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frankastellanosTesis29 de Julio de 2013

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Como bien afirma Borges, los seres humanos desde la antigüedad hemos sabido que “los astros y los hombres vuelven cíclicamente”; que hay ciertas cosas que se repiten y vuelven como si nuestra vida fuera esa “serpiente que se muerde la cola” a la que aluden algunos mitos de nuestras culturas ancestrales. Sin embargo, al mismo tiempo que hemos sabido de esta especie de continuo girar sobre lo mismo que nos presentan la naturaleza y la vida, también hemos sabido desde siempre que caminar en rotación permanente implica al mismo tiempo un cambio, un avance, apuntar hacia metas nuevas y situarse quizá en el mismo lugar, pero siempre parados en otra perspectiva, de manera que esta imagen cíclica parece más una espiral que avanza y retrocede que un círculo cerrado dando vueltas sobre sí mismo.

En efecto, el devenir del universo y de los astros, el proceso de reproducción de la vida vegetal y animal, y aún el continuo caminar de la humanidad en la historia tienen algo de “eternidad constante”, de movimiento estable o estabilidad en movimiento.

Los ciclos de la vida, la vida como ciclos

“”El pensamiento ecológico ha puesto en su centro la idea de cadena y la idea de ciclo…Sin embargo, no hay UN gran bucle eco-organizacional sino un gran Pluribucle o Bucle uniplural constituido por grandes ciclos, cadenas…Por este hecho, cada momento de un ciclo constituye al mismo tiempo el momento de uno o varios otros…” [2]

Esta idea de ciclos nos viene, antes que de la experiencia psicológica o del análisis de la historia, de la simple observación de la naturaleza. La naturaleza requiere de ciclos, ciclos que se repiten una y otra vez para garantizar la continuidad de la vida, como la rotación de los planetas alrededor del sol; el continuo repetirse de las estaciones del año; el ciclo del agua que explica la relación recurrente entre los mantos acuíferos, los ríos, los mares y las nubes que provocan la lluvia cuando ocurren ciertas condiciones atmosféricas.

El ciclo de la vida se sostiene por estos fenómenos del universo, que se mantiene gracias a ciclos recurrentes y permanece también debido a otro ciclo al que podemos llamar cadena alimenticia: unas especies viven gracias a que se alimentan de otras que a su vez se alimentan de otras especies más, garantizando un equilibrio en este movimiento constante.

Pero estos ciclos no pueden ser cerrados e inmutables. De esta manera los ciclos van abriéndose y cerrándose continuamente pero también van mezclándose con otros ciclos y produciendo bajo ciertas condiciones, muchas veces azarosas, nuevas emergencias, fenómenos o acciones distintas y superiores en complejidad que darán lugar a nuevos ciclos. Esta es la dinámica de la evolución en la naturaleza y de las especies que fueron naciendo desde los ciclos compuestos por la vida elemental de organismos unicelulares hasta ciclos de organismos más complejos que culminan en la emergencia de la consciencia, propia de la especie humana. Es también la dinámica de los individuos que viven con base en ciclos físicos, químicos, biológicos, psicológicos o reproductivos que dan lugar a la emergencia de las sociedades humanas, del Estado, de formas de organización diversas que construyen sus propios ciclos de funcionamiento.

La experiencia humana y sus ciclos: una exploración que no cesa

“Con el impulso de este amor y la voz de este llamado no cesaremos de explorar y el final de nuestra búsqueda será arribar al lugar donde iniciamos y conocer el sitio por vez primera” [3]

La experiencia humana de la vida, la existencia de las personas, es también una sucesión de ciclos. Ya no digamos los ciclos básicos que soportan la vida (los ciclos bioquímicos, celulares, de nuestro metabolismo) sino los ciclos propiamente existenciales que son aquellos conscientes de que van constituyendo el proceso de nuestra vida, construyendo paso a paso el “drama” de nuestra propia existencia en convivencia.

El drama personal de la vida de cada quien con sus propios ciclos –infancia, adolescencia, juventud, madurez, vejez- se entrelaza al mismo tiempo en un ciclo con el drama social –y sus ciclos de organización, instituciones, gobierno-. Éstos a su vez coexisten con el drama de la humanidad, que tiene sus propios ciclos de evolución como especie que necesita “salvarse realizándose”: es decir, volverse cada día más humana para sobrevivir y cumplir su vocación en el cosmos. En esta experiencia existencial que podríamos llamar fundante porque está en el eje de lo que nos constituye, de lo que define quiénes somos en lo individual, social y colectivo, se sustenta la necesidad vital de identificar los ciclos y comprender su dinámica. Debemos saber cómo cerrar ciclos para abrir continuamente otros nuevos.

Los ciclos del aprendizaje, el aprendizaje como ciclos

“Cada generación hereda una cultura de la anterior; se apropia de ella, la renueva, la recrea y la transmite a la siguiente; de tal modo que las culturas son en esencia, dinámicas y cambiantes y la educación intencional da por sentado que le corresponde determinar qué es válido y transmitirlo a la generación siguiente…” [4]

Si la educación tiene que ver fundamentalmente con formarnos como seres humanos, con enseñarnos humanidad unos a otros y si la humanidad es cíclica en este sentido paradójico de repetición-avance, entonces el proceso de identificación, comprensión y cierre de ciclos es algo fundamental en el proceso educativo. No existe realmente educación si no se da esta capacitación a las nuevas generaciones para ubicarse en el gran ciclo del universo. Para ser capaces de “obedecer a la vida y guiar la vida” en el gran ciclo de la historia y la cultura. La educación debe servir para “ser conservadores de lo que haya que conservar y revolucionantes de lo que haya que revolucionar” [5]. La educación es en sí misma un gran ciclo, una rueda que gira sobre el eje de la cultura y avanza con la fuerza de dos grandes motores: la herencia y el descubrimiento.

El sistema educativo se plantea de hecho a partir de ciclos. La educación en cualquier país se organiza curricularmente a partir de los ciclos de vida y aprendizaje de los niños, los adolescentes, los jóvenes y los adultos. Así se estructuran niveles educativos como el jardín de niños, la primaria, la secundaria, el bachillerato, la licenciatura y el posgrado: pensando en las características que tiene un estudiante en las distintas etapas de su vida.

Seguramente recordamos la expectativa y la emoción que nos daba el inicio de un nuevo ciclo escolar y el misterio de cómo sería la maestra o los profesores que nos darían clase; en qué grupo de compañeros íbamos a estar o cómo sería lo que viviríamos ese año en el aula. Sin embargo, de manera contradictoria existe también en nuestra experiencia como educandos el recuerdo de cómo poco a poco la expectativa y la emoción se iban convirtiendo en tedio y aburrimiento por la rutina; y porque se llegaba al final del curso sin una clara visión de “cierre de ciclo”.

¿Por qué siendo la educación algo tan explícitamente organizado en ciclos no puede preparar en los hechos para cerrar ciclos y para abrir nuevos ciclos? Tal parece que el problema está en que falta en el sistema educativo un elemento central en los ciclos de la existencia humana. Este elemento es el del sentido.

Los ciclos naturales y humanos son de “eternidad constante”, es decir, de girar en torno a un eje estabilizador pero al mismo tiempo avanzar en un horizonte que genera nuevas emergencias en el caso de la naturaleza y abre nuevas posibilidades en el caso de lo humano. Se trata, pues, de procesos de repetición que avanzan hacia un horizonte de sentido. Cuando esto no ocurre se vive como una rueda de noria que gira incesante sobre su propio eje sin ir a ningún lado. Como decía Paz, “exprimiendo la sustancia de la vida…”[6]

Sin embargo yo fui tal como ustedes,

Joven, lleno de bellos ideales,

Soñé fundiendo el cobre

Y limando las caras del diamante:

Aquí me tienen hoy

Detrás de este mesón inconfortable

Embrutecido por el sonsonete

De las quinientas horas semanales. [7]

Si la escuela no enseña a cerrar ciclos es porque muchas veces los mismos profesores no aprendieron nunca a ver el proceso educativo como un ciclo que se abre, se desarrolla y se tiene que cerrar. Muchos docentes se formaron sin esta capacidad de autorreflexión, y aunque en el inicio de sus carreras fueron jóvenes “llenos de bellos ideales”, terminaron enajenados por la rutina escolar hasta llegar a quedar “embrutecidos por el sonsonete de las quinientas

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