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maripis20029 de Junio de 2014

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Keynes, crítica al modelo clásico y la síntesis neoclásica keynesiana

Introducción

En 1936 John Maynard Keynes publica su “Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero” donde reformula la teoría neoclásica a partir de criticar la escasa relación existente entre la teoría y la realidad. Keynes afirma que las conclusiones de las teorías dominantes de su época poco servían para explicar las situaciones recesivas y de desempleo en las cuales el autor desarrolla su obra.

Su objetivo principal es demostrar que el total de la construcción neoclásica no es más que un “caso especial” de su teoría general. Y este caso es especial porque tiene lugar sólo cuando la economía se encuentra en plena utilización de los recursos disponibles, es decir, cuando no hay desempleo.

Ante la evidencia de altos niveles de desempleo prolongados a lo largo del tiempo, Keynes reconoce que es posible que la economía funcione por largos períodos en un estado de subocupación, sin que el problema se resuelva “naturalmente” con una reducción de los salarios: la recesión económica y el desempleo pueden constituirse en una situación de equilibrio.

A partir de esta conclusión, y dado que las situaciones de pleno empleo ya no resultan evidentes ni automáticas en la economía de mercado, el autor se dedicará a explicar la forma en que se determinan los grandes agregados económicos de la sociedad (consumo, inversión, gasto público, etc)

Para entender el enfoque keynesiano, primero debemos analizar cuál es la crítica que realiza este autor al modelo neoclásico visto en el capítulo anterior.

Luego se desarrollará el modelo de la síntesis neoclásica keynesiana que toma elementos de ambos enfoques con el objetivo de encontrar un equilibrio en todos los mercados.

Keynes y su crítica al modelo neoclásico

Partiendo del enfoque neoclásico, desarrollado en el capítulo anterior, se puede sintetizar los postulados del modelo neoclásico en las siguientes afirmaciones:

1) La Oferta de trabajo está en relación directa con el salario real.

2) La Demanda de trabajo está en relación inversa con el salario real.

3) La oferta crea su propia demanda (Ley de Say)

4) La competencia en el mercado es perfecta.

5) Los precios son rígidos (inflexibles) en el corto plazo

En este enfoque, dado que los precios son flexibles y todos los mercados están en equilibrio, se concluye que el pleno empleo es la situación normal de la economía.

El razonamiento de los neoclásicos es el siguiente: el desempleo de la fuerza de trabajo se puede deber a dificultades momentáneas de la economía o al tiempo que demoran los trabajadores en encontrar un nuevo empleo. Es decir, el desempleo, por fuera de la voluntad de los trabajadores, se debe a motivos marginales, menores y, fundamentalmente, pasajeros. Asimismo el desempleo se da en aquellas situaciones en las que las personas deciden no trabajar por otros motivos (por ejemplo durante la realización de estudios universitarios). Es lo que se denomina desempleo voluntario.

Keynes, por el contrario, afirma que una economía puede permanecer mucho tiempo con altos niveles de desempleo a pesar de que los trabajadores acepten un salario más bajo, considerando en efecto la posibilidad de desempleo involuntario. Y esto, asegura, se debe a que la “Demanda Efectiva” es insuficiente.

Keynes distingue entre la demanda potencial, que tiene lugar cuando existe pleno empleo, y la demanda real o efectiva. Si la economía se encuentra en pleno empleo de la utilización de sus recursos, la demanda efectiva y la demanda potencial son iguales.

En el caso de que exista una demanda efectiva reducida, es decir, no se está demandando al nivel de necesitar utilizar todos los factores de producción, los empresarios producen menos de lo que podrían y, por lo tanto, contratan menos trabajadores que los que requerirían si utilizaran el cien por ciento de la capacidad de sus fábricas. Es así que, por más bajos que sean los salarios, los empresarios no contratarán a más trabajadores, ya que no tienen a quién vender su producción.

El desempleo, para Keynes, se debe a una insuficiencia de la demanda y así invierte el razonamiento del pensamiento neoclásico, sintetizado en la afirmación de que “toda oferta genera su propia demanda” o también conocida como Ley de Say.

La ley de Say

La lógica de esta ley es el siguiente: los empresarios producen en sus fábricas, utilizando toda la capacidad de sus instalaciones y contratando, en consecuencia, los trabajadores necesarios para producir la oferta total de bienes de una economía. Pero al mismo tiempo que se genera la oferta se está creando también la demanda de los bienes que se producen en la economía.

Como consecuencia de la actividad productiva, las tres clases sociales que participan de ella reciben ingresos: los trabajadores reciben salarios, los propietarios de la tierra, la renta, y los capitalistas obtienen beneficios. Con estos ingresos, las familias de los trabajadores, terratenientes y capitalistas compran bienes; es decir, generan la demanda de la economía.

Por lo tanto, el motor del sistema se encuentra en la oferta de bienes. La producción total de bienes en una sociedad genera al mismo tiempo una demanda para todos los bienes que se ofrecen. La demanda, entonces, no es considerada un problema: está garantizada por la producción.

En efecto, tal como se indica en el capítulo anterior la producción adicional originada por los nuevos trabadores empleados, genera un flujo adicional de salarios, rentas y beneficios que vuelve al mercado como nueva demanda y garantiza que la producción tendrá compradores.

Keynes, al contrario, sostiene que es la demanda la que genera la oferta y puede ser que sea insuficiente en relación a la oferta de todos los bienes producidos en el mercado.

La insuficiencia de la demanda

La demanda de bienes de una economía puede estar destinada al consumo o a la inversión. A su vez, el consumo depende del ingreso de las familias.

Un mayor ingreso nos permite satisfacer más necesidades (incluso puede contribuir a crear nuevas necesidades) y por ello el consumo de bienes y servicios está directamente relacionado con el ingreso. Pero las familias ¿consumen todo el ingreso que reciben? Frecuentemente, no. Algunas familias ahorran parte de sus ingresos. Así una parte del ingreso se consume y otra se ahorra. La relación entre nuestro nivel de ingreso y nuestro consumo constituye la propensión marginal a consumir.

Una familia rica puede destinar gran parte de sus ingresos al ahorro, mientras que una familia humilde seguramente consuma todos sus ingresos.

Cuando los ingresos de las familias aumentan, si bien ellas incrementan su consumo, su propensión a consumir tiende a ser cada vez menor: ellas destinan una proporción cada vez más chica de sus ingresos a consumo y, en consecuencia, una parte cada vez mayor al ahorro. El comportamiento del consumo se rige entonces por la ley de propensión a consumir que establece que todo cambio en el ingreso genera un cambio menos que proporcional en el consumo y más que proporcional en el ahorro. Esto hace que, en una economía en crecimiento, se produzca una “brecha creciente” entre el nivel de Ingreso (equivalente al producto) y el nivel de Consumo. Para que la economía alcance el equilibrio, debería existir un volumen de Inversión creciente que permita cerrar esa brecha.

El planteo del modelo neoclásico resuelve ese dilema haciendo depender al ahorro y a la inversión de la tasa de interés. Al crecer el ahorro cae la tasa de interés y esto eleva la inversión; conclusión: todo lo que se perdió de consumo a manos del ahorro, se recupera por vía de la inversión y el equilibrio está garantizado.

Keynes, niega esta afirmación y sostiene que el ahorro no depende de las tasa de interés sino del nivel de ingreso y la inversión no depende solamente de dicha tasa de interés sino que esta es comparada con las ganancias esperadas del proyecto. Los empresarios invierten, es decir, compran maquinarias e instalaciones, para mantener, aumentar o mejorar su producción; y esto lo hacen de acuerdo a cuánto esperan ganar.

El problema, dice Keynes, es que para calcular las ganancias futuras hay que saber que ocurrirá en el futuro y esto depende de las expectativas que tengan los empresarios respecto a la evolución de la economía. Es así que, los niveles de actividad y de empleo en el sistema capitalista, dependen de un factor psicológico que son las expectativas. Los estados de ánimo, la confianza, los llamados por Keynes “espíritus animales” de los empresarios juegan un rol central para determinar sus expectativas y, en consecuencia, las decisiones de inversión. Si los empresarios tienen expectativas negativas sobre el desempeño futuro de la economía (y, en consecuencia, sobre sus ganancias), la demanda de inversión será pequeña o insuficiente, y una parte de la oferta quedará sin poder venderse.

Por más baja que sea la tasa de interés, los empresarios no querrán invertir si piensan que no habrá suficiente demanda efectiva en el futuro.

Dicho esto, conviene interrogarse acerca de cómo estará el estado de confianza, cuando la economía crece fuertemente y por ende crece el ahorro más que el consumo y la brecha entre oferta y demanda se agranda. ¿Cómo serán las expectativas de un capitalista que ve cómo empiezan a caer sus ventas?

Probablemente serán bajas. El cálculo sobre las ganancias futuras se ubicará por debajo

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