ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

ENSAYIN PLATIN BANQUETIN DEL AMORCIN


Enviado por   •  6 de Mayo de 2013  •  22.132 Palabras (89 Páginas)  •  345 Visitas

Página 1 de 89

a la ciudad, un conocido mío, que venia detrás de mí, me avistó, y llamándome de lejos: –¡Hombre de Faléreo! gritó en tono de confianza; ¡Apolodoro!, ¿no puedes acortar el paso?– Yo me detuve, y le aguardé. –Me dijo: justamente andaba en tu busca, porque quería preguntarte lo ocurrido en casa de Agaton el día que Sócrates, Alcibíades y otros muchos comieron allí. Dícese que toda la conversación rodó sobre el amor. Yo supe algo por uno, a quien Fénix, hijo de Filipo, refirió una parte de los discursos que se pronunciaron, pero no pudo decirme el pormenor de la conversación, y sólo me dijo que tú lo sabias. Cuéntamelo, pues, tanto más [298] cuanto es un deber en ti dar a conocer lo que dijo tu amigo. Pero, ante todo, dime: ¿estuviste presente a esa conversación? –No es exacto, y ese hombre no te ha dicho la verdad, le respondí; puesto que citas esa conversación como si fuera reciente, y como si hubiera podido yo estar presente. –Yo así lo creía. –¿Cómo, le dije, Glaucon; no sabes que ha muchos años que Agaton no pone los pies en Atenas? Respecto a mí aún no hace tres años que trato a Sócrates, y que me propongo estudiar asiduamente todas sus palabras y todas sus acciones. Antes andaba vacilante por uno y otro lado, y creyendo llevar una vida racional, era el más desgraciado de los hombres. Me imaginaba, como tú ahora, que en cualquier cosa debía uno ocuparse con preferencia a la filosofía. –Vamos, no te burles, y dime cuándo tuvo lugar esa conversación. –Éramos muy jóvenes tú y yo; fue cuando Agaton consiguió el premio con su primera tragedia, al día siguiente en que sacrificó a los dioses en honor de su triunfo, rodeado de sus coristas. –Larga es la fecha, a mi ver; ¿pero quién te ha dicho lo que sabes? ¿es Sócrates? –No, ¡por Júpiter!, le dije; me lo ha dicho el mismo que se lo refirió a Fénix, que es un cierto Aristodemo, del pueblo de Cidatenes; un hombre pequeño, que siempre anda descalzo. Este se halló presente, y si no me engaño, era entonces uno de los más apasionados de Sócrates. Algunas veces pregunté a este sobre las particularidades que me había referido Aristodemo, y vi que concordaban. –¿Por qué tardas tanto, me dijo Glaucon, en referirme la conversación? ¿En qué cosa mejor podemos emplear el tiempo que nos resta para llegar a Atenas? –Yo convine en ello, y continuando nuestra marcha, entramos en materia. Como te dije antes, estoy preparado, y sólo falta que me escuches. Además del provecho que encuentro en hablar u oír hablar de filosofía, nada hay en el mundo que me cause tanto placer; mientras que, [299] por el contrario, me muero de fastidio cuando os oigo a vosotros, hombres ricos y negociantes, hablar de vuestros intereses. Lloro vuestra obcecación y la de vuestros amigos; creéis hacer maravillas, y no hacéis nada bueno. Quizá también por vuestra parte os compadeciereis de mí, y me parece que tenéis razón; pero no es una mera creencia mía, sino que tengo la seguridad de que sois dignos de compasión.

El amigo de Apolodoro

Tú siempre el mismo, Apolodoro; hablando mal siempre de ti y de los demás, y persuadido de que todos los hombres, excepto Sócrates, son unos miserables, principiando por ti. No sé por qué te han dado el nombre de Furioso; pero sé bien que algo de esto se advierte en tus discursos. Siempre se te encuentra desabrido contigo mismo y con todos, excepto con Sócrates.

Apolodoro

¿Te parece, querido mío, que es preciso ser un furioso y un insensato, para hablar así de mí mismo y de todos los demás?

El amigo de Apolodoro

Déjate de disputas, Apolodoro. Acuérdate ahora de tu promesa, y refiéreme los discursos que pronunciaron en casa de Agaton.

Apolodoro

He aquí lo ocurrido poco más o menos; o mejor es que tomemos la historia desde el principio, como Aristodemo me la refirió.

Encontré a Sócrates, me dijo, que salía del baño y se había calzado las sandalias contra su costumbre. Le pregunté a dónde iba tan apuesto.

—Voy a comer a casa de Agaton, me respondió. Rehusé asistir a la fiesta que daba ayer para celebrar su victoria, por no acomodarme una excesiva concurrencia; pero di mi palabra para hoy, y he aquí por qué me encuentras [300] tan en punto. Me he embellecido para ir a la casa de tan bello joven. Pero, Aristodemo, ¡no te dará la humorada de venir conmigo, aunque no hayas sido convidado?

—Como quieras, le dije.

—Sígueme, pues, y cambiemos el proverbio, probando que un hombre de bien puede ir a comer a casa de otro hombre de bien sin ser convidado. Con gusto acusaría a Homero, no sólo de haber cambiado este proverbio, sino de haberse burlado de el{2}, cuando después de representar a Agamemnon como un gran guerrero, y a Menelao como un combatiente muy débil; hace concurrir a Menelao al festín de Agamemnon, sin ser convidado; es decir, presenta un inferior asistiendo a la mesa de un hombre, que está muy por cima de él.

—Tengo temor, dije a Sócrates, de no ser tal como tú querrías, sino más bien según Homero; es decir, una medianía que se sienta a la mesa de un sabio sin ser convidado. Por lo demás, tú eres el que me guías y a ti te toca salir a mi defensa, porque yo no confesaré que concurro allí sin que se me haya invitado, y diré que tú eres el que me convidas.

—Somos dos{3}, respondió Sócrates, y ya a uno ya a otro no nos faltará qué decir. Marchemos.

Nos dirigirnos a la casa de Agaton durante esta plática, pero antes de llegar, Sócrates se quedó atrás entregado a sus propios pensamientos. Me detuve para esperar, pero me dijo que siguiera adelante. Cuando llegué a la casa de Agaton, encontré la puerta abierta, y me sucedió una aventura singular. Un esclavo de Agaton me condujo en el acto a la sala donde tenía lugar la reunión, estando ya todos sentados a la mesa y esperando sólo que se les sirviera. Agaton, en el momento que me vio, exclamó: [301]

—¡Oh, Aristodemo!, seas bienvenido si vienes a comer con nosotros. Si vienes a otra cosa, ya hablaremos otro día. Ayer te busqué para suplicarte que fueras uno de mis convidados, pero no pude encontrarte. ¿Y por qué no has traído a Sócrates?

Miré para atrás y vi que Sócrates no me seguía, y entonces dije a Agaton que yo mismo había venido con Sócrates, como que él era el que me había convidado.

—Has

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (126 Kb)  
Leer 88 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com