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AMAR Y DEPENDER


Enviado por   •  3 de Septiembre de 2014  •  12.819 Palabras (52 Páginas)  •  323 Visitas

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PARTE III

VENCIENDO EL APEGO AFECTIVO

Cómo desligarse de los amores enfermizos

y no recaer en el intento

“Espero curarme de ti en unos días.

Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte.

Es posible. Siguiendo las prescripciones

de la moral de turno.

Me receto tiempo, abstinencia, soledad”:

JAIME SABINES

“Si me engañas una vez, tuya es la culpa.

Si me engañas dos, la culpa es mía”

ANANÁGORAS

Muchas personas viven entrampadas en relaciones afectivas enfermizas de las cuales no pueden, o no quieren, escapar. El miedo a perder la fuente de la seguridad y/o bienestar las mantiene atadas a una forma de tortura pseudoamorosa, de consecuencias fatales para la salud mental y física.

Con el tiempo, estar mal se convierte en costumbre. Es como si todo el sistema psicológico se adormeciera y comenzara a trabajar al servicio de la adicción, fortaleciéndola y evitando enfrentarla por todos los medios posibles. Lenta y silenciosamente, el amor para a ser una utopía cotidiana, un anhelo inalcanzable. Y a pesar del letargo afectivo, de los malos tratos y de la constante humillación de tener que pedir ternura, la persona apegada a una

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relación disfuncional se niega a la posibilidad de un amor libre y saludable; se estanca, se paraliza y se entrega a su mala suerte.

No importa qué tipo de vínculo tengas, si realmente quieres liberarte de esa relación que no te deja ser feliz, puedes hacerlo. No es imposible. La casuística psicológica está llena de individuos que lograron saltar al otro lado y escapar. Hay que empezar por cambiarlas viejas costumbres adictivas y limpiar tu manera de procesar la información. Si aprendes a ser realista en el amor, si te autorrespetas y desarrollas autocontrol, habrás empezado a gestar tu propia revolución afectiva.

EL PRINCIPIO DEL REALISMO AFECTIVO

Realismo afectivo significa ver la relación de pareja tal cual es, sin distorsiones ni autoengaños. Es una percepción directa y objetiva del tipo de intercambio que sostengo con la persona que supuestamente amo. Una autoobservación franca, asertiva y algo cruda, pero necesaria para sanear el vínculo o terminarlo si hiciera falta. Analizar honesta y abiertamente el “toma y dame” amoroso es el requisito primordial para allanar el camino hacia una relación afectiva y psicológicamente placentera. Sin embargo, en la práctica las personas apegadas a relaciones afectivas perniciosas esquivan constantemente los hechos.

En la adicción amorosa el autoengaño puede adoptar cualquier forma. Con tal de sujetar a la persona que se dice amar, sesgamos, negamos, justificamos, olvidamos, idealizamos, minimizamos, exageramos, decimos mentiras y cultivamos falsas ilusiones. Hacemos cualquier cosa para alimentar la imagen romántica de nuestro sueño amoroso. No interesa que toda la evidencia disponible esté en contra, importan un rábano las demostraciones y el cúmulo de informes contradictorios que amigos y familiares aportan: la fuente del apego es intocable y el aparente amor, inamovible.

P.R. era un hombre de cuarenta y un años, separado hacía ocho meses porque su mujer se había enamorado de otro y lo había abandonado con la frialdad de las mujeres que nunca han amado. Solo, bastante deprimido y profundamente herido, inició la típica persecución y conquista masculina: una mujer que se hiciera cargo de él y, de paso, que lo amara. Luego de salir con varias postulantes y de renegar de las opciones que el medio ofrecía, decidió orientar sus baterías hacia una mujer casa, compañera de oficina, confidente y terapeuta aficionada. La imperiosa urgencia de él por recuperar su estatus social y un pobre matrimonio de parte de ella, hicieron que rápidamente tejieran planes y proyectos de vida futura. Ella se iba a separar y él asumiría gustoso el papel de esposo en segundas nupcias y padre putativo de sus hijas.

El entusiasmo de mi paciente se acercaba a la euforia y, a veces peligrosamente, al delirio. Se veían hasta cuatro veces por semana, se llamaban a cada rato y no podían vivir el uno sin el otro. Sus afinidades, casi totales, incluían humor, valores altamente sincronizados, sexo desbordado con

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orgasmos múltiples y compatibilidad sobrada en actividades intelectuales, musicales y culinarias. La pareja perfecta.

Como de acuerdo con mi experiencia profesional los amantes que difieren en su estado civil no suelen llegar a ningún lado, le sugerí a P. R. moderación, prudencia y bastante realismo para no ser lastimado. Cuando uno de los implicados está casado y el otro plenamente disponible, el que sale perdiendo es el segundo. Aunque el sentimiento de amor suele ser considerado como un factor determinante para contraer nupcias, el desamor no es visto como un motivo necesario y suficiente para desbaratar un casamiento. Dicho de otra manera, para que hubiera causal válida de divorcio el esposo de la amante de mi paciente debería haber matado a alguien, violado a un niño o estar muerto.

Mi cliente insistía en mantener las expectativas. Frases como, “Ella se va a separar la próxima semana” o “Ya tenemos fecha”, se habían hecho comunes en las consultas. Sin embargo, a último momento siempre aparecía un “pero”. Una de las veces el marido había entrado en depresión; en otra ocasión, los negocios andaban mal, y en la última, el suegro agonizaba.

Aunque mis confrontaciones eran sistemáticas y firmes, P. R. no hacía más que disculpar las reiteradas dudas y retrocesos de su futura consorte. Por ejemplo, si él afirmaba: “Ella no es capaz de vivir sin mí”, y yo contestaba: “Parecería que tampoco es capaz de vivir sin el marido”, respondía con furia e indignación: “¡Eso no es así! ¡Usted no comprende!” . Nuestras citas eran una especie de lucha grecorromana, donde cada vez que trataba de concretarlo, él intentaba escabullirse mediante excusas de todo tipo: “No es tan fácil”, “A ella la educaron las monjas”. “Es la hija menor de ocho hermanos”, “El marido no la deja separarse”, “Es muy ansiosa”, “Si pudiera estaría conmigo”, “La mamá era alcohólica”. En fin, la lista era de nunca acabar. Pero ninguno de sus argumentos contemplaba la posibilidad de que ella no lo quisiera

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