Bellas Artes
kathykathykathy16 de Marzo de 2015
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Las bellas artes reducidas a un mismo principio
L ́abbé Charles Batteux
Traducción de Carlos David García Mancilla
Introducción.
El concepto de Bellas Artes, como se sabe, tiene un origen relativamente reciente. El arte, en todas sus acepciones, es quizás tan antiguo como el hombre. Empero, las Bellas Artes son, quizás, tan viejas como el genio o la idea de la genialidad. En la época de la Ilustración, y a raíz de lo anterior, el mundo vio nacer una inacabable biblioteca de tratados de pintura o de poesía, reglas para hacer arte o para juzgarlo con cierta ciencia, como sucede en la clásica Poética de Boileau Despréaux. La recuperación y reconsideración de la basta producción griega y latina ponen en conflicto a los antiguos con los modernos; igualmente, los diversos estilos de obras existentes en países y regiones diversas atizan la aparente inconsistencia de las artes consigo mismas. El arte, en fin, deviene un problema vivo como en casi ninguna otra época; y la filosofía, siempre dispuesta a regular, explicar, descalificar o aprender del arte, habla también con abundancia.
La presente obra es uno de los primeros intentos por lograr un sistema de estas Bellas Artes y acoplarlas con una idea directriz: el principio de imitación. Tal principio, por supuesto, ha fungido constantemente como paradigma para entender y juzgar a las producciones artísticas desde antaño. Sin embargo, se carecía de una explicación detallada y filosófica de la imitación pensada exclusivamente en relación con el arte, con todas las artes. Batteux retoma, primeramente, las consideraciones platónicas y aristotélicas en lo que a la imitación se refiere. Pero, por supuesto, va más allá. En efecto, se imita la idea y no el objeto mismo, lo bello que debería ser y no lo que es. Sin embargo, algo faltaría si sólo se mostrara la perfección; sería más ciencia que arte. Éste sólo aparece como espejo de la humanidad; es necesaria la intervención de la libertad y de las pasiones humanas para que el arte suceda. Esta obra, sin embargo, ha caído medianamente en el olvido -incluso en la patria que la vio nacer- a pesar de que, en el siglo XVIII y XIX, era una de las lecturas básicas de todo aquel que se interesara o reflexionara sobre las artes. Muchos de los idealistas a partir de Kant le citan o, al menos, dan muestras de haber considerado sus ideas al reflexionar acerca del arte. Así, se tratará en esta edición de solventar, aunque sea un poco, este erróneo olvido.
Esta traducción, huelga decirlo, es aún parcial. La obra ofrece una cantidad inmensa de ejemplos que, por la dificultad de encontrarles y traducirles, igualmente, de los originales – a veces en más de cinco idiomas-, se ha prescindido de muchos de ellos.
Berlín, octubre de 2010.
Prefacio
Nos quejamos siempre de la multiplicidad de reglas; molestan al autor que quiere crear y al espectador que quiere juzgar. Las reglas se multiplican por las observaciones hechas a las obras. Se deben simplificar llevado las observaciones a principios comunes. Imitemos a los verdaderos físicos, que acumulando experiencias forman un sistema que funda un principio. Tenemos riqueza en las observaciones, pero ese rico fondo nos molesta más que servirnos. Leemos, estudiamos, queremos saber. Todo se pierde porque hay un número infinito de partes que, no estando ligadas entre ellas, son una masa informe en lugar de ser un cuerpo regular. Todas las reglas son ramas que salen de una misma raíz. Si nos remontamos a su fuente, encontraremos un principio suficientemente simple pare ser asido y extenso para absorber todas las pequeñas reglas de detalle que basta conocerlas con sentimiento y donde la teoría no hace sino molestar al espíritu sin aclarar. Este principio fiará de una vez a los verdaderos genios y los liberará de mil escrúpulos vanos para someterlos a un mismo principio que, una vez comprendido, será la base y explicación de todos los otros. Y para comenzar con una idea clara y distinta, me pregunté ¿qué es la poesía y en qué difiere de la prosa? Es muy fácil sentir esa diferencia, pero no es suficiente sentir, quería una definición exacta. Reconozco que al juzgar a los autores fue una especie de instinto la que me guió más que la razón: sentía los riesgos que corría, y los errores en los que podía caer, falta por haber reunido las luces del espíritu con el sentimiento. Me hacía tantos reproches que imaginaba que aquellas luces y principios debían estar en todas las obras en donde se habla de lo poético; y que era por distracción que no los había remarcado. Consulté de nuevo las reflexiones y disertaciones de los escritores célebres, pero en todos lados se encuentran ideas que parecen respuestas de oráculos. Se habla de fuego divino, entusiasmos, transportes, delirios felices. Todas grandes palabras que asombran al oído y no dicen nada al espíritu. Después de tantas búsquedas inútiles, y para no osar entrar sólo en una materia que, vista rápido, parecía ser tan oscura, consulté a Aristóteles. Ninguno de los maestros le había considerado y sus comentadores no me daban sino indicios oscuros de ideas. Desesperado por no encontrar en lugar alguno respuesta a la pregunta que me había propuesto y que me pareció al principio tan fácil de responder. Es por ello que el principio de la imitación que el filósofo griego estableció para las bellas artes me impactó. Encontré la justeza con que se aplicaba a la poesía y a la pintura. Intenté aplicarlo en la música y en el arte del gesto y me sorprendió la justeza con la que les convenía. Eso es lo que produjo esta pequeña obra dividida en tres partes. En la primera se examina cuál puede ser la naturaleza de las artes, las partes y diferencias esenciales. Mostramos que por la cualidad misma del espíritu humano, la imitación de la naturaleza debe ser su objeto común y no difieren sino por el medio que emplean para ejecutar esa imitación. Después de establecer la naturaleza de las artes por el genio del hombre que las produce, era natural pensar en las pruebas que podemos corresponder al sentimiento; el gusto es el juez nato de las bellas artes y que la razón misma no establece estas reglas sino por relación a él y por complacerle. Si se encuentra que el gusto tiene acuerdo con el genio y confluyen a prescribir las mismas reglas para todas las artes era un nuevo nivel de certeza y evidencia ajustado a las primeras pruebas. La segunda parte se prueba que el buen gusto en las artes se conforma perfectamente a las ideas establecidas en la primera, y que las reglas del gusto son consecuencias del principio de imitación. Estas dos partes contienen la prueba del razonamiento. La tercera parte es la teoría verificada por la práctica; la mayoría de las
reglas conocidas se relacionan con la imitación y forman una especie de cadena con la cual el espíritu ase las consecuencias y el principio.
Primera parte. Donde se establece la naturaleza de las artes por aquella del genio que las produce.
Hay poco orden en la manera de tratar las bellas artes. En la poesía, creemos ser justos al decir que abraza a todas las artes: decimos que es una composición de pintura, de música y de elocuencia. Como la elocuencia habla, prueba y cuenta. Como la música tiene una marcha ordenada de tonos, de cadencias donde la mezcla hace una forma de concierto. Como la pintura, diseña los objetos, repinta los colores y funda todos los matices de la naturaleza; hace uso de colores y pincel, emplea melodías y acordes, muestra la verdad y sabe hacer amarla. La poesía domina todo tipo de materias, el universo entero y si éste no le satisface, crea uno nuevo. Es como una especie de magia, hace una ilusión a la imaginación, a los ojos, al espíritu mismo y procura a los hombres placeres reales con ideas quiméricas. Así es como la mayoría de los autores han hablado de la poesía. Como su naturaleza es muy complicada, han tomado a veces lo accesorio por lo esencial y lo esencial por accesorio o nos dan ideas formadas sobre los modelos de sus propias obras.
Capítulo I. División y origen de las artes.
No es necesario iniciar con un elogio de las artes. Sus beneficios se dejan ver por sí mismos. Son ellas quienes han edificado pueblos (villes), reunido a los hombres dispersados, capaces de socializar (rendus capables de société). Han sido, de alguna manera, para nosotros un segundo orden de elementos donde la naturaleza reserva la creación a nuestra industria. Podemos dividirlas en tres especies con relación a los fines que se proponen. Las unas son para las necesidades del hombre, que la naturaleza abandonó solo desde que nació, quiso que los remedios y prevenciones que les son necesarios fueran el precio de su industria y trabajo. De ahí salen las artes mecánicas. Las otras tienen por objeto el placer. Aquellas no pudieron nacer sino en el ceno de la dicha y de sentimientos que producen la tranquilidad: les llamamos bellas artes por excelencia. Son la música, poesía, pintura, escultura y el arte del gesto o la danza. El tercer tipo son las artes que tienen por objeto la utilidad y el agrado todo a la vez. Aquellas son la elocuencia y la arquitectura; es la necesidad la que las hizo nacer y el gusto lo que las ha perfeccionado. Gozan de una especie de medianía entre las otras dos: dividen el agrado (agrément) y la utilidad. Las de la primera especie emplean a la naturaleza tal cual es únicamente para el uso. Los de la tercera para el uso y el agrado. Las bellas artes no la emplean, no hacen sino imitarla cada una a su manera. Así, la naturaleza sola es el objeto de todas las artes. Contienen todas nuestras necesidades y placeres; y las artes libres y mecánicas no son sino para extraerlas. Hablaremos aquí de las bellas artes, aquellas cuyo objeto
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