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Cuento Del Escudo Nacional


Enviado por   •  27 de Octubre de 2013  •  463 Palabras (2 Páginas)  •  1.886 Visitas

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Cuento del Escudo Nacional Mexicano

Desde un bello y remoto islote llamado Aztlán, se encontraban un grupo de aztecas disfrutando de una velada después de una larga y pesada jornada laboral.

Les gustaba descansar en tierra abierta para contemplar las estrellas. Para darle más auge al ritual, siempre había uno de ellos que traía sus buenos churros para compartir (y no me refiero al pan dulce).

De tanto humo que sacaban estos experimentados fumadores, el brillo de las estrellas empezó a opacarse y de la nube de humo apareció una figura guerrera.

“¡Es el mismísimo Dios Huitzilopochtli!”, gritó estupefacto uno de los indios e inmediatamente los demás apagaron en el suelo sus respectivos tabacos.

Huitzilopochtli habló, su voz era fuerte y producía un poderoso eco por toda la planicie, “a ver chamacos, ya es hora de que se pongan a jalar y vayan construyendo una ciudad que sea la base de su imperio”.

Uno de los aztecas, de nombre Xihuitl, se le enfrentó. “Bájale mi Huichi, ya sabemos cuál es tu plan. Quieres que nos vayamos de estas tierras para adueñártelas y…”

Sin dejarlo terminar, del dedo índice de Huitzilopochtli salió disparado un potente rayo que pulverizó al quejoso Xihuitl.

Un nervioso y diplomático azteca le cuestionó amablemente, “Gran Huitzilopochtli, ¿en dónde debemos construir nuestra ciudad?”

“Tiene que ser en un lugar especial donde descubran algo simbólico para que en un futuro ese emblema se utilice en alguna bandera o papelería de gobierno”, respondió el dios.

“Papele… ¿qué?”, no terminó de hablar un azteca cuando Huitzilopochtli lo interrumpió, “¡a callar zopenco!”

Y continuó, “qué tal si van agarrando sus chivas y le caminan hasta donde vean a un oso polar comiéndose un delfín. Ahí construirán su palacio.”

Con pose triunfal Huitzilopochtli esperaba aplausos ante su creativo concepto, pero solo se escucharon los grillos ante el silencio y las miradas boquiabiertas de los aztecas.

“Bueno, está bien, me la bañé”, reconoció Huitzilopochtli, “vayan hasta donde encuentren un chango comiéndose una banana debajo de una palmera.”

Uno de ellos le reclamó, “pero eso no es muy original, está muy fácil. Además se van a burlar de nosotros si usamos eso como escudo.”

“Ok, ok, entiendo. Entonces les ordeno que vayan y erijan su pueblo donde encuentren a un cocodrilo comiéndose una cebra”, exclamó Huitzilopochtli ante las miradas confusas. No hubo quórum.

“No mi Huichi, en esta parte del mundo no hay cebras”, reclamó otro azteca.

El ambiente se mostraba tenso y Huiztilopochtli empezaba a mostrar señales de nerviosismo al morderse las

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