Amor Platonico
roberto19714 de Octubre de 2012
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Amor platónico
PUBLICADO EL 8 AGOSTO 2012
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DELIA STEINBERG GUZMÁN
Este complejo asunto que establecemos como una contradicción entre el amor platónico y el amor sexual puede parecernos de gran actualidad, pero en cuanto empezamos a bucear un poco en busca de datos, nos enfrenta con una notable sorpresa: la cuestión no tiene nada de moderna; es tan vieja como el mismo hombre y parece haberse planteado desde que podemos recoger impresiones al respecto.
Otra de las sorpresas con la que nos encontramos es que la aparente contradicción disyuntiva, amor platónico-amor sexual, no existe, o al menos, filosóficamente hablando, es muy difícil poder encontrarla.
Lo que resulta positivo, como filósofos, es plantearse previamente qué es el amor. Y esta es una preocupación que tampoco tiene nada de nueva.
Desde siempre el hombre se ha interesado por saberlo todo acerca del amor: qué significa, qué alcance tiene, cuál es su profundidad, cuál su significado. Y, sobre todo, la relación del amor con la felicidad. Es como si el hombre, al encontrar el amor, hallase la felicidad al mismo tiempo. Parece como si el hombre buscase una panacea, una fuente ideal donde todos los problemas se resolviesen. Y, claro está, si relacionamos amor con felicidad, no tiene que extrañarnos que en todos los tiempos haya habido una búsqueda notoria, bien por el amor o por la felicidad si los consideramos concurrentes.
Decían los viejos filósofos que el hombre busca lo que no tiene, ya que si lo tuviese no habría de buscarlo. Y que el hombre ama lo que le falta, y porque le falta lo ama; como se siente incompleto, tiende hacia aquello que considera importante para sentirse plenamente humano en su totalidad.
Ahora nos acercamos más al tema que nos ocupa. Si el hombre busca lo que no tiene y ama lo que le falta, es que desgraciadamente no tenemos felicidad y nos falta amor. Esta es la gran paradoja de nuestro siglo: cuanto más hablamos de algo, más denotamos la carencia de aquello de lo que estamos hablando. Hoy se llenan páginas y páginas acerca del amor, considerado en sus más diversos aspectos, pero cuando nos encerramos un poco en nosotros mismos para ver cuánto amor hay en nuestro interior, en la humanidad, en el mundo en el cual vivimos, la conclusión a la que llegamos es que hay poco amor; mucha palabra y poco sentimiento. Nos falta amor, y por eso salimos todos en su busca, y somos capaces de hollar cualquier camino, el que la moda nos ponga delante o el que el discernimiento nos pueda dictar, con tal de encontrar ese amor, esa felicidad, que estamos seguros de no poseer.
Un repaso a la historia nos permite comprobar el hecho de que al amor se le han dado distintas concepciones, y se le han otorgado distintas definiciones en diversos tiempos. Esto obedece a las ideas imperantes en cada situación histórica, a lo que cada hombre ha necesitado en cada momento, al producto de su propia evolución; pero siempre nos movemos entre dos extremos: un amor espiritual, que es el que llamamos platónico, y un amor físico, el amor sexual. Pero no es suficiente una sola palabra, la palabra amor, para designar la infinita cantidad de relaciones que hay entre estos dos puntos, el espiritual y ese otro que viene a caer en la materia.
¿Es que basta una sola palabra? ¿Es que esa única palabra puede realmente llegar a decir todo lo que el ser humano puede expresar o quiere vivir al respecto?
Este es uno de los problemas más graves que nos plantean las lenguas modernas, ya que se han vuelto muy pobres en muchos aspectos íntimos, aunque sean muy ricas para designar todo lo técnico, todo lo material, todo lo científico. Resultan muy pobres para ahondar en lo profundo del ser humano. En los antiguos lenguajes, para expresar las distintas variedades de amor, había tantas palabras como variedades o capacidades de sentimiento existían en el hombre.
Hoy, una palabra, una sola, ha de designar mil cosas. ¿Es que acaso podemos definir el amor de una sola manera? ¿Hay tantas y diferentes definiciones? ¿O es que hay cientos de aspectos que debemos de considerar para hablar del amor?
Pensamos que el amor es tan rico que no se reduce a un problema de palabras ni de definiciones, sino que es una cuestión de infinitos matices que tal vez en toda la vida no llegaremos a abarcar por completo; pero podemos analizar algunas ideas, por no llamarlas definiciones.
Vayamos al mundo de la mitología, a ese viejo mundo en que el hombre parecía estar en contacto con los dioses, y tomemos un ejemplo de la mitología griega, tan afín a nuestros conceptos estéticos y éticos. Veamos qué es el amor, Eros para los antiguos griegos.
Según Platón, Eros era el más el más antiguo de los dioses. No se refiere al Eros que estamos acostumbrados a ver en la estatuaria o en las pinturas; no es ese duendecillo que parece tan simpático y que se muestra acechando a los seres humanos para tenderles una trampa. Es un Eros muy arcaico, el Amor Primordial, la fuerza primordial de la cohesión.
Dice la mitología que, cuando el mundo no existía, cuando todo era caos, cuando todas las cosas estaban en potencia pero todavía no habían surgido, nace un impulso, una fuerza tremenda que es capaz de ordenarlo todo, de unirlo, de darle forma y vida. Esta fuerza es Eros, es el Amor, el amor primordial, el viejo Eros al que se refiere Platón. Y una vez que Eros ordena todo el universo, empieza a plasmarlo en distintos planos, como si fuesen distintos escalones que van descendiendo desde un altísimo y sutilísimo cielo hasta una Tierra muy concreta, visible y palpable, que es aquella donde nosotros nos encontramos. Eros se encarga de que en cada plano haya una forma especial de amor, que exprese el Amor de una forma apropiada a ese nivel.
Pero nosotros utilizamos la misma palabra para todos los niveles, para referirnos a una exaltación mística, al amor que el hombre siente por Dios, a la necesidad que el hombre siente por tomar contacto con la Divinidad; a una exaltación estética, por lo que nos llena de armonía o a esa pasión que sentimos por saber más y penetrar en los misterios de la Naturaleza. Y también es amor los múltiples estados de afección, cariño, apego a otros seres humanos, a una ciudad, a una casa, a un libro, a un animal.
Si, en cambio, concebimos todos los escalones que Eros creó en el universo, encontraremos las diversas formas de amor hasta llegar al que hoy denominamos amor sexual, el amor que se expresa entre uno y otro cuerpo, como si también los cuerpos de materia tuviesen necesidad de unión y de expresarse con este término tan amplio y rico que es el amor.
El viejo Eros, según la mitología, desciende, se plasma y se expresa en distintas formas, hasta que se convierte en el que ahora nosotros conocemos: el amorcillo, el Eros que acompaña a Afrodita con sus flechas, el que está esperando la menor distracción de los humanos para encender los corazones que no conviene encender, y para crear todos los problemas que llenan tantas páginas de la Historia.
Esto es lo que nos cuenta la mitología, unido además a conceptos teológicos y morales; pero dejemos aquellos dioses y volvamos al mundo actual.
Hoy se entiende por amor algo así como una inquietud psicológica, que se expresa fundamentalmente a través del cuerpo y del sexo, como si esta fuese la única posibilidad de expresión. Esto del amor sexual significa “estar al día”, reservándose la expresión del amor platónico para algo más vetusto y pasado de moda. El amor platónico es considerado como un rechazo del sexo y una regresión.
Este auge sexual, que parece estar en la cúspide de lo moderno, es el fruto de la liberación de las nuevas generaciones; una liberación que comenzó por dejar de lado todos los valores que ya no tenían sentido, valores que habían sido útiles en momentos anteriores de la Historia, pero que ya no decían nada a la juventud y que debían ser reemplazados.
Pero se actuó como tantas otras veces en la Historia: no se reemplazaron valores, sino que, sencillamente, se prescindió de los que había, se destrozaron. Luego, se vio que se tenía que vivir de una forma nueva, pero no se sabía como hacerlo. Esta liberación, que también se expresó en el amor, y fundamentalmente a través del sexo, no tardó mucho en convertirse en desenfreno. Y entendemos por desenfreno un actuar sin que la conciencia intervenga, sin inteligencia; un dejarse llevar por un sentimiento de afán de lo novedoso, de lo prohibido.
Recordemos aquella frase que fue definitiva en la Revolución del 68 en París: “prohibido prohibir”; cuanto más prohibido, más gusta, y si se prohíbe, es lo que se escoge.
El sexo era tabú, y deja de serlo a partir de ese momento.
Esta liberación trae aparejada también otra complicación: la finalidad del amor se pierde. ¿Es que el amor lleva a la felicidad? ¿Es que el amor sexual sigue teniendo como finalidad la felicidad, o lo que importa es un instante de satisfacción? ¿Comprendemos realmente la diferencia que hay entre felicidad y satisfacción?
Aparecen nuevas complicaciones, como aberraciones sexuales de todo tipo, puesto que cuando hay libertad sin límites, lo que antes era prohibido y apetecible deja de interesar. Es la psiquis la que necesita emociones cada vez más fuertes. Y cada vez se acorta más la edad en que los jóvenes necesitan experimentar estas emociones.
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