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Aristoteles


Enviado por   •  26 de Mayo de 2014  •  2.506 Palabras (11 Páginas)  •  251 Visitas

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HABLAR PARA ENTENDERSE

Manuel Martín Algarra

No sé si alguien habrá aventurado alguna vez sobre qué trató la primera conversación que tuvo lugar en la historia. ¿Qué se dirían los primeros que hablaron? No es fácil siquiera imaginarlo y, sin embargo, no es difícil adivinar el motivo de esa primera conversación. La gente habla, los seres humanos nos comunicamos, porque nuestro conocimiento del mundo y de nosotros mismos está lleno de lagunas, mientras que nuestro afán por conocer y nuestra capacidad de saber pueden llegar a ser insaciables.

AHÍ ESTÁ EL SENTIDO de la comunicación en la vida del hombre: en su necesidad de superar las distancias que lo separan del mundo y de los demás. La comunicación tiene básicamente ese cometido de conocimiento, de llenar el vacío que nos aleja del mundo y sus habitantes. El conocimiento sobre “lo otro” que resulta de la comunicación tiene, pues, como resultado obvio la integración del hombre en el mundo y especialmente en el mundo social. El hombre no está solo; es “en el mundo” y por naturaleza “uno como los otros”: único, distinto, pero como los demás hombres. Verdaderamente nada de lo humano nos es ajeno porque en cada ser humano está “la humanidad”, y su dignidad proviene tanto de su unicidad irrepetible como de su naturaleza compartida.

Hay tres paradojas que ayudan a entender y explicar la comunicación. La primera de ellas es que el mundo –en el sentido más amplio del término– es cognoscible precisamente por su “aparecerse”, por su mostrarse, pero esa apariencia no agota el ser del mundo. Las cosas, en contra del decir popular, son realmente lo que parecen y, al mismo tiempo, no sólo lo que parecen. Los científicos saben bien esto: el mundo es algo tan rico, que siempre se puede conocer mejor, siempre es susceptible de presentarnos nuevas facetas que exigen nuevos avances en su conocimiento y también exigen nuevos instrumentos para su medición. Por eso la ciencia avanza, porque conoce el mundo, pero nunca acaba de conocerlo.

La segunda paradoja es la contrapartida subjetiva de la anterior: el ser humano tiene capacidad de conocer realmente el mundo, pero ese conocimiento, siendo auténtico, no agota el aparecerse del mundo y menos aún el ser del mundo. El conocimiento humano es verdadero conocimiento, pero un conocimiento limitado que no nos alcanza para conocer todo ni conocer las cosas perfectamente, aunque es un conocimiento suficientemente útil para vivir. El hombre, por tanto, siempre puede conocer más y mejor.

Por último, estas dos paradojas nos conducen a la tercera: el hombre puede expresar realmente su conocimiento del mundo: lo que sabe, lo que siente, lo que vive; pero, una vez más, esa capacidad es limitada. Los productos humanos que expresan el mundo exterior o el mundo interior nunca representan plenamente ni perfectamente lo que sabe o siente el hombre que se expresa, aunque esos productos sean verdaderamente un signo de lo que hay en su interior y, por añadidura, de la realidad que conoce y que desea expresar. Esta es la razón por la que las cosas pueden ser dichas de infinitas maneras todas ellas adecuadas tanto a la realidad como al pensamiento. Así, desde la teoría de la comunicación se puede afirmar que la libertad de expresión no es sólo un derecho individual, sino también una necesidad que viene exigida por las limitaciones del aparecerse de las cosas y del conocer y expresarse del hombre.

Estas tres paradojas proponen un punto de partida “posmoderno” para el estudio de la comunicación: el mundo se puede conocer, el hombre es capaz de conocer el mundo y de darlo a conocer. Pero podrían, no obstante, verse esas paradojas como la degradación del conocimiento de la realidad: la apariencia refleja limitadamente la realidad, el conocimiento capta limitadamente la apariencia y la expresión sólo limitadamente exterioriza el conocimiento. Si a esto añadimos que el producto que resulta de la expresión es interpretado y posteriormente expresado por otro, parece como si en cada paso de la comunicación el conocimiento del mundo se hiciera más borroso para el ser humano.

Sin embargo no es así, ya que los aspectos negativos de esas paradojas, los que reconocen las limitaciones en las capacidades de conocer y ser conocido nos posicionan en una razonable antropología de la comunicación. Las paradojas sencillamente muestran que estamos refiriéndonos a personas, y no hay personas que sólo tengan defectos, como tampoco las hay que sólo tengan virtudes.

La comunicación no es un proceso cibernético, en el que siempre hay pérdida de información debido al ruido, como señalaron Shannon y Weaver en su clásica obra The Mathematical Theory of Communication. Puede ser esa una explicación buena para los soportes y canales físicos de las tecnologías de la comunicación. Pero aquí nos movemos en un ámbito humano en el que no hay simplemente respuestas a estímulos, sino decisiones libres, acciones. Por eso el fin de la comunicación está siempre inserto en cada una de las acciones que realizan los que participan en ella.

Son ciertas las limitaciones, cognitivas y expresivas del ser humano, pero también es cierto que los que se comunican detectan esas limitaciones, circunstanciales o no, y buscan modos de superarlas. Por eso la comunicación no es un proceso de desgaste del conocimiento, sino que en cada paso ese conocimiento se mantiene o se incrementa.

Por otra parte, en la comunicación hay siempre una acción que precisa de otra acción. No hay actores pasivos; no hay unos que practiquen y otros que padezcan la comunicación, del mismo modo que en una conversación entre dos personas no hay uno que comunica y otro que padece la comunicación: hay dos que se comunican, y ninguno de ellos es prescindible porque ambos aportan elementos esenciales a la realidad que estamos considerando: uno, la expresión por medio de productos que recogen experiencias, sensaciones, ideas… conocimiento, en definitiva; y otro, la interpretación de esos productos y la comprensión de su significado.

Esa interpretación que precisa la expresión comunicativa no consiste en la reconstrucción de la señal –como ocurre con el descodificador en los procesos cibernéticos–, sino en el reconocimiento de la misma realidad, material o no, que no está presente sino representada por productos expresivos que sí están materialmente presentes. La interpretación en la comunicación no es sólo respuesta a un estímulo. Es una acción que completa el conocimiento de lo expresado, lo mejora frente al mismo producto expresivo e incluso frente al conocimiento que generó la creación de ese producto.

La comunicación se nos muestra, por tanto, como una realidad

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