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Las Palabras Magicas

ximenitapilar19 de Junio de 2015

520 Palabras (3 Páginas)402 Visitas

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Conoce al autor

Alfredo Gómez Cerdá es uno de los más conocidos

escritores españoles de literatura infantil

y juvenil. Nació en Madrid, en 1951, y estudió

Filología Española. Obtuvo el premio El Barco de

Vapor en 1989 con Apareció en mi ventana. Su amplia

bibliografía incluye títulos como Las palabras

mágicas, Con los ojos cerrados, Peregrinos del Amazonas,

El monstruo y la bibliotecaria, La sombra del gran

árbol, Sin máscara y Cuaderno de besos. Colaboró en

Aprenda II, un proyecto educativo realizado en

San Antonio, Texas (Estados Unidos).

Las miradas del escritor

Es muy improbable que un escritor se haya librado

a lo largo de su vida de tener que responder

unas cuantas veces a algunas preguntas, que

se repiten de manera obsesiva, y que formulan

por igual los niños, los adolescentes, los adultos

y hasta los ancianos: “¿Cuánto se tarda en

escribir un libro?”, “¿Cuáles son tus temas preferidos?”,

“¿Escribes a mano, a máquina o con

ordenador?”, etc., etc. ¡Siempre las mismas preguntas!

De todas ellas, la que me sigue dejando más

perplejo y confundido, la que más trabajo me

cuesta responder es la siguiente: “Escritor, ¿en

qué te inspiras?”.

El dato del tiempo empleado es algo objetivo y

cuantificable, lo mismo que el tema o el propio

estilo literario; sin embargo, hablar de la fuente

en la que bebe tu propia inspiración suele

resultar mucho más peliagudo y confuso. ¡Puedes

inspirarte en tantas cosas! Y el lector, y las

personas en general, deberían saberlo. Puedes

inspirarte en sentimientos, en recuerdos, en vivencias,

en lecturas, en obsesiones, en noticias

del periódico... A veces detalles insignificantes

pueden servir como punto de partida.

Una historia muy compleja bien pudo surgir

de un recuerdo, o de un silencio luminoso, o de

un gesto enigmático, o de un objeto olvidado en

el fondo de un baúl, o de una gota de lluvia jugueteando

en el cristal de tu ventana, o de unas

pisadas inquietantes... Y por el contrario, una

historia muy sencilla quizá nos exigió años de

reflexión y dudas.

Cuando pienso en la inspiración suelo recordar

el comienzo de un libro magnífico de Juan Farias,

El estanque de las libélulas. Y me imagino al propio

Juan, sentado a su mesa, tratando de “inspirarse”.

Empecé a dibujar. Lo hago cuando no sé qué

escribir. Dibujé un botijo, dos mariposas y el fusil

de chispa de un beduino, escribí la palabra

pan y le pegué un mordisco porque eran ya las

once, dibujé una rana y la rana saltó a cazar a la

mosca que daba vueltas alrededor de mi nariz,

dibujé más cosas y un niño descalzo.

Y surgió el milagro, es decir, el libro. Pero...

¿qué fue lo que inspiró de verdad a Juan Farías?

¿El botijo? ¿Las dos mariposas? ¿El fusil de chispa

del beduino? ¿El pan? ¿La rana? ¿La mosca?

¿El niño descalzo? Quizá le inspiraron todas esas

cosas a la vez, o quizá algo que no llegó a dibujar

pero que bullía desde hacía mucho tiempo en su

cerebro. ¿Sabrá él de verdad lo que le inspiró?

Pero la pregunta no dejan de repetirla: “Escritor,

¿en qué te inspiras?”.

Reconozco que he encontrado una respuesta,

que utilizo siempre:

“Me inspiro en dos miradas”, digo.

“¿Y cómo se come eso de las dos miradas?”,

vuelven a preguntarme, con cierto tono de broma,

pensando que yo les estoy tomando el pelo.

Pero

...

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