La Vulgaridad
kiaradarlin20 de Febrero de 2013
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LA VULGARIDAD
La vulgaridad es el aguafuerte de la mediocridad. En la ostentación de lo mediocre reside la psicología de lo vulgar; basta insistir en los rasgos suaves de la acuarela para tener el aguafuerte.
Diríase que es una manera de revivir antiguas Tendencias a imitar. Los hombres se vulgarizan cuando reaparece en su carácter lo que fue mediocridad en las generaciones ancestrales: los vulgares son mediocres de razas primitivas: habrían sido perfectamente adaptados en sociedades salvajes, pero carecen de la domesticación que los confundiría con sus contemporáneos. Si conserva una apacible aclimatación en su rebaño, el mediocre puede ser rutinario, honesto y manso, sin ser decididamente vulgar. La vulgaridad es una acentuación de los estigmas comunes a todo ser gregario; sólo florece cuando las sociedades se desequilibran en desfavor del idealismo. Es el renunciamiento al pudor de lo innoble.
La vulgaridad es la descripcion perteneciente de los hombres ensoberbecidos de su mediocridad; la custodian como al tesoro oculto Ponen su mayor jactancia en exhibirla, sin sospechar que es su afrenta. Estalla inoportuna en la palabra o en el gesto, rompe en un solo segundo el encanto preparado en muchas horas, aplasta bajo su zarpa toda eclosión luminosa del espíritu. Incolora, sorda, ciega, insensible, nos rodea y nos acecha; deléitase en lo irregular, vive en lo turbio, se agita en las tinieblas. Es a la mente lo que son al cuerpo los defectos físicos, la cojera o el estrabismo: es incapacidad de pensar y de amar, incomprensión de lo bello, desperdicio de la vida, toda la sordidez. La conducta, en sí misma, no es distinguida ni vulgar; la intención ennoblece los actos, los eleva, los idealiza y, en otros casos, determina su vulgaridad.
El hombre sin ideales hace del arte un oficio, de la ciencia un comercio, de la filosofía un instrumento, de la virtud una empresa, de la caridad una fiesta, del placer un sensualismo. La vulgaridad transforma el amor de la vida en pusilanimidad, la prudencia en cobardía, el orgullo en vanidad, el respeto en servilismo. Lleva a la ostentación. a la avaricia, a la falsedad, a la codicia, a la simulación; detrás del hombre mediocre asoma el antepasado salvaje que conspira en su interior acosado por el hambre de atávicos instintos y sin otra aspiración que el hartazgo. La conducta, en si misma, no es distinguida ni vulgar; la intención ennoblece los actos los eleva, los idealiza y, en otros casos determina su vulgaridad.
Los hombres que vivieron en el largo florecimiento de virtud, revelan con su ejemplo que la vida puede ser intensa y conservarse digna; dirijirce a la meta, sin perderse cautelosamente y alborotar tempestuosamente, como el océano sin que la vulgaridad desvie las aguas cristalinas de la ola, sin que el brillo de sus fuentes sea opacado por el lodo.
La mediocridad es el complejo velamen de las sociedades, las resistencias que estas oponen al viento para utilizar su fuerza
El Éxito y La Gloria
El hombre mediocre que se arriesga en el ineteres social tiene apetitos urgentes: el éxito. No sospecha que existe otra cosa, la gloria, ambicionada solamente por los caracteres superiores. Aquél es un triunfo efímero, al contado; ésta es definitiva, inmarcesible en los siglos. El uno se mendiga; la otra se conquista.
El éxito es benéfico si es merecido; exalta la personalidad, la estimula. Tiene otra virtud: destierra la envidia, ponzoña incurable en los espíritus mediocres. Triunfar a tiempo, merecidamente, es el más favorable rocío para cualquier germen de superioridad moral. El triunfo es un bálsamo de los sentimientos, una lima eficaz contra las asperezas del carácter. El éxito es el mejor lubricante del corazón; el fracaso es su más urticante corrosivo.
Es despreciable todo cortesano de la mediocracia en que vive; triunfa humillándose, arrastrandose, sin que nadie
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