¿COMO PERDER UN REINO?
Enviado por • 28 de Octubre de 2013 • 8.836 Palabras (36 Páginas) • 213 Visitas
TERCERA PARTE DE LOS ESTUDIOS -
1ª DE REYES: COMO PERDER UN REINO
Primera de Reyes es una historia de cómo se pierde un reino, un relato que absorbe nuestra
atención. Al leer estos dos libros del Antiguo Testamento, la clave para conseguir que cobren
vida y sean de vital importancia en nuestras vidas es darnos cuenta de que son ayudas
visuales, de las que se vale Dios para mostrarnos lo que está sucediendo en nuestras vidas.
Podemos vernos reflejados en cada uno de estos relatos del Antiguo Testamento y cuando lo
hacemos, nos da la impresión de que las palabras tienen ojos y nos están mirando y nos
damos cuenta de que las palabras están dirigidas exacta y directamente a nosotros. La imagen
que presenta la Biblia del hombre es que cada uno de nosotros ha sido creado para ser un rey
sobre un reino. Todo el propósito del Señor Jesús al entrar en nuestras vidas, que es el tema
del libro de Romanos, es que aprendamos cómo gobernar el reino que es nuestra vida para
Dios, dándonos autoridad y concediéndonos la victoria. Eso es lo que hace que nuestra vida
sea completa y fascinante cuando aprendemos a caminar en el poder de Dios. Una de las
frases más trilladas y que continuamente se usa en los círculos cristianos es "la vida cristiana
victoriosa. Lamentablemente, hemos hecho un uso excesivo y abusivo de esta frase, la hemos
distorsionado, retorcido y pervertido en tantas ocasiones que la verdad es que ha perdido una
gran parte de su significado para nosotros. Pero si la considera usted en toda la frescura de su
intención original, esa es exactamente la intención que tiene Dios para usted, que aprendamos
a caminar consiguiendo la victoria como un rey sobre el reino de su vida y, de este modo,
podrá usted encontrar el propósito que se pretendía. Esto es exactamente el ejemplo que nos
dan estos libros del Antiguo Testamento, especialmente los libros que tratan acerca de la
monarquía en Israel.
Dios llamó y apartó a la nación de Israel, marcándola y escogiéndola como su propio pueblo.
En cierto modo, convirtió a la pequeña tierra de Israel en un escenario, haciendo que el mundo
entero pusiese sus ojos en esta nación. Lo que sucedió en este país es una imagen de lo que
está sucediendo en el curso de toda la historia humana y lo que está pasando, de manera
individual, en nuestras vidas. Si consideramos estos libros de ese modo, adquieren un
significado tremendamente intenso y hacen que nuestra vida tenga propósito.
El libro de 1ª de Reyes oculta el secreto del éxito que se puede obtener a la hora de reinar
sobre el reino que es nuestra vida. Es el secreto de cómo aprender a someternos a la autoridad
y al dominio de Dios en su vida. En otras palabras, el hombre no puede nunca ejercer el
dominio sobre su vida a menos que primero se someta al dominio de Dios. Si se somete usted
al dominio de Dios, le será concedido el gobierno sobre los diversos aspectos de su propia
vida. Por otro lado, si no permite usted que Dios domine su vida, no podrá usted bajo ninguna
circunstancia ni de ninguna manera cumplir su deseo de tener autoridad sobre su propia vida.
¡Eso es imposible! y eso es lo que nos enseñan estos libros. Por eso es por lo que en todo este
libro se encontrará usted que el punto central es el trono. El que es importante es el rey, porque
según le vaya al rey, así le irá a la nación. En su vida su voluntad es el rey. Lo que su voluntad
permita que controle su vida, determina el funcionamiento del reino en su vida. El rey Salomón,
el sucesor de David, ocupa el trono. Al comenzar el libro David sigue siendo aún el rey, pero se
tiene que enfrentar de inmediato con la rebelión de otro de sus hijos, llamado Adonías, que
intenta obtener el control del trono mientras David estaba todavía vivo. Esto indica la primera
señal de lo que una verdadera autoridad que domina debiera ser en nuestra vida. La autoridad
es algo que debe ser un don y proceder de la mano de Dios. Solamente podemos reinar
cuando Dios nos establece, cuando nos sometemos a su autoridad. Al enterarse David de esto,
intenta colocar a Salomón en el trono. Salomón es ungido como rey mientras su padre está aún
vivo y de hecho asume el trono mientras David sigue aún con vida. Cuando nos sometemos a
la autoridad se Dios, se convierte en su responsabilidad hacer que todas las circunstancias y
todos los enemigos y cada rebelión que podría representar una amenaza para el reino, se
encuentren bajo control. Eso fue lo que hizo en el caso de Adonías.
Al leer los capítulos dos y tres, veremos que Salomón asciende al trono, gobernando con
poder, autoridad y gloria. El reino de Salomón marca la mayor extensión del reino de Israel y se
caracterizó especialmente por un despliegue de majestad y de poderío exterior, pero en el
capítulo tres, nos encontramos al mismo tiempo con las semillas de la derrota. Es muy, muy
importante que nos fijemos en esto. Leemos en los versículos uno y dos: Salomón estableció
una alianza matrimonial con el faraón, rey de Egipto. Tomó a la hija del faraón y la llevó a la
ciudad de David, hasta que acabó de construir su propia casa, la casa del Señor y la muralla
alrededor de Jerusalén. Sin embargo, el pueblo estaba acudiendo a presentar sus sacrificios en
los lugares elevados porque todavía no se había edificado una casa para el nombre del Señor.
A continuación nos encontramos un versículo sumamente importante, el tercero: “Salomón
amaba a Jehová y caminaba en los estatutos de su padre David; solo que sacrificaba y
quemaba incienso en los lugares altos." Aquí tenemos un hombre que amaba a Dios, que le
amaba con todo su corazón. Salomón empieza su reinado con una maravillosa expresión de
sumisión y el deseo de que Dios gobierne y ejerza su autoridad en su vida. Sigue los pasos de
su padre David. Sin embargo, hay dos cosas que hace, que parecen ser dos asuntos un tanto
insignificantes y triviales, que acaban por derrocar su reino. Establece una alianza con la hija
del faraón, el Rey de Egipto (que es una imagen de este mundo) y la sitúa en el centro de la
vida de la nación de Israel. Aquí se establece una alianza con el mundo. Además se nos dice
que adora en los lugares altos. En las religiones paganas de aquellos tiempos toda la
adoración y los ritos se celebraban sobre las cimas de las montañas. Las tribus paganas
habían erigido altares, muchos de los cuales eran centros de toda clase de adoración idólatra y
licenciosa. Con frecuencia, el altar era el lugar donde la fertilidades de los dioses del sexo eran
adoradas mediante una exhibición sexual, pero el pueblo de Israel también se apoderó de los
altares y los usaron para ofrecer sacrificios a Jehová. El arca de Dios se encontraba en la
ciudad de Jerusalén, en el tabernáculo, donde David lo había colocado, pero Salomón no
presentó sus ofrendas en el altar del tabernáculo; en lugar de ello, estaba presentando sus
ofrendas en los lugares altos. Estaba ofreciendo sacrificios a Dios, pero lo hizo sobre altares
paganos. Exteriormente había mucho de hermoso y de admirable en el gobierno de este joven,
y en general su corazón seguía la dirección correcta, pero había, sin embargo, un aspecto en el
que no se había sometido completamente a Dios. Había una debilidad en su comunión. No
acababa de entender que el secreto del amor de Dios radica en someter su voluntad,
representada por la adoración ante el arca del pacto. En muchas, muchas vidas hay con
frecuencia un sometimiento exterior y la decisión de hacer la voluntad de Dios, pero en el fondo
de la vida privada hay una falta de amor y de anhelo de Dios. Era precisamente en este
aspecto en el que David más gráficamente demostraba su punto fuerte. A pesar de que David
cayó en los sombríos pecados del asesinato y del adulterio, en el lugar mas santo e interno de
su corazón David sentía un profundo y continuo deseo de someterse a la voluntad de Dios y
una verdadera hambre de la persona de Dios. Esto es algo que se manifiesta claramente en
todos los salmos de David, pero es algo que falta en la vida de Salomón y esta es la primera
indicación de que algo falla en su vida.
Esta historia nos ofrece una descripción de la belleza y la exhibición de la grandeza del reino
de Salomón. La segunda señal de un poder y un reino dados por Dios nos la ofrece el capítulo
tres en el relato acerca del sueño de Salomón, en el que aparece Dios y le dijo que pidiese lo
que quisiese. Salomón no pide, en un pasaje maravilloso, ni las riquezas ni el honor, sino la
sabiduría: "Da, pues, a tu siervo un corazón que sepa escuchar, para juzgar a tu pueblo, y para
discernir entre lo bueno y lo malo. Porque ¿quién podrá gobernar a este pueblo tan grande?"
Al comenzar de este modo su reinado, Salomón demuestra haber captado en gran medida lo
que era una necesidad primordial para poder ejercer la autoridad en el reino que Dios le había
concedido, la sabiduría. Cuando leemos en el Nuevo Testamento, nos encontramos con que
esto es cierto. En el libro de Hebreos el escritor reprende al pueblo al que está escribiendo
porque dice: "Debiendo ser ya maestros por el tiempo transcurrido, de nuevo tenéis necesidad
de que alguien os instruya desde los primeros rudimentos de las palabras de Dios. Habéis
llegado a tener necesidad de leche y no de alimento sólido. (Heb. 5:12) Dice que la señal de los
que son maduros en Cristo y han aprendido realmente a caminar con El, es que saben
discernir entre el bien y el mal. Ese es el problema de nuestros días ¿no es así? El bien parece
malo y lo malo parece bueno. Cualquiera pueda distinguir el bien del mal cuando lo bueno
parece bueno y lo malo parece malo. Pero el gran problema radica en reconocer el mal cuando
nos viene sonriendo, derrochando solicitud y cuando parece ofrecernos todo lo que hemos
estado esperando. La madurez cristiana se pone de manifiesto cuando aprendemos a ejercitar
el espíritu de sabiduría para saber distinguir entre el bien y el mal. Aquello que parece
satisfacer las necesidades del espíritu puede ser de hecho una trampa inteligente de Satanás
para plantar la semilla de la desconfianza en el corazón y acabará por producir un fruto terrible
en la vida pocos años después.
Esta clase de sabiduría fue la que pidió Salomón y Dios le concedió su petición, pero había un
punto débil en su petición. Pidió sabiduría para saber gobernar al pueblo. Solamente podemos
desear al leer, que este gran joven hubiera pedido sabiduría para saber gobernar primero su
propia vida, que fue su primer fallo. Es evidente, basándonos en esto, que Dios sabe
exactamente lo que hay en una persona. Le concedió a Salomón esta sabiduría, pero al mismo
tiempo que se la dio también se produjeron las circunstancias necesarias para poner a prueba
dicha sabiduría y esto es algo que hace Dios con todos nosotros porque sabe exactamente de
lo que somos capaces. El nos da esencialmente lo que es nuestra petición básica, urgente y
apremiante. Si hay algo que deseamos con verdadera desesperación, él nos lo concederá,
pero al mismo tiempo hará que vaya acompañado de las circunstancias que pongan de
manifiesto lo que hay en nosotros. Juntamente con la sabiduría, le dio a Salomón riquezas y
honor y precisamente estas dos cosas fueron la causa de su derrota. Cuando Salomón
comenzó a sentirse orgulloso y a regocijarse por la magnificencia de su reino, el orgullo
comenzó a introducirse en su corazón y a raíz de ello se produjo su caída. Por lo tanto, la
primera señal de la soberanía, a fin de establecer nuestro gobierno en el reino de nuestra
propia vida, es la dependencia de Dios. La segunda es la sabiduría, el tener el discernimiento y
la comprensión necesarias acerca de nosotros mismos, si hemos de andar en el Espíritu. Esto
es algo que vemos claramente en el sabio juicio que hizo Salomón entre dos madres que le
trajeron un bebé. Las dos habían tenido un bebé, pero uno de ellos había muerto. Las dos
mujeres reclamaban como suyo el que había quedado vivo. Se pidió a Salomón que decidiese
de quién era el bebé. En una exhibición de sabiduría para analizar los problemas de otras
personas dijo: "Traedme una espada. Y colocando al bebé ante aquellas dos mujeres dijo:
"Cortad el bebé en dos mitades y dad una de ellas a una mujer y la otra mitad a la otra mujer.
La verdadera madre dijo de inmediato: "¡No! ¡No hagáis eso! Que la otra mujer se quede con el
bebé. Pero la otra mujer dijo: "No, eso está bien, es perfectamente justo. Dividid al bebé y cada
una de nosotros se quedará con la mitad. Salomón supo de inmediato quién era la verdadera
madre y de este modo quedó demostrada su sabiduría. El capítulo 4:29 empieza un comentario
acerca de la gran sabiduría que le fue otorgada a Salomón.
Dios le concedió a Salomón una sabiduría y un entendimiento sin medida, además de amplitud
de mente como las arenas de la playa, de manera que la sabiduría de Salomón sobrepasaba a
la sabiduría de todas las gentes del oriente [incluyendo la llamada sabiduría oriental, es decir,
la china y la india] y toda la sabiduría de Egipto. Porque Salomón era el más sabio de todos los
hombres, más sabio que Eitán el ezrahita, Ernan, Calcol y Darda, los hijos de Majol [¡estos
eran los comentadores de noticias de aquellos tiempos!]; y su fama se extendió por todas las
naciones de alrededor. Además pronunció tres mil proverbios [de los que ha quedado
constancia en el libro de Proverbios]; y escribió mil cinco cánticos [de los cuales solamente
tenemos uno: "El Cántico de Salomón o "Cantar de los Cantares ]. Habló acerca de los árboles,
desde el cedro del Líbano al hisopo que crece en las murallas; también se refirió a las bestias,
a los pájaros y reptiles, además de los peces y acudían a él de todas las naciones con el fin de
escuchar la sabiduría de Salomón, así como todos los reyes de la tierra, que habían oído
hablar acerca de su sabiduría.
¡Qué gran imagen de lo que nos dice Pablo en 1ª Corintios: "tenemos la mente de Cristo y "el
hombre espiritual lo juzga todo. (1ª Cor. 2:15, 16) No necesita que nadie le enseñe, porque ya
discierne todas las cosas y puede analizar y entenderlas.
En el capítulo cuatro encontramos la tercera señal de lo que significa reinar: el sentido del
orden. Un reino tiene que estar en orden. Dios no es autor de confusión, sino que hace las
cosas decentemente y con orden. Además en el capítulo cuatro, versículo 20, encontramos la
cuarta señal de la autoridad:
Judá e Israel eran tan numerosos como las arenas del mar, comían y bebían y eran felices.
Salomón gobernaba sobre todos los reinos, desde el Eufrates a la tierra de los filisteos hasta la
frontera de Egipto, que le trajeron tributos y sirvieron a Salomón durante todos los días de su
vida. Ese es el control total sobre todo lo que Dios quiso que tuviese. ¿Ha aprendido usted a
reinar de ese modo sobre su propia vida? Eso es lo que Dios quiere que tenga usted.
En los capítulos del cinco al ocho encontramos el relato del glorioso templo que edificó
Salomón. Este maravilloso edificio era precioso. El interior era incluso más glorioso que el
exterior y estaba todo completamente cubierto de oro. El entrar en aquel santuario debió de ser
una experiencia asombrosa. Todo lo que se podía tocar estaba cubierto de oro, pero la gloria
principal del lugar era la gloria de la Shekinah de Dios, que descendió y habitó en el lugar santo
cuando Salomón dedicó el templo.
En una oración maravillosa que hace, Salomón le da gracias a Dios por su gracia y reconoce
una vez más el único e importante principio sobre el cual se debe de mantener un reino es la
obediencia de su rey al trono de Dios.
A continuación encontramos la historia, maravillosamente detallada, de las visitas que le hacen
a Salomón la Reina de Saba y del Rey de Tiro y el reconocimiento de las demás naciones de la
gloria del reino de Salomón. De repente, al principio del capítulo 11, se produce un giro en toda
la historia y esta sigue otro curso diferente. En él leemos acerca de los resultados de las
semillas del mal que habían sido anteriormente sembradas en el corazón de Salomón:
"Pero el rey Salomón amó, además de la hija de faraón, a muchas otras mujeres extranjeras:
moabitas, edomitas, sidonias y heteas..."
Estas son tribus paganas.
"...de los pueblos que Jehová había dicho a los hijos de Israel: No os unáis a ellos ni ellos se
unan a vosotros, no sea que hagan desviar vuestros corazones tras sus dioses. A estos
Salomón se apegó con amor. Tuvo 700 mujeres reinas y 300 concubinas [en la mayor
subestimación de la realidad de la Biblia]. Y sus mujeres hicieron que se desviara su corazón."
Este es el mismo hombre que había escrito en el libro de Proverbios: "El que halla esposa halla
el bien. (Prov. 18:22) Este es el ejemplo más importante que conozco, es un ejemplo que ha
sido llevado a los extremos. ¡Mil esposas! ¡Alguien ha dicho que fue sobradamente castigado
teniendo que soportar a mil suegras! Pero esto pone además de manifiesto la debilidad y el
fracaso de Salomón al apartarse su corazón de Dios. Fijémonos cómo empezó todo. Este
hombre disfrutaba de todo lo espléndido de su gobierno, teniendo la mayor gloria del reino que
le había sido encomendado. La magnificencia exterior, acerca de la cual leemos aquí, era la
evidencia de la bendición de Dios en su vida, pero su caída comenzó cuando su corazón se
dejó arrastrar por algo que Dios había prohibido. Esto concuerda exactamente con la
advertencia que hace Jesús en el Sermón del Monte, cuando dice: "Porque donde esté vuestro
tesoro, allí también estará vuestro corazón. (Lucas 12:34) El primer paso en la decadencia
moral empieza siempre con nuestras emociones. ¿Alrededor de qué giran sus emociones?
¿Qué es lo que apodera del lugar central de las emociones en su vida? Ahí es donde empieza
la decadencia. A continuación leemos que a esto le siguió la idolatría:
"Porque Salomón siguió a Astarte [la diosa de la sexualidad] diosa de los sidonios y a Moloc,
ídolo detestable de los amonitas. Salomón hizo lo malo ante los ojos de Jehová y no siguió
plenamente a Jehová como su padre David. Entonces Salomón edificó un lugar alto a Quemós,
ídolo detestable de Moab...." (11:5-7a) Quemós era la imagen detestable en la que se
construyó una hoguera y cuando llegó el momento de celebrar el festival religioso, echaron a
los niños al fuego y fue Salomón el que edificó este lugar, en el cual los ritos giraban alrededor
de la adoración de este dios sonriente.
"...y a Moloc, ídolo detestable de los hijos de Amón [otro dios de la fertilidad], en el monte que
está frente a Jerusalén. Y así hizo para todas sus mujeres extranjeras, las cuales quemaban
incienso y ofrecían sacrificios a sus dioses. Jehová se indignó contra Salomón, porque su
corazón se había desviado de Jehová..." (11:7b-9a)
En tres ocasiones y en rápida sucesión en el resto de este capítulo "Dios le levantó un
adversario en contra de Salomón. Primero fue Hadad, el edomita, que representa al hombre
carnal. Luego se nos dice en el versículo 23: "Dios también le levantó un adversario como
adversario a Rezón, hijo de Eliada, quien había huido de su señor Hadad-ezer, rey de Soba."
Se nos dice en el versículo 26: "También Jeroboam, hijo de Nabat, servidor de Salomón,
efrateo de Zereda... que después habría de dividir el reino. De manera que estos adversarios
se reunieron para derrocar a Salomón y conseguir su derrota."
El capítulo concluye diciendo de Salomón que "reposó con sus padres y fue enterrado en la
ciudad de David, lo cual representa el colapso de su gloria y de la majestad de su reino. Hace
poco oí hablar acerca de un hombre que había ejercido un gran poder desde el púlpito y había
realizado un tremendo ministerio para Dios, en varios sentidos, y de repente todo su ministerio
se vino abajo y fue llevado antes de su sesión, acusado de cargos morales. Se descubrió que
había existido un amor en su corazón que no había sido juzgado y que había mantenido oculto,
año tras año. A pesar del aparente poder y autoridad exteriores, de los que se valía en su
ministerio, había en su corazón emociones que le estaban carcomiendo y la semilla que habría
de acabar con su reinado. Esta historia se repite de nuevo en vidas por todas partes.
El segundo movimiento de este libro comienza en el capítulo 12, en el que leemos acerca de la
degradación y la dispersión del reino. Jeroboam dividió el reino, llevándose a las diez tribus del
norte para iniciar el Reino del Norte, volviendo a introducir en Israel la terrible adoración a los
carneros de oro. Mucho antes, cuando Moisés se encontraba en la montaña, teniendo
comunión con Dios, el pueblo fue a Aarón y le dijo: "queremos tener un Dios al que podamos
adorar como lo hacen las otras naciones. ¿Recuerda usted lo que le dijo Aarón a Moisés
cuando descendió de la montaña? Le dijo: "Les pedí que trajesen todo su oro, todos sus
pendientes y sus joyas, cogí todo ese oro, lo eché al fuego y de él salió, de buenas a primeras,
un carnero. Nosotros nos inclinamos y lo adoramos, llamándolo Jehová. (Ex. 32:23, 24). No era
que quisieran ser idólatras, sencillamente querían una evidencia visible sobre la que centrar su
adoración. Ahora nos encontramos con el pecado cometido por Jeroboam. A partir de ese
momento se le conoce en Israel como "Jeroboam, el hijo de Nabat, que hizo que pecase Israel.
En este caso no es un carnero, sino dos. Es el mismo pecado multiplicado, doblado en su
intensidad y en su poder, el que introduce Jeroboam en la vida de la nación.
El capítulo 14 nos presenta la historia de la invasión y la derrota de Israel por parte de Egipto,
el mismo Egipto del cual había sacado Dios a su pueblo, que vuelve a ser una imagen del
mundo y sus costumbres, su maldad, su insensatez, frivolidad y su locura. Leemos en 14:25 y
26: "Y sucedió en el quinto año del rey Roboam que subió Sisac, rey de Egipto, contra
Jerusalén y tomó los tesoros de la casa de Jehová..." Lo primero que asaltó fue el lugar de la
adoración. "...y los tesoros de la casa del rey; todo lo tomó. También tomó todos los escudos
de oro que había hecho Salomón..." ¿Entiende usted esta imagen? Salomón, que conocía a
Dios y que se esforzaba por andar con él no juzgó totalmente las emociones y las uniones
establecidas en su corazón, por lo que fue finalmente arruinado subrepticiamente y volvió a las
costumbres mundanas, con todas sus insensatas manifestaciones, por lo que perdió la gloria
interior y su sentido de adoración en el que Dios debería haber sido exaltado en el templo
interior de su propia vida. Después de esto, el relato nos habla acerca de varios reyes que
ocuparon el trono de Israel. A Nadab le siguieron Baasa y Zimri y finalmente Acab con su
malvada mujer, llamada Jezabel.
La parte final del libro, empezando por el capítulo 17, nos presenta el ministerio profético
empezando con Elías. Hubo otros profetas antes de él, pero no realizaron milagros. Elías
comienza el ministerio de los milagros en la Biblia. Los profetas que llevaron a cabo su
ministerio en Judá, el Reino del Sur, no hicieron milagros porque en aquel entonces el
testimonio de Dios era lo más importante para la vida de la nación, pero en Israel, el Reino del
Norte, la presencia de Dios fue rechazada y adoraron en su lugar los becerros de oro. En este
caso el ministerio de los milagros es el testimonio ante el pueblo de que Dios sigue estando
entre ellos. Dios intentó conmoverles para que fuesen conscientes de que se habían apartado
de él. El ministerio de Elías es una fantástica revelación de la manera cómo Dios trata al
corazón humano descarriado. Para empezar, en su ministerio, cerró los cielos, de manera que
no llovió sobre la tierra durante tres años. A continuación hizo descender fuego del cielo sobre
los dirigentes y otros, que habían sido enviados para arrestarle y traerle ante la presencia del
rey. Cuando estos milagros empezaron a llamar la atención del pueblo, se produjo el
arrepentimiento, hasta cierto punto. Entendieron que Dios estaba actuando con mano dura,
como lo hace en ocasiones con nosotros, para castigarnos y juzgarnos, a fin de que
despertemos y seamos conscientes de que nos estamos apartando de la adoración a él en el
fondo de nuestros corazones.
Cuando sucedió esto, se produjo por fin el juicio a Baal, y las dos filosofías de Israel chocaron
en una confrontación que tuvo lugar en el Monte Carmelo. Dios vindicó su honor enviando
fuego del cielo para destruir la ofrenda de Elías, incluyendo toda el agua que fue derramada
sobre la ofrenda y el altar de piedra y Dios reinó con gran poder. Cuando cayó dicho juicio, se
volvieron a abrir los cielos y la lluvia cayó sobre la tierra. Todo ello es una imagen de lo que
sucede en nuestras vidas cuando nos resistimos al derecho que tiene Dios a gobernar nuestros
corazones. Entonces Dios nos somete a su reprensión y, por fin, vence nuestra testarudez,
poniendo fin a la rebelión intencional y por fin somos humillados ante Dios. Entonces es cuando
la lluvia de Dios se derrama en nuestros corazones para dar nuevamente fruto y traer
bendición.
Siguiendo a todo lo anteriormente dicho nos encontramos con el extraordinario relato del temor
que le tenía Elías a Jezabel. Esto es algo que siempre me divierte. Aquí tenemos a un intrépido
profeta, un vigoroso hombre de Dios que se había enfrentado él solo con cuatrocientos
sacerdotes sobre la cima de la montaña, corriendo aterrorizado de una mujer enfurecida,
clamando mientras se oculta bajo un arbusto de junípero: "Señor, ya he tenido bastante. Ya
tuve más que suficiente al tener que enfrentarme con cuatrocientos sacerdotes de Baal, como
para que esta mujer venga tras de mi, esto ya es demasiado. Ella estaba amenazando su vida.
Esto resulta divertido porque Elías dice: "Señor, ya he tenido suficiente, quítame la vida, pero
como es natural eso no lo dice en serio. Todo lo que hubiera tenido que hacer hubiera sido salir
a buscar a Jezabel y ella hubiera satisfecho su deseo. Pero en lugar de ello, se oculta bajo el
junípero, a pesar de lo cual Dios le trata con su gracia maravillosa. Lo primero que hace es
acostarle y concederle una buena noche de descanso y a continuación Dios le ofrece una
buena comida. Finalmente Dios le enseña el secreto más importante que jamás había
aprendido Elías, que Dios no siempre se manifiesta a través del terremoto, del fuego y del
trueno, sino que en muchas ocasiones lo hace a través del silbo apacible y tranquilo de una
conciencia transformada.
El libro termina con la historia del rey Acab, su fracaso, su insensatez y su deseo egoista de
apoderarse de la viña de Nabot, haciendo que caiga el juicio de Dios. En el capítulo 22 nos
enteramos de cómo obra Dios por medio de lo que parecen circunstancias accidentales. Los
dos reyes, el de Israel y el de Judá, salen al campo de batalla. Acab, rey de Israel, intenta
conseguir, en su endiablada sabiduría, que el rey de Judá se coloque en la primera línea del
campo de batalla. Acab le pone al rey de Judá su propia armadura para que le confundan con
el rey de Israel y le ataquen, pero al felicitarse el rey Acab por la manera en que ha engañado
al rey de Judá para que se exponga al peligro, leemos que voló una flecha por el aire (por
casualidad) de un guerrero del lado contrario y encuentra su objetivo, atravesando la armadura
y dándole de lleno en el corazón. ¡De este modo Dios emite su juicio! Dios es el Dios de las
circunstancias, de los accidentes y se encuentra tras todos los acontecimientos de nuestra
vida. Eso es lo que nos revela esta historia.
Al concluir este libro de 1ª de Reyes, el versículo que más fijamente se me ha quedado
grabado en mi mente y en mi corazón es éste: "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón
porque de él emana la vida." (Prov. 4:23) Las circunstancias exteriores no deben nunca
destronarle e impedir que reine usted sobre su vida. Nada de lo que tenga usted que afrontar,
en cuanto a tensiones externas y circunstancias del exterior, conseguirán destronarle. Esto y el
que vuelva a encontrarse usted sometido a esclavitud y atado por la carne y el demonio, será
algo que solo sucederá si permite usted que alguna adoración rival se apodere de su corazón y
destrone a Dios. Cuando sus emociones se encariñen con alguna otra cosa, que rivalice con la
adoración a Dios, sus días en el reino estarán contados.
2ª DE REYES: UNA VIDA DERROCHADA
En la Biblia hebrea los libros de 1ª y de 2ª de Reyes están combinados en un solo libro de
Reyes. Se les llama apropiadamente Reyes por el hecho de que relata las vidas de varios
gobernantes del reino de Dios, comenzando por Saúl y David, hasta la división del reino bajo
Roboam, el hijo de Salomón. A continuación estos dos libros siguen el curso de las diversas
dinastías en Israel, el reino del norte, y la única dinastía de la casa de David en el reino del sur
de Judá. En cada uno de estos casos, la luz se concentra siempre sobre el rey y es lo que hace
el rey en relación con Dios lo que determina cómo le va a la nación. El carácter del reino lo
decide en gran medida el carácter del rey. Cuando el rey andaba con Dios en obediencia y
humildad, adorando y obedeciendo a Dios en el templo de Jerusalén (o posteriormente en
Samaria en el reino del norte), la bendición de Dios, manifestada en forma de prosperidad y de
victoria, caía sobre el reino. Pero no había semejante bendición para el reino del norte porque
no tenían reyes santos, pero en el reino del sur, en la casa de David, se obtenía la victoria y
había prosperidad cuando los reyes santos aparecían de vez en cuando. Las lluvias caían a su
debido tiempo, crecía la cosecha y florecía la economía de la tierra. Obtenían la victoria sobre
sus enemigos, incluso cuando estos se aliaban en su contra, consiguiendo siempre la victoria
cuando el rey caminaba con Dios.
Pero cuando el rey desobedecía y adoraba a otros dioses, de inmediato había hambre, sequías
e invasiones y la tierra padecía situaciones muy difíciles y extremadamente graves. Cuando los
reyes obedecían, eran siempre figuras de Cristo, como en el caso de David, de Salomón, de
Ezequías, de Joas y de Josafat. Pero cuando desobedecían eran imágenes o figuras del
anticristo, del hombre de pecado que aún ha de aparecer en la tierra. Jesús mismo le dijo a
Israel refiriéndose al anticristo: "Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibis. Si otro
viene en su propio nombre a aquel recibiréis. (Juan 5:43) Es precisamente este hombre de
pecado, la quintaesencia del mal humano, el que representan estos reyes de Israel y de Judá
al desobedecer a Dios.
El hecho que hace que estos libros resulten siempre fascinantes para nosotros es que este
reino de Israel es una imagen del reino que es nuestra propia vida. La nación de Israel fue
especialmente escogida de entre las naciones para que representase la vida humana
individual. Dios escogió a Israel, que no ocupó un lugar destacado ni obtuvo el favor de Dios
gracias a sus propios esfuerzos porque fue Dios el que escogió a esta nación. El fue quien la
formó, la moldeó y produjo una nación que habría de convertirse en una muestra para el
mundo entero de lo que Dios está dispuesto a hacer en cualquier vida en particular. Al leer
estos libros, nos encontraremos en el centro mismo de los problemas, de las bendiciones y de
las posibilidades que se reflejan en estos libros de los reyes.
Desde el principio mismo hubo dos divisiones en la monarquía, algo que sucedió también bajo
el reinado de David. Al principio de ocupar David el trono, durante los primeros siete años solo
fue rey de Judá y no fue hasta después de haber transcurrido ese período de siete años
cuando se convirtió en rey sobre ambas divisiones de la nación. La división entre las diez tribus
en el norte y las dos tribus de Judá y Benjamin en el sur, donde estaba Jerusalén, existió desde
el principio mismo. La intención es que fuese de este modo, pero debían de estar todas bajo un
solo rey y son una representación de las divisiones en la vida humana. Todo el mundo sabe
que existen dos divisiones evidentes en la vida humana. En primer lugar, tenemos el cuerpo,
del que somos tan conscientes y que siempre llevamos con nosotros. Nos pasamos el tiempo
cuidando de él, arreglándolo, vistiéndolo, pintándolo y quitándole la pintura y haciendo todo
cuanto podemos para que tenga un buen aspecto. Por desgracia, nos da la impresión de que
nos pasamos una gran parte de la vida cuidando de nuestro cuerpo, pero como es natural todo
hombre es algo más que un cuerpo. Está también el alma, la parte invisible que contiene la
personalidad y que ha desaparecido de un modo tan evidente cuando nos encontramos ante el
vacío de un cadáver y la terrible tragedia de la muerte.
Estos dos reinos son una representación de las dos divisiones de la vida. Las diez tribus del
norte representan el cuerpo, mientras que Judá y Benjamin, las dos tribus del sur, representan
el alma. Fue en el reino del sur donde se encontraba la capital, es decir, Jerusalén y el templo
estaba en esta ciudad y Dios habitaba en él. Sabemos, por lo que nos dicen las Escrituras, que
en la vida humana no solamente existen el cuerpo y el alma, sino que dentro del alma, y tan
íntimamente relacionado con ella que solamente la Palabra de Dios puede dividir el alma y el
espíritu, se encuentra la morada de Dios. Es ahí donde el Espíritu Santo reside al entrar en el
corazón humano. Cuando esto sucede, el hombre es exactamente como Dios quería que
fuese. Sin que el Espíritu Santo more en el espíritu humano, el hombre es solo un ejemplo
incompleto de lo que debe de ser, pero cuando el Espíritu Santo de Dios viene a morar en él,
viene a ocupar su lugar de residencia en el espíritu humano, que es el templo del cuerpo. El
Nuevo Testamento nos presenta una imagen de ello, cuando se nos dice que nuestros cuerpos
son templos del Espíritu Santo (1ª Cor. 6: 19) Si permitimos que el Espíritu de Dios more en
nuestro espíritu humano gobierna nuestra alma, pudiendo de ese modo amoldar y controlar el
cuerpo y la vida exterior.
Este templo del Espíritu estaba en Jerusalén y toda la adoración del reino debía tener lugar allí,
no siendo nunca el propósito que se celebrase en ningún otro lugar. Dios había puesto su
nombre en el templo de Jerusalén y, de la misma manera, en cada ser humano el espíritu
humano ha de ser el templo, el lugar donde se celebra la alabanza. ¿Recuerda usted lo que el
Señor Jesús le dijo a la mujer que estaba junto al pozo acerca de la naturaleza de Dios? "Dios
es Espíritu y es necesario que los que le adoran [¿dónde], le adoren en espíritu y en verdad."
(Juan 4:24). El puede encontrar a muchos adoradores que le alaban con el alma, mediante una
adoración que es solo sale del alma y de los sentimientos, pero no está interesado en esta
clase de adoración. El quiere que la adoración brote de la parte más profunda de la naturaleza
humana, del espíritu y el templo es la figura de este espíritu.
En su reino la voluntad es el rey y nada puede suceder en su reino a menos que pase antes
por la autoridad de su voluntad. Por lo tanto, lo que hace su voluntad es determinar cómo será
su vida. Si usted se somete de buen grado y en obediencia a la influencia que produce el
Espíritu Santo, que mora en su espíritu humano, es usted como el reino de David cuando
andaba con Dios. La tierra florecía en abundancia y prosperidad y la influencia de ese pequeño
reino se extendió hasta los últimos rincones de la tierra, pero si, como en muchos de los
siguientes reyes, camina usted en desobediencia, si su voluntad se muestra desafiante y está
en contra de las cosas de Dios, si rechaza usted su soberanía y su dominio sobre su vida,
entonces la misma clase de invasiones malvadas que tuvieron lugar en el reino se producirán
en su vida y ya no tendrá usted fuerzas para rechazar las corrupciones internas que arruinarán
e infringirán su pérdida en su vida y en las vidas de las personas sobre las cuales ejerza usted
una influencia, por lo que el reino queda en ruinas.
Al seguir el curso de esta ruina nos damos cuenta de que Salomón, el hijo de David, introdujo
el principio que fue el origen del deterioro del reino, enamorándose de la hija del faraón. No
había nada de malo en que se enamorase, Dios lo aprueba, pero había algo decididamente
malo en que se enamorase de la hija de Faraón, que era el rey de todo Egipto, el lugar en el
que Dios, en su gracia y poder, redimió a su pueblo. (Egipto representa siempre en las
Escrituras una figura o una imagen del atractivo que tiene el mundo para el corazón humano.)
Cuando Salomón llevó a la hija del faraón a su palacio, se abrió la puerta al establecimiento de
alianzas con otras hermosas mujeres de las tribus de alrededor de Israel y no tardó en tener a
mil esposas y juntamente con ellas sus ídolos. El reino comenzó a deteriorarse bajo el reinado
de Salomón porque permitió que el mundo le sedujese y le fascinase, haciendo que su corazón
se alejase del templo, donde debía haberse centrado su alabanza y puede usted hallar un
paralelismo con su propia vida.
A continuación Roboam, el hijo de Salomón, de hecho dividió el reino, de modo que las diez
tribus del norte fueron separadas de las otras dos tribus y se estableció un reino aparte en el
norte. Si el reino del norte es representativo, como he sugerido, del cuerpo del hombre,
entonces cuando nuestro espíritu pierde la comunión con el Espíritu Santo en su interior, no
pasa mucho tiempo antes de que el cuerpo comience a desintegrarse. La indulgencia de la
carne domina y a continuación empiezan a practicarse actos corporales inmorales, como nos
dice el primer capítulo de Romanos.
A continuación vino Jeroboam, el hijo de Roboam. Fue Jeroboam el que introdujo este gran
pecado por el que era conocido el Reino del Norte. Jeroboam colocó dos terneros en Betel y en
Dan a fin de convertirlos en centros de adoración. Recuerde que cuando los israelitas estaban
junto al monte Sinaí y Moisés había subido a la cima de la montaña para recibir la ley, Aarón el
sacerdote dirigió al pueblo en la construcción de un ternero de oro, que empezaron a adorar y
encima le llamaban Jehová. (Ex. 32:5) No quería decir eso que estuviesen negando a Jehová,
su Dios, sino que le estaban representando falsamente en la figura de estos dos terneros de
oro y dijo: "¡He aquí tus dioses, oh Israel! Adorad aquí (1ª Rey. 12:28) Esto representa esa
forma de santidad que niega el poder de Dios. Es una conformidad exterior con la fe cristiana,
pero que carece de la respuesta interior del Espíritu. Es posible dar la impresión de ser un buen
cristiano, de hecho hasta tal punto que pueda usted engañar a todo el mundo, menos a Dios.
Puede usted asistir a la iglesia, puede ponerse de pie cuando lo hace todo el mundo, sentarse
cuando lo hacen los demás, sujetar el himnario como es debido, puede usted inclinar su
cabeza también como es debido y en el momento oportuno, pero interiormente no haber un
espíritu de adoración. Esto es exactamente la imagen que se nos ofrece aquí sobre la
adoración que introdujo Jeroboam, el hijo de Nabat, en el reino del norte.
A partir de ese momento estos dos reyes, David y Jeroboam, se convierten en los
representantes de los dos principios espirituales que se siguen en los dos reinos y se
convierten en la vara de medir de los reyes que les sucedieron. Leemos una y otra vez en
estos libros acerca de un rey que o bien seguía en los caminos de David, su padre, sirviendo al
Señor su Dios, derrumbando todos los ídolos y eliminando la adoración falsa y abominable en
la que había caído Israel, o dice que seguían los caminos de Jeroboam, hijo de Nabat, que fue
el causante de que Israel se prostituyese tras los dioses que Jeroboam había establecido. En
esos momentos no había en Israel, el reino del norte, reyes santos. No había más que una
continua sucesión de reyes que asesinaban a sus predecesores con el fin de quedarse con el
trono, pero de vez en cuando, intervenía Dios en su gracia enviando a profetas, en un esfuerzo
por detener la caída del reino del norte. En Judá, el reino del sur, había unos cuantos reyes
santos y estos reyes se destacan como luces en medio de la oscuridad, siendo los principales
Josafat, Joas, Ezequías y Josías.
Durante todo ese tiempo de decadencia Dios realizó varios esfuerzos por acabar con la
corrupción y la decadencia del reino, que dependían principalmente del ministerio de Elías y de
Eliseo. Los libros de los Reyes son especialmente notables por el ministerio de estos dos
poderosos profetas de Dios. (Dios no le habló nunca a la nación por medio de un rey.- Usó al
rey para gobernar, para controlar y para administrar justicia. La vida y el carácter del reino eran
debidos al carácter del que era reflejo el rey.) Cuando Dios quería hablarle a la nación, enviaba
a un profeta. Osea, Amós, Joel, Isaías y Jeremías también fueron profetas que llevaron a cabo
su ministerio en estos reinos, pero los únicos que aparecen en 1ª y 2ª de Reyes son Elías y
Eliseo.
Elías tenía una fuerte personalidad y vivía llevando un cinto de cuero y vestía de tela de crin.
Era una persona que llevaba el pelo ralo, de aspecto sucio y debía tener aspecto de ser un
personaje enérgico y duro. Se encontró una y otra vez, cara a cara con el rey con el propósito
de transmitirle un mensaje de juicio y su vida estuvo en peligro en muchas ocasiones, pero era
un hombre fiel y Dios le protegía. Nos encontramos con la maravillosa historia de cómo se halló
ante cuatrocientos sacerdotes de Baal en la cima del Monte Carmelo y él solo desafió el poder
de aquella abominable adoración en Israel. (1ª Rey. 18:20) Elías les desafió a someterse a una
prueba para ver quién conseguía que descendiese fuego del cielo. En una escena realmente
extraordinaria les ridiculizó mientras ellos se hacían cortes en sus cuerpos y gritaban a sus
dioses para que enviasen fuego del cielo diciéndoles: "¿qué os pasa? ¿dónde está vuestro
dios? ¿Ha salido a comer? ¿Se ha ido de viaje? ¿Está durmiendo? ¿Por qué no os contesta?
Cuando se hubieron agotado, pidió a Jehová que descendiese fuego del cielo, que no solo
destruyó el sacrificio, sino hasta el agua que habían derramado sobre él y hasta las
mismísimas piedras del altar. Todo había sido arrasado y él había conseguido un gran triunfo
para Dios. Esa era la personalidad de Elías. Era principalmente el profeta de la ley. Su
ministerio consistía en hacer que se manifestase el poder extraordinario de la ley ante la nación
de Israel, para intentar despertar a la nación de su situación vergonzosa. Por lo tanto, el suyo
era un ministerio de amor, de fuego y de juicio. Cuando Elías fue transportado al cielo en un
carro de fuego, su manto cayó sobre Eliseo. En contraste con Elías, el ministerio de Eliseo era
un ministerio de gracia, de dulzura y de gloria por todo Israel. ¿A qué se debía esto? Si estudia
usted lo que dice detenidamente verá que estos dos hombres juntos son una figura del
ministerio de Jesucristo. Cuando el Señor Jesús vino a Israel, fue durante un período de
decadencia y de corrupción, como lo había sido cuando Elías vino a la nación. Herodes
ocupaba el trono como vasallo de Roma. El puesto de sumo sacerdote había caído en mano de
los saduceos (que eran los racionalistas de aquellos días) y habían convertido el templo en un
lugar de corrupción y de comercio y hasta la nación estaba pasando por tiempos sombríos y
amargos. El ministerio del Señor Jesús en la Israel oficial estaba en poder de Elías, que
comenzó su ministerio limpiando el templo, haciendo un látigo de cuerdas y con su brazo
desnudo y los ojos que despedían fuego (el dulce y sumiso Jesús) echó a los cambistas del
templo, volcando sus mesas y tirando sus cosas al patio. Eso marcó además el final de su
ministerio con el juicio clamoroso de la Israel oficial.
Pero el ministerio de nuestro Señor, a nivel individual, era el ministerio llevado a cabo por
Eliseo. Era el ministerio de la gracia, de una dulzura simpática, de una ternura compasiva y de
una actitud de ayuda. Aquí tenemos otra interesante comparación, en el hecho de que Eliseo
parece ser además una imagen del ministerio realizado por el Espíritu Santo en la iglesia
después del día de Pentecostés, además de que el ministerio de Eliseo empezó con un hombre
que asciende al cielo. El primer milagro que realizó representa el ministerio del Espíritu Santo,
al echar sal al agua y endulzarla. El milagro relacionado con la sal y el del aceite que fluía
constantemente, que es otro símbolo del Espíritu Santo, y el milagro del agua que apareció de
repente sobre los campos resecos y yermos presa del hambre, son todos ellos imágenes del
Espíritu Santo. Estaba también el milagro de la resurrección, cuando murió un niño pequeño y
resucitó de los muertos al poner Eliseo su vara sobre él y respirar sobre su cara, que era la
resucitación boca a boca, pero era una auténtica resurrección. Eliseo realizó milagros como la
curación de la lepra y la alimentación de mil o más personas y la recuperación de la cabeza del
hacha perdida, haciendo que flotase sobre la superficie del agua. Los milagros continuaron
incluso después de que estuviese muerto y enterrado. Un grupo de hombres que estaban
intentando disponer de un cadáver se vieron de repente sorprendidos por un grupo de
bandidos. Echaron el cadáver en la sepultura de Eliseo y cuando el cuerpo del hombre muerto
tocó los huesos de Eliseo este volvió de nuevo a la vida. ¿Por qué? Todo esto representa el
ministerio del Espíritu Santo en una vida decadente, intentando ganar de nuevo un corazón que
se ha dejado arrastrar gradualmente por la ceguera y lo sombrío de la corrupción. Incluso
cuando todo parece estar muerto y perdido para siempre, el Espíritu Santo puede transformar
la muerte con solo tocarla.
El libro de 2ª de Reyes sigue el curso de la decadencia de estos reinos y el primero de ellos es
el de Israel, que es llevada cautiva a Asiria. Bajo el reinado de Salmanasar el reino del norte es
llevado a una cautividad total y definitiva, como leemos en el capítulo 17:13-18:
"Jehová advertía a Israel y a Judá por medio de todos los profetas y de todos los videntes
diciendo: Volveos de vuestros malos caminos y guardad mis mandamientos y mis estatutos,
conforme a toda ley que mandé a vuestros padres y que os envié por medio de mis siervos los
profetas., Pero ellos no obedecieron, sino que endurecieron su cerviz, como la cerviz de sus
padres, los cuales no creyeron en Jehová su Dios. También desecharon sus leyes y el pacto
que él había hecho con sus padres, y sus amonestaciones con que los había amonestado.
Fueron tras la vanidad y se hicieron vanos. Imitaban a las naciones que estaban a su
alrededor, de los cuales Jehová les había mandado no actuar como ellas. Abandonaron todos
los mandamientos de Jehová su Dios, se hicieron dos becerros de fundición y un árbol ritual de
Asera, se postraron ante todo el ejército de los cielos y sirvieron a Baal. Hicieron pasar por
fuego a sus hijos y a sus hijas, practicaron los encantamientos y las adivinaciones, y se
entregaron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová, provocándole a ira. Por tanto Jehová se
enojó en gran manera contra Israel, y los quitó de su presencia. No quedó sino solo la tribu de
Judá."
¡Qué imagen nos ofrece esto de los malvados resultados que produce el pecado en la vida
humana, en particular en lo que se refiere a la vida exterior del cuerpo! ¿Se ha fijado usted
alguna vez en esto? Hablamos acerca de las señales del pecado en la vida de una persona y
es asombroso lo pronto que estas señales comienzan a aparecer cuando se lleva una vida
disoluta de libertinaje. No me estoy refiriendo, por supuesto, a las señales normales de la vejez
porque eso es algo que nos pasa a todos, incluso a los justos. Todos tenemos que pasar por la
calvicie, las bifocales, los puentes en la boca, la barriga prominente y los callos, que no son
más que señales normales de decadencia. A lo que me refiero es a las señales de vulgaridad y
ordinariez que dejan su marca en el cuerpo de la persona cuando lleva una vida lujosa y
disoluta, comiendo y bebiendo en exceso, y todas aquellas otras cosas que dejan su marca en
el cuerpo. Lo primero que se estropea es el cuerpo, de la misma manera que Israel fue, en este
caso, la primera en verse afectada.
La próxima fue Judá, que se frenó su decadencia durante un tiempo gracias a la gloriosa vida
de Ezequías, que surgió de en medio de aquella vida sombría. Su padre había sido un rey
impío y al ocupar su hijo el trono también fue un rey impío, pero Ezequías había sido marcado
por la gracia de Dios. El reino se encontraba en tal estado de decadencia, cuando llegó al
trono, que lo primero que hizo fue limpiar el templo. Les llevó a los levitas, la tribu de los
sacerdotes, dieciséis días limpiarlo de toda la basura y sacar los trastos que estaban en su
interior incluso antes de que pudiesen empezar a purificarlo para reanudar los cultos en él.
Hasta ese punto había llegado la corrupción de la nación. Ezequías volvió además a introducir
la Pascua, destruyendo la serpiente de bronce, de gran tamaño, a la que había estado
adorando el pueblo. Nos referimos a la misma serpiente que había usado Dios para su
bendición cuando Moisés la levantó en el desierto. (Números 21:8, 9), pero Ezequías, con un
fino sarcasmo, la llamó un pedazo de bronce y la destruyó porque se había convertido en
objeto de idolatría. Muchas cosas que han sido con anterioridad de bendición se convierten en
ídolos si nos aferramos a ellos sencillamente por su valor sentimental.
La vida de Ezequías se vio milagrosamente prolongada cuando la sombra del reloj de sol se
volvió atrás diez grados y se le permitió vivir quince años más. Sin embargo, durante esos
quince años tuvo un hijo llamado Manases, que se convirtió en el peor rey que jamás había
tenido Judá. Manases tuvo el más largo reinado de todos los reyes, reinando durante cincuenta
y cinco años dedicados a la impiedad. Por lo que algunos han dicho que Ezequías es el
hombre que vivió demasiado. Si hubiese aceptado la palabra del Señor acerca de su muerte,
Israel se hubiese librado de las terribles cosas que sucedieron bajo el reinado de Manases.
De modo que el reino se volvió decadente y al final Judá fue llevada por Nabucodonosor a
Babilonia, símbolo de corrupción y de profanación. Durante unos cuantos años el templo
permaneció en Jerusalén, pero al final también fue desmantelado y quemado. Se derrumbaron
las murallas de la ciudad y todo el pueblo fue llevado en cautividad. El libro acaba con
Sedequías, el último rey de Israel. Después de ser capturado por el rey de Babilonia, sus hijos
fueron asesinados ante sus ojos y a él le sacaron los ojos, a continuación fue atado y llevado a
Babilonia.
Sedequías fue el último rey que jamás tuvo Israel. Mas adelante, en medio del tumulto y la
tremenda confusión que se produjo en Jerusalén durante la semana de la Pascua, cuando fue
crucificado nuestro Señor, Pilato ofreció su rey a la nación. "He aquí vuestro rey, pero la
multitud hablaba en serio al decir: "¡No tenemos mas rey que el César! (Juan 19:14, 15) Con
todo y con eso, fue el gobernador de César el que le enseñó a Israel una lección haciendo que
su título quedase inscrito sobre la cruz "Jesús de Nazaret, rey de los judíos. (Juan 19:19) Esta
pobre nación no volverá a conocer un momento de verdadera prosperidad y bendición, ni
espiritual ni física, hasta que vea a Aquel al que traspasaron y le reconozcan como al rey que
les fue enviado en humildad como había profetizado Zacarías (Zac. 12:10)
¿Entiende usted ahora de qué se trata este libro? Es una imagen de una vida derrochada. Aquí
tenemos una imagen de una persona que es cristiana, cuyo fundamento ha sido puesto por
Jesucristo, pero que ha edificado sobre él con madera, paja y rastrojo. En lo más hondo de su
corazón, en su voluntad, se ha negado a andar en obediencia a las cosas que le han sido
reveladas por medio del Espíritu Santo, que mora en el templo de su espíritu humano. Como
resultado de ello, su vida se caracteriza cada vez más por la decadencia, la corrupción y la
profanación. Comienza por el cuerpo y se adentra en nuestra personalidad y finalmente se
quema el templo mismo. Pablo nos dice en Iª de Corintios que a cada uno de nosotros nos
espera el juicio de fuego, que pondrá la obra realizada de manifiesto, quemándose la madera,
la paja y el rastrojo, aunque el creyente mismo se salve "pero como por fuego (Iª Cor. 3:13-15)
Como es natural, toda la lección de 2ª de Reyes es que eso no tiene por qué suceder. Dios
está continuamente interrumpiendo nuestras vidas con la evidencia de su gracia e intenta
detenernos en nuestros caminos obstinados e intencionales, pero tenemos libertad para seguir
en ellos. Podemos continuar luchando por llegar a la cima y tal vez ganarnos el aplauso y la
aceptación del mundo que nos rodea, pero un día tendremos que aparecer desnudos delante
de Aquel que nos ama y que se entregó por nosotros y al que le hemos negado el derecho a
ser Dios en el templo de nuestro espíritu. Le hemos privado de su herencia en los santos. En
ese día, nos dice Juan, nos sentiremos avergonzados por su venida. Ojalá que Dios haga
posible que la lección que enseñan estos libros pueda dar su fruto en nuestros corazones
...