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LIBRO LA PRUEBA


Enviado por   •  3 de Julio de 2014  •  1.013 Palabras (5 Páginas)  •  2.129 Visitas

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La prueba

José Agustín Escamilla Viveros

Siempre fui un viejo gruñón. Ahora que estoy muerto y soy un fantasma veo a mis familiares llorando frente a mi ataúd. Me duele mucho que mi hija esté deshecha. La acompaña Eduardo, su novio, ¿por qué siempre me cayó tan gordo? ¿Por qué lloran todos si siempre los traté mal?

Nunca creí en la existencia del cielo o del infierno, pero veo una luz muy blanca y siento la necesidad de seguirla. En un instante estoy ante un anciano que tiene una barba muy larga y blanca. Del lado derecho de su túnica cuelga un manojo de llaves. Me mira, sonríe y me dice:

Eusebio, aunque fuiste un buen hombre, jamás demostraste amor por tus semejantes. Para que entres al cielo, es necesario que regreses a la Tierra ya prendas a amar a tu prójimo.

¿Voy a resucitar?

No, reencarnarás

¿Seré niña o niño?

No reencarnarás en un ser humano

¿Hoy voy a regresar?

No, aún no es tiempo. Duerme. No tuve tiempo para protestar. Todo se volvió oscuro y me quedé dormido. Los años pasaron tan rápido como un pestañeo. Una luz intensa me despierta.

Es momento de volver. Es tu oportunidad para demostrar que amas a tu prójimo

Me ordenó el anciano de la barba blanca

¿A quién debo amar?

Lo sabrás en su momento. De repente regresó la oscuridad, avanzo lentamente por un túnel tibio y húmedo, ahora una luz muy intensa me deslumbra, siento frío, unas manos me estrujan, me limpian con un trapo y me ponen sobre una almohada junto con otros cachorros. ¡Soy un perro! ¿Por qué reencarné en un perro? ¿De qué trata este plan? ¿Cómo voy a demostrar que amo a mi prójimo si soy un perro? Tengo hambre y frío. Por instinto busco el cuerpo de mi madre y su calor. La encuentro, me aferro a ella y ella me alimenta, la leche sale dulce y tibia. Esto es vida.

Los días de mi vida como perro pasan muy rápido, ya tengo un mes y medio. Los dueños nos colocan a mis hermanos y a mí en una gran caja de cartón, parece que nos van a vender, porque oigo muchas voces de niños. Acerté.

¡Qué lindos perritos!

Las manos de los niños nos toman con rudeza, mis hermanos lloran. Dos niños, al parecer hermanos, me miran enternecidos. El mayor me toma con cuidado, el menor me acaricia mientras le dice a su mamá:

¿Podemos quedarnos con éste, mami?

Veo a la señora, me parece conocida. ¡Caramba! ¡Es mi hija! ¡Qué guapa es! Mi hija paga, los niños, que son mis nietos, están felices, riñen para cargarme. Subimos a un coche. Después llegamos a su casa Si mi misión es demostrarle amor a mi prójimo no me va a costar ningún trabajo, pues mis nietecitos son adorables. Toda la tarde jugué con los niños. Desde hace mucho tiempo no me sentía tan feliz. En la noche llegó mi yerno. Por fin conocería al afortunado que se casó con mi princesa. Salgo de la caja de cartón que me sirve de casa. Todo está oscuro y sólo distingo su silueta. Es delgado. Una luz se enciende ¿Eduardo? ¿Mi hija se casó con ese haragán? ¡Ahora sí lo muerdo! Me lanzo contra él pero mi nieto me levanta y me muestra orgulloso ante su padre.

¿Te gusta, papi?

Es muy bonito, ¿cómo se llama?

¡Chester!

Me gusta el nombre y el perrito también

Eduardo extiende la mano para acariciarme y aprovecho la oportunidad para morderlo

¡Ahuch! Será un buen guardián porque es muy bravo.

¡No muerdas a tu amo!- dijo el niño, de castigo dormirás en el patio. Empiezo a llorar. Me levantan el castigo. Dormiré en la sala. Al poco rato los niños se despiden de mí y mi hija los lleva a dormir. Ella y Eduardo se quedan en la sala.

¿Cómo te fue hoy en el juzgado, amor? pregunta ella.

Tuve mucho trabajo. Estoy preocupado porque se desahogaron las pruebas contra la banda de secuestradores. El jefe de ellos me dijo que más me valía que el dictamen fuera favorable porque si no me iría mal.

¿Qué le contestaste? - preguntó angustiada mi hija.

Que yo no dictaría la sentencia. No temas. Todo estará bien -le dijo él mientras la abrazaba.

Esa noche fue de perros para mí. ¿Qué podía hacer un cachorro contra unos delincuentes? ¿Quién podrá ayudarme? ¿Qué haré? Protegeré a mis niños ya mi hija de esos malvados. ¡No permitiré que les hagan daño! Mi infancia perruna fue feliz, salvo por los baños y las vacunas. En las tardes jugaba con mis niños. En la noche salía a esperar a mi yerno, quien se había convertido en un buen hombre, era trabajador, amaba a mi hija y adoraba a sus pequeños. Lo había juzgado mal.

Una noche, mientras esperaba a Eduardo, vi que un taxi se estacionó en la acera de enfrente. Dos tipos veían con insistencia la casa. ―Esto no me gusta nada‖, empecé a ladrar con todas mis fuerzas. Los vecinos se asomaron a sus ventanas. El auto arrancó y se fue. Poco después llegó Eduardo en su coche. Me dio tanto gusto verlo que mi cola se meneaba de un lado a otro. Mi yerno se bajó para abrir y en ese instante escuché pasos apresurados: los tipos habían vuelto. Uno de ellos se llevó la mano a la bolsa y sacó un objeto puntiagudo que brilló en la oscuridad. No lo pensé dos veces, salté sobre el hombre, lo desarmé, lo mordí con todas mis fuerzas hasta que cayó; el otro se quedó paralizado, también me lancé contra él y un bango me detuvo en el aire, caí, en cámara lenta lo vi apuntarle a Eduardo ―Dios mío, da me fuerzas‖, pensé y me levanté de nuevo, le mordí la mano con la que sostenía la pistola y no lo solté. A lo lejos escuché sirenas, los comentarios de los vecinos.

¡Qué perro tan valiente! ¡Llamen a un veterinario! Cuando llegó la policía yo me sentía muy débil y solté al hombre. Todo lo veía lejano, ajeno. Me estaba muriendo de nuevo. Había pasado la prueba.

...

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