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Ensayo Literario


Enviado por   •  24 de Marzo de 2015  •  691 Palabras (3 Páginas)  •  168 Visitas

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El tema de las razas humanas siempre levanta polémica. Y resurge periódicamente.

En 1994 un libro llamado La curva de campana (The bell curve), del psicólogo Richard Herrnstein y el politólogo Charles Murray, ambos estadounidenses, causó gran revuelo al afirmar que la inteligencia humana (medida como IQ, concepto ya bastante polémico en sí mismo) presentaba diferencias entre las distintas razas humanas, y que estas diferencias podían atribuirse a los genes.

Se imaginará usted la discusión que siguió. Todo tipo de especialistas en ciencias sociales y humanidades, además de biología, psicología y genética, denunciaron al libro como racista. Y con razón.

Más recientemente, el famosísimo biólogo James Watson, uno de los descubridores de la doble hélice del ADN, se suicidó académicamente en 2007, mientras promovía su más reciente libro Prohibido aburrirse (y aburrir) (Avoid boring people), al declarar que la inteligencia de los negros era inferior a la de los blancos. (Probablemente pensaba que estaba ayudando a combatir la injusta situación de la población negra de África, al pedir que tal diferencia de inteligencia se tomara en cuenta al diseñar políticas educativas… Pero su legendaria torpeza y falta de tacto le impidió darse cuenta de las implicaciones racistas de lo que para él eran simplemente “datos”.)

Pues bien: se acaba de presentar la edición en español del libro Una herencia incómoda (A troublesome inheritance, 1994), del periodista científico inglés Nicholas Wade. ¿Su tesis? Que los modernos estudios de genomas humanos permiten reconstruir la historia de nuestra especie en los últimos 50 mil años, a partir de nuestro origen en África, y muestran que conforme los grupos humanos se fueron dispersando geográficamente, fueron acumulando cambios evolutivos que hoy explican la existencia de tres (o cinco, o siete, pues el dato cambia a lo largo del libro) “razas continentales” humanas (blancos, negros y asiáticos, a las que podrían añadirse otras).

Esto bastaría para levantar controversia, pero Wade va mucho más allá: argumenta que son esas diferencias genéticas entre razas las que explican las características de las diversas culturas (la democracia e innovación occidentales, la sumisión y respeto por la tradición de los orientales, por qué los judíos ganan tantos premios Nobel, por qué las sociedades árabes tienden al autoritarismo y las africanas a la organización tribal, entre otras barbaridades).

En otras palabras, Wade pretende reducir no sólo las características físicas raciales, sino la historia humana entera, y las peculiaridades de las distintas sociedades, a la influencia de los genes en el comportamiento de los individuos de cada “raza”.

El debate que se ha desatado es intenso, y proseguirá.

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