Alma Deambulante

Aquel día cuando un alma, de quien se desconoce su dueño, liberada de las ataduras terrestres, caminaba libremente por la inmensidad del espacio, observando a detalle todas y cada una de las estrellas, deseando, a su vez, recuperar el anhelo de llegar a esa vida eterna, a ese descanso. Sin embargo, pocos fueron los instantes en los que aquella alma solitaria se dio cuenta que su misión no pertenecía al universo, si no al planeta Tierra, y en un viaje, lleno de pensamientos y sentimientos cruzados, arribó al planeta azul después de cientos de kilómetros recorridos, pues había encontrado un lugar, y no simplemente un lugar, si no, su lugar.

Y ahí estaba, el cuerpo humano, cuya edad apenas rozaba las cuatro décadas, y su mirada, clavada en el techo de aquella habitación, rodeada de baldosas azules y blancas, las cuales sostenían artefactos vitales ya apagados. El Alma miraba osciosamente aquel cuerpo desdichado. Su alma tan muerta pero su cuerpo tan vivo. Su cerebro aún secretando hormonas y amplia variedad de compuestos orgánicos que mantenían despierto a ese hombre, enganchado en un sueño tan profundo como el mismísimo viaje astral.

El Alma todavía dudaba de su verdadera misión, pensando a su vez, si esto era lo que el destino le esperaba, o si era libre de tomar su propia decisión.

Después de argumentar varias horas consigo misma, en un debate interno apresurado y desconmensurado, el Alma decidió acceder sin preámbulos al hombre.

Poco a poco, el hombre comenzó a recobrar la razón, a pensar como había sido su muerte, recordó su larga, pero a su vez, corta vida que previamente y sin aviso alguno terminó fulminante en un intento desesperado por evadir al asesino.

Apiadándose de el hombre, asesinado en un simple asalto a un banco, donde fue tomado como rehén, El Alma trajo a la vida de nuevo al hombre, quien se levantó de la camilla y que torpemente se desprendía de los varios cables y aparatos vitales. Caminó a lo largo del pasillo, acaparando las miradas de todos aquellos pacientes esperando ser atendidos por un médico, y las miradas de las enfermeras y los doctores, anonadados por el suceso, pues el hombre, se había levantado de un sueño de 10 años.

El hombre caminó torpemente hasta la puerta de la entrada, custodiada por dos hombres vestidos de negro, quienes no podían creer lo que veían. Finalmente, llegó al jardín central del Hospital, donde llovía a gota y rayo. Las gotas azotaban violentamente sobre el cuerpo del hombre, y finalmente grito hacia el cielo: "Hoy estoy vivo".

El cielo, no le respondió en ese momento. Todo inició cuando un centelleo apareció dentro de la boca del hombre, quien, en un intento

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