Calvinismo
gigz280421 de Febrero de 2014
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CALVINISMO
I. Calvinismo y Calvino
Calvinismo es el nombre (introducido por los luteranos contra la voluntad de Calvino) de aquella forma de -> protestantismo que directa o indirectamente tiene su origen en la obra reformadora de Juan Calvino (1509-1564). Tiene sus raíces en el humanismo francés y suizo de principios del s. xvi y, por tanto, no es simplemente una desviación del luteranismo, por muy verdad que sea que «las doctrinas fundamentales de Lutero son también las de Calvino» (E. TROELTSCH, Die Soxiallehren der christlichen Kirchen und Gruppen, T 1922, p. 610). La influencia de Bucero, Melanchton y Bullinger sobre Calvino modificó también el c. La «conversión» de Calvino (entre 1530 y 1533) se debió a la lectura de la Biblia, especialmente a la lectura del AT. Él la leyó como palabra de Dios pronunciada directamente para él y la tomó como única fuente y norma de la fe cristiana. Este principio de que la Escritura no sólo es la única fuente sino también la única norma, de manera que el creyente, para conseguir una seguridad sobre el contenido de la revelación, no necesita una interpretación infalible por parte de la Iglesia, es la base de toda la -> reforma. En este sentido el c. se consideraba a sí mismo en primer lugar como la iglesia reformada según la palabra de Dios, que todo cristiano podía corregir a la luz de la Escritura. La intención de fundar una Iglesia nueva estuvo tan lejos de la mente de Calvino como de la mente de Lutero. La preocupación más seria de Calvino fue la de garantizar la transcendencia de la revelación de Dios, de la cual el hombre no puede participar más que por la gracia.
Esta intención básica no contradice en modo alguno a la doctrina católica. Sin embargo, la crítica que Calvino hizo de la Iglesia católica de Roma no sólo pretendía eliminar muchos abusos realmente existentes, sino también modificar esencialmente toda la estructura y la función de la Iglesia. El fundamento de esta crítica radical está en el hecho de que Calvino rechaza una mediación de la salvación, en la cual la Iglesia misma -por la fuerza del Espíritu Santo que la vivifica- actuara como instrumento sobrenaturalmente eficaz.
Para evitar el peligro de exponer como doctrina calvinista algo que no responde a todas las formas y etapas de su desarrollo, nos limitamos a la exposición de la doctrina de Calvino (II), para interpretar después brevemente el desarrollo del c. posterior y sus ramificaciones (III).
II. Doctrina y ulterior actividad reformadora de CaIvino
La obra principal de Calvino, la Institutio Religionis Christianae, experimentó desde el año 1536 al 1560 una serie de ediciones, en las que el autor fue ampliando cada vez más este manual bíblico-teológico y perfeccionando su síntesis de la doctrina cristiana. La forma final y definitiva fue la edición latina de 1559 dividida en cuatro libros (a la que siguió solamente 1á traducción francesa en 1560). En adelante citaremos la edición de 1559 como Inst., indicando seguidamente el libro y el capítulo. Calvino presenta una interpretación ortodoxa de la doctrina trinitaria (Inst. r, 13), demostrando claramente que las inculpaciones dirigidas contra él, en las que se le atribuyen tendencias arrianas, carecen de todo fundamento. También es ortodoxa su cristología (Inst. it, 12-17), aunque no puede pasarnos inadvertida una cierta tendencia hacia el nestorianismo. El papel del Espíritu Santo aparece muy en primer plano en lo que atañe a la creación y conservación del cosmos, al gobierno general del linaje humano y a su actividad especial en cada uno de los creyentes y en la Iglesia (CR 36, 349). El significado de la humanidad de Cristo pasa a segundo plano. La doctrina de Calvino, y más tarde también la calvinista, es fuertemente teocéntrica. Lo que a Calvino le preocupa siempre es la soberanía de Dios, su libertad absoluta, su omnipotencia (con tendencia a hacer de Dios el único agente), su providencia y - sólo como una consecuencia de esto - la doble predestinación del hombre, su elección o condenación.
Si el hombre ha continuado hombre y si puede hacer todavía cosas excelentes en el campo del arte y de la ciencia, se debe sólo a la intervención salvadora de Dios por medio del Espíritu Santo, por quien el hombre conserva la voluntad y la razón, como funciones humanas, e incluso es capaz de hacer obras relativamente buenas y nobles; pero de hecho todo eso se queda entre rejas, entre las rejas del pecado (Inst. ii, 1; 7-12). Exactamente igual ocurre con lo que hay de relativamente bueno en el orden de la sociedad caída: leyes humanas, talentos de administración, incluso talentos profesionales en general. Todo esto es un don de la actividad general del Espíritu Santo, gracias a lo cual la humanidad, a pesar de su profunda corrupción, se mantiene aún dentro de ciertos límites (Inst. rv, 20, 2; CR 61, 599). Una concepción tan pesimista es consecuencia de la doctrina de Calvino sobre la corrupción total del hombre.
Lo mismo que Lutero, Calvino está convencido de que el hombre, desde la caída de Adán, nace con una naturaleza radicalmente corrompida. El hombre no es pecador porque comete pecados, sino que comete pecados porque es esencialmente pecador. Lutero y Calvino opinan con razón que todos los hombres, en el orden histórico de la salvación, deben realizar todas sus acciones (al menos implícitamente) por amor a Dios, el definitivo fin sobrenatural, pero que el pecado original le ha hecho al hombre incapaz de esto. De ahí se sintieron obligados a deducir que el hombre no regenerado obra en todas sus acciones como pecador (Lutero: cf. CA, Art. 2; Calvino: Inst. ii, 1, 8-9). Pero, con ello, limitan sin razón el efecto de la gracia de Cristo. No vieron que Cristo por su gracia, que actúa siempre y en todas partes, hizo posible, incluso en el hombre (todavía) no regenerado, una orientación inicial hacia Dios (cf. referente a esto: Tomás, ST II-II, q. 83, a. 16; 1-11, q. 112, a. 2).
1. La actividad del Espíritu Santo en cada uno de los fieles
Para Calvino la actividad especial del Espíritu Santo se realiza primariamente en cada uno de los fieles (y concretamente a base de un testimonium Spritus Sancti estrictamente individual) y - en comparación con esto - sólo de una forma secundaria en la Iglesia como conjunto.
Este testimonio del Espíritu Santo es, por un lado, un testimonio de la verdad divina de la sagrada Escritura (CR 29, 259-296) y, por otro, el don de la certeza interna y perfecta de la promesa que Dios hace a cada hombre en concreto. El testimonio externo del Espíritu en la Escritura sobre la fidelidad inconmovible de Dios a su promesa queda sellado por el testimonio interno en el corazón y da así certeza de la salvación eterna (Inst. r, 9, 3). Poco a poco va viendo Calvino con más claridad que este testimonium Spritus Sancti es sólo un aspecto de la acción especial del Espíritu Santo para conferir al creyente la salvación merecida por Cristo (Inst. 111, 1, 3-4).
Esta donación tiene lugar en la -> justificación y en la santificación. Calvino, lo mismo que Lutero, enseña que la justificación se logra sólo por la fe, es decir, que el hombre no sólo no se puede preparar por sus propias fuerzas a la justificación (esto es también doctrina católica), sino que, además de esto, en la misma justificación el hombre, al dar el sí a la revelación recibida por la fe, no colabora sobrenaturalmente con la acción salvífica de Dios. Lo mismo ocurre con la santificación ulterior, que Calvino acentúa más que Lutero. El Espíritu Santo es el único que obra sobrenaturalmente (CR 79, 155; 36, 483). Él lo hace todo por sí solo (aunque se sirva de ciertos instrumentos), pero a la vez exige una libre obediencia. Éste es también el sentido del poder absolutamente libre del Espíritu Santo; él no solamente no necesita de ningún medio para procurar a los fieles la salvación merecida por jesucristo, sino que puede denegar su acción incluso cuando los hombres emplean bien los medios dados y prescritos por Jesucristo (en primer lugar los sacramentos), de manera que un hombre puede confiar en los sacramentos y, sin embargo, no escapar a la -merecida- condenación (Inst. iir, 2, 11; 111, 24, 8).
La vida espiritual del calvinista se centra en su mayor parte en la acción del Espíritu Santo brevemente insinuada aquí. Junto con la conciencia de la corrupción radical del hombre se da en el c. una firmísima confianza en la promesa de Dios; de aquí, y concretamente del agradecimiento por la salvación recibida y de la obediencia al Señor de la alianza, surge muchas veces una vida de grandes virtudes. Esto es lo que da a la vida de piedad calvinista su rasgo viril. La palabra de Dios es no solamente mensaje de alegría, sino también ley. ¡Dios es el señor, yo soy el siervo! Sin embargo, este carácter duro de la teología y de la vida de piedad del calvinista queda mitigado por un rasgo casi místico (por más que el c. desprecie la mística como mezcolanza de lo divino y lo humano), el cual encontró su expresión en el catecismo de Heidelberg (cuestión 1 s): «mi único consuelo es que yo, en cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, no soy posesión mía, sino de mi fiel salvador Jesucristo». Por tanto, la comunidad con Cristo es un elemento codeterminante en la vida de piedad calvinista (Inst. 111, 1, 1; iii, 11, 10).
2. Cristología y eclesiología de Calvino
Calvino tuvo que luchar casi desde el principio en dos frentes: por un lado, contra la Iglesia católica romana; por el otro, contra los libertinistas, que negaban las doctrinas fundamentales del cristianismo
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