El Catigo
marcelaina5 de Julio de 2013
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Una breve reflexión sobre el dolor en san Agustín
Echando un vistazo a Las Confesiones encontré un capítulo que cautivó mi atención.
La razón de tal cautivación es que es posible interpretarlo de tal manera que dé una respuesta coherente a la interrogante ¿por qué preferir, ya sea racional o emotivamente, una explicación a otra?
La tradición nos ha legado distintas respuestas a semejante pregunta. Sócrates, en un ejercicio racional, hizo uso de la dialéctica. La dialéctica socrático-platónica lleva implícita una identificación del discurso que se prefiere que rompe con la retórica. Si hemos de hacer caso a Aristóteles, la retórica trata de lo verosímil. Es evidente que ante los ojos de Platón la retórica no puede tratar del en-sí o de la naturaleza Real de las cosas. Tal ámbito discursivo es único del filósofo, y la condición de posibilidad es que el filósofo identifique al discurso auténtico, el discurso que hace justicia no solo a los interlocutores, sino a los objetos discursivos, de tal manera que no sea ya la verosimilitud ni la subjetividad del poeta o del retor el criterio. El criterio es un criterio de verdad, y el discurso preferido y auténtico buscado por el criterio es aquel que expone a las cosas tal cual son, es decir, en relación a La Forma (Verdad-Belleza-Bondad).
También en san Agustín hay dialéctica. Es evidente que su criticismo a la doctrina dualista del maniqueísmo se basa en una preferencia racional de una concepción del alma unitaria en vez de una multiplicidad de elementos que entran en pugna dentro del hombre.
Pero el interés de esta entrega no es ya el de argumentar a favor de una preferencia racional. Las preferencias racionales de san Agustín podrían interpretarse históricamente, es decir, debido al Zeitgeist que se erige alrededor del santo y del cual su misma conciencia, tomada como condicionada históricamente, es producto.
Ninguna de las dos perspectivas descritas anteriormente las que deseo abordar; no - mi interpretación se basa en las emociones. Quisiera hablar del dolor.
Independientemente del estatuto ontológico que queramos predicar del dolor, san Agustín lo menciona:
“[...]una reflección se operaba en mí, lentamente, a medida que mis placeres antiguos recobrados hacían ceder mi dolor. Lo que la sustituía, es cierto, era, si no otros dolores, por lo menos los gérmenes de otros dolores. Pues ¿por qué aquel dolor había penetrado tan fácilmente hasta lo más íntimo de mí mismo, sino porque había dispersado mi alma sobre la arena, al amar un ser que se me podía morir, como si no debiese morirse nunca?”
Interpreto que la reflección no es más que la conducta condicionada que lleva al hombre a regresar a lo habitual. Si he de oponer algo al dolor ¿por qué no el placer? El problema es que ese placer es sucedido por dolor en cuanto cesa. El placer es, por tanto, gérmen de aquello a lo que el hombre se propone combatir mediante él. Es evidente que Agustín descubre un círculo en tal actividad. Así, podríamos hacer una interpretación neoplatónica y decir que Agustín es heredero de ella pues es posible entender la naturaleza de las pasiones mediante la razón – por tanto habría una instancia superior o principio rector en el alma - considerada como una unidad bipartita o tripartita - (¿la razón?).
El dolor de san Agustín ha de ser interpretado desde la perspectiva del dualismo.
El dolor es causado por todo aquello que se encuentra bajo el sol : realidad cambiante en la cual observamos lo hermoso de la fragilidad de la vida, así como puede manifestarse plenamente como cuando nace un hijo, cuando se goza con un amigo, también se manifiesta plenamente cuando muere el hijo y el amigo, y ya no se puede gozar de ellos o junto con ellos. “Lo que me recomfortaba y me revivificaba, sobre todo, eran los consuelos
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