Jean Valjean
sugeban9 de Enero de 2014
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Jean Valjean tenía la prudencia de no salir nunca de día. Todas las tardes, al oscurecer, se
paseaba unas horas, algunas veces solo, otras con Cosette; buscaba las avenidas arboladas de los
barrios más apartados, y entraba en las iglesias a la caída de la noche. Iba mucho a San Medardo,
que era la iglesia más cercana. Cuando no llevaba a Cosette, la dejaba con la portera.
Vivían sobriamente, pero nunca les faltaba un poco de fuego. Jean Valjean continuaba vistiendo
su abrigo ajustado y amarillento y su viejo sombrero. En la calle se le tomaba por un pobre.
Sucedía a veces que algunas mujeres caritativas le daban un sueldo; él lo recibía y hacía un saludo
profundo. Sucedía en otras ocasiones también que encontraba a algún mendigo pidiendo limosna;
entonces miraba hacia atrás por si lo veía alguien, se acercaba rápidamente al desdichado, le ponía
en la mano una moneda, muchas veces de plata y se alejaba precipitadamente. Esto tuvo sus
inconvenientes, pues en el barrio se le empezó a conocer con el nombre de "el mendigo que da
limosna".
La portera, vieja regañona, llena de envidia hacia el prójimo, vigilaba a Jean Valjean sin que éste
lo sospechara. Era algo sorda, lo cual la hacía charlatana. Sólo le quedaban del pasado dos
dientes, uno arriba y otro abajo, que hacía chocar constantemente. Hizo mil preguntas a Cosette,
quien, no sabiendo nada, sólo había podido decir que venía de Montfermeil. Una mañana que
estaba al acecho, vio entrar a Jean Valjean en uno de los cuartos deshabitados de la casa y su
actitud le pareció extraña. Lo siguió a paso de gata vieja y pudo observar, sin ser vista, por las
rendijas de la puerta. Jean Valjean, sin duda para mayor precaución, se había puesto de espaldas
a esta puerta. Pero la vieja lo vio sacar del bolsillo un estuche, hilo y tijeras; después se puso a
descoser el forro de uno de los faldones de su abrigo
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