordetas del abuelo sintieron un agradable cosquilleo y se echaron a reír.

—Silencio, en la cárcel están prohibidas las bromas y la alegría. Además en mi prisión ultratenebrosa ya no te llamarás Paco, te diremos Pacorro —dijo la niña apretando los dientes.

Papá Nico, que estaba preparando una exquisita fuente de canelones de bonito del norte, exclamó:

—Hija mía, Bertita, qué imaginación tienes. ¡Mira que encerrar al abuelito! Cariño, suéltalo. A ver si coge frío en la terraza, ja, ja, ja. ¡Qué niña más especial!

—¡A callar! —arremetió Berta—, Pacorro merece estar algún tiempo a pan y agua.

—Pero qué bromista eres —dijo el abuelo Paco todavía con ganas de sonreír.

—No estoy de juerga y te exijo «suma delicadeza»

—sentenció la nieta haciendo sonar la llave gigante de la cárcel.

A Nico no le pareció correcto el tono de voz de la niña y pensó:

«Berta a veces es muy agresiva. Se pasa un poco contestando así al pobre abuelo». Pero se acordó de lo que él mismo había escrito en la puerta y no dijo nada.

En ese momento se oyó la voz aguda del loro Fermín:—¡Niña mimada, grrr, Berta me harta!

Berta miró al loro como una vampira y tuvo ganas de apretarle el pescuezo al pobre pájaro.

Más tarde pasó por allí de visita el tío Juan, que traía una gran cesta de uvas recogidas en las viñas del pueblo. Leyó el cartel de la puerta. Con esas letras tan grandes lo memorizó enseguida.

Sin muchos miramientos, el tío Juan también fue de cabeza al penal de la terraza.

—Tío Juan, ¿puedo comer unas cuantas uvas? —dijo Berta un poco antes de encerrar a su tío.

—Por supuesto, princesita sueca, ¿cómo no te voy a dar uvas si eres mi sobrina preferida?—¡Bah, eso es una tontería y además una chorrada!

—contestó la pequeña—, yo soy tu única sobrina, por eso soy tu preferida. Ahora contéstame: ¿tú has sido avaricioso alguna vez?

—¿Avaricioso? ¡Pero qué palabras más complicadas te enseñan en el cole! Bueno, déjame pensar, una vez recuerdo que en el patio del colegio yo tenía una enorme bolsa de cromos y no quise dar…

De nuevo, sin dejar a su tío terminar la frase, Berta voceó:—¡A la cárcel los bribones, los pillos y los ladrones!

Y con un gesto ágil apresó al invitado con las esposas del juego de vaqueros que le regaló el propio tío Juan por su cumpleaños. Luego lo empujó hasta la terraza amenazándolo con su pistola falsa y lo obligó a sentarse en el frío suelo junto al abuelo Paco.

—¡Berta, niña mimada, grrr, Berta me harta! —protestó de nuevo Fermín.

«Va a tener razón el loro, mi hija está muy consentida», se dijo de nuevo papá Nicolás mientras rayaba el queso parmesano. Pero como estaba muy concentrado en cocinar, esta vez tampoco interrumpió el juego de la cárcel.

Un rato después la situación se complicó. Eran las ocho y media de la tarde y ya estaban encerrados: el abuelo Paco, ahora llamado Pacorro, el tío Juan (el preso Juanchete) y papá Nico, que ya se estaba empezando a poner nervioso con su hija.

—Berta —dijo su padre—, parece que el abuelo está pasando frío. ¿No ves cómo tose? Anda, suéltanos. Además se acerca la hora de cenar y tengo que echar un vistazo a los canelones.

—Corta el rollo, repollo —exigió Berta—. ¡Háblame con suma delicadeza! ¿Es que no sabes tratarme como

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