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BARRILETES

JULI69011 de Mayo de 2012

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Festival de Barriletes Gigantes

Una de las fechas más destacadas para el pueblo de Sumpango se refiere al 1 de noviembre, día de Todos los Santos cuando se celebra junto al cementerio el festival de Barriletes Gigantes.

Cada Barrilete es elaborado desde meses atrás y participa en un concurso de creatividad, así como de vuelo en el campo de fútbol de la comunidad.

Esta es una expresión clara y de orgullo para los sumpangueros que data desde hace varios siglos. El Ministerio de Cultura y Deportes, el 30 de octubre de 1998, declaró Patrimonio Cultural de Guatemala a la Feria de Barriletes Gigantes del Municipio de Sumpango que se realiza el 1 de noviembre de cada año.2 Recientemente el Presidente Óscar Berger Perdomo, les otorgó la Orden del Patrimonio Cultural. En 2009, para preservar y valorar esta tradición, el Ministerio de Cultura y Deportes firmó un acuerdo ministerial de cooperación de tres años con la Asociación de Santiaguense para el Desarrollo Cultural.3

[editar]Barriletes Gigantes: Una tradición Ancestral

Barriletes Gigantes de Sumpango.

El Festival de Barriletes se celebra en Sumpango, Sacatepéquez, desde tiempos ancestrales, pues, anualmente las familias del área recuerdan a los parientes fallecidos elevando al cielo cometas multicolores. En 2008, se celebró el festival por trigésima ocasión consecutiva.

De acuerdo con una leyenda popular del municipio, cada 1 de noviembre los espíritus malignos invadían el cementerio para molestar a las ánimas buenas que descansaban en ese recito. Tal incomodidad causaba que las almas de los muertos vagaran inquietas por las calles y viviendas humildes de Sumpango.

El relato histórico indica que como el problema persistía con cada advenimiento del “Día de los Muertos”, los sumpangueros decidieron consultar el fenómeno con los ancianos. La solución, recomendada por los guías de la comunidad, fue forzar la retirada de los intrusos mediante inducir el choque de pedazos de papel contra el viento.

Según los mayores, el impacto del viento contra el papel alejaría la molestia. Por ese motivo, los lugareños dedicaron horas a confeccionar los objetos que derivaron en cometas o barriletes, cuya creación propició que, finalmente, los espíritus buenos se quedaran tranquilos y dejaran de recibir la visita indeseada.

El Día de Todos Los Santos es una tradición católica instituida en honor de Todos los Santos, conocidos y desconocidos, según el papa Urbano IV, para compensar cualquier falta a las fiestas de los santos durante el año por parte de los fieles.

En los países de tradición católica, se celebra el 1 de noviembre; mientras que en la Iglesia Ortodoxa se celebra el primer domingo después de Pentecostés; aunque también la celebran las Iglesias Anglicana y Luterana.

En ella se venera a todos los santos que no tienen una fiesta propia en el calendario litúrgico. Por tradición es un día festivo, no laborable.

La Iglesia Primitiva acostumbraba celebrar el aniversario de la muerte de uno, Paul mártir en el lugar del martirio.

Frecuentemente los grupos de mártires morían el mismo día, lo cual condujo naturalmente a una celebración común.

En la persecución de Diocleciano el número de mártires llegó a ser tan grande que no se podía separar un día para asignársela. Pero la Iglesia, sintiendo que cada mártir debería ser venerado, señaló un día en común para todos.

La primera muestra de ello se remonta a Antioquia en el Domingo antes de Pentecostés. También se menciona lo de un día en común en un sermón de San Efrén el Sirio en 373.

En un principio solo los mártires y San Juan Bautista eran honrados por un día especial. Otros santos se fueran asignando gradualmente y se incrementó cuando el proceso regular de canonización fue establecido; aún, a principios de 411 había en el Calendario Caldean una “Commemoratio Confessorum” para el viernes de los cristianos orientales.

En la Iglesia de Occidente el papa Bonifacio IV, entre el 609 y 610, consagró el Panteón en Roma a la Santísima Virgen y a todos los mártires, dándole un aniversario.

Gregorio III (731-741) consagró una capilla en la Basílica de San Pedro a todos los Santos y arregló el aniversario para el 1 de noviembre.

Gregorio IV extendió la celebración del 1 de noviembre a toda la Iglesia, a mediados del siglo IX.

Conmemoración de los Fieles Difuntos

La Conmemoración de los Fieles Difuntos, popularmente llamada Día de Muertos o Día de Difuntos, es una celebración cristiana que tiene lugar el día 2 de noviembre, cuyo objetivo es orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrena y, especialmente, por aquellos que se encuentran aún en estado de purificación en el Purgatorio.

La celebración se basa en la doctrina de que las almas de los fieles que al tiempo de morir no han sido limpiadas de pecados veniales, o que no han hecho expiación por transgresiones del pasado, no pueden alcanzar la Visión Beatífica y que se les puede ayudar a alcanzarla por rezos y por el sacrificio de la misa.

Ciertas creencias populares relacionadas con el Día de los Difuntos son de origen pagano y de antigüedad inmemorial.

Así sucede que los campesinos de muchos países católicos creen que en la noche de los Difuntos los muertos vuelven a las casas donde antes habían vivido y participan de la comida de los vivientes.

Algunos elementos de las costumbres relacionadas con la víspera del Día de Todos los Santos se remontan a una ceremonia druídica de tiempos precristianos. Los celtas tenían fiestas para dos dioses principales:

Un dios solar y un dios de los muertos (llamado Samhain), la fiesta del cual se celebraba el 1 de noviembre, el comienzo del año nuevo celta.

La fiesta de los difuntos fue gradualmente incorporada en el ritual cristiano Por tanto, estas celebraciones en realidad comenzaron como una fiesta para honrar a personas que, debido a su maldad, habían sido destruidas por Dios en los días de Noé. (Gén. 6:5–7; 7:11.)

La práctica religiosa hacia los difuntos es sumamente antigua. El profeta Jeremías en el Antiguo Testamento dice:

«En paz morirás.

Y como se quemaron perfumes por tus padres, los reyes antepasados que te precedieron, así los quemarán por ti, y con el «¡ay, señor!» te plañirán, porque lo digo yo — oráculo de Yahveh» (Jeremías 34,5).

A su vez en el libro 2° de los Macabeos está escrito: «Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados» (2 Mac. 12, 46).

En los primeros días de la Cristiandad se escribían los nombres de los hermanos que habían partido en la díptica ( Conjunto formado por dos tablas plegables, con forma de libro, en las que la primitiva Iglesia acostumbraba anotar en dos listas pareadas los nombres de los vivos y los muertos por quienes se había de orar).

Después, en el siglo sexto, era costumbre en los monasterios benedictinos tener una conmemoración de los miembros difuntos en Pentecostés.

En España, en tiempo de San Isidoro (m. 636), había un día semejante el sábado antes de la Sexagésima

( El sexagésimo día antes del Domingo de Pascua - Domingo segundo de los tres que se contaban antes de la primera de Cuaresma) o antes de Pentecostés.

En Alemania existió (según el testimonio de Widukind, abad de Corvey, c. 980) una ceremonia consagrada a orar por los difuntos, el 1 de octubre. Esto fue aceptado y bendecido por la Iglesia.

San Odilo de Cluny (m. 1048) ordenó que se celebrara anualmente, en todos los monasterios de su congregación, la conmemoración de todos los fieles difuntos.

De allí se extendió entre las otras congregaciones de los benedictinos y entre los cartujos.

De las diócesis, Lieja fue la primera en adoptarla, bajo el obispo Notger (m. 1008). Se encuentra también en el martirologio de San Protadio de Besançon (1053-66).

El obispo Otricus (1120-25) la introdujo en Milán, el 15 de octubre.

La Iglesia Católica, ya desde la época de los primeros cristianos, siempre ha rodeado a los muertos de una atmósfera de respeto sagrado.

Esto y las honras fúnebres que siempre les ha tributado permiten hablar de un cierto culto a los difuntos: culto no en el sentido teológico estricto, sino entendido como un amplio honor y respeto sagrados hacia los difuntos por parte de quienes tienen fe en la resurrección de la carne y en la vida futura.

El cristianismo en sus primeros siglos no rechazó el culto para con los difuntos de las antiguas civilizaciones, sino que lo consolidó, previa purificación, dándole su verdadero sentido trascendente, a la luz del conocimiento de la inmortalidad del alma y del dogma de la resurrección; puesto que el cuerpo —que durante la vida es “templo del Espíritu Santo” y “miembro de Cristo” (1 Cor 6,15-9) y cuyo destino definitivo es la transformación espiritual en la resurrección— siempre ha sido, a los ojos de los cristianos, tan digno de respeto y veneración como las cosas más santas.

Este respeto se ha manifestado, en primer lugar, en el modo mismo de enterrar los cadáveres.

Puede verse,

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