MESOPOTAMIA
ERIKSUA31 de Agosto de 2012
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MESOPOTAMIA, PAÍS ENTRE RÍOS
EN LA CUENCA DEL TIGRIS Y DEL EUFRATES
. Un regalo de dos ríos gemelos
Herodoto llamaba a Egipto «un don del Nilo». De la misma manera, se podría llamar a Mesopotamia un don de los ríos geme¬los, Tigris y Eufrates. Los dos ríos nacen en las montañas de Armenia, y cuando en la primavera comienzan a fundirse las nieves, sus aguas se salen de madre, inundan la llanura y de-positan su limo fertilizante. Para evitar que el terreno se trans¬forme en marismas pantanosas y poder llevar el agua a los campos, aquí como en Egipto, canalizan las aguas de ambos ríos y las llevan hada los campos. Sin un sistema de irrigación bien organizado, el país se hubiera transformado en un árido desierto o en un conjunto de terrenos pantanosos.
Para la organización de semejante sistema se necesitaba la intervención del rey. Se daba tanta importancia a los canales, que frecuentemente llevaban el nombre de los monarcas. Hamurabi mandó construir un canal al que puso esta leyenda: «Hamurabi es una bendición para el pueblo». Todavía hoy puede apreciarse la extensión que alcanzaba esta red de canales. No se puede viajar un solo día en este país de vieja cultura sin encontrar treinta o cuarenta lechos de antiguos canales.
«La más antigua de las civilizaciones cuyas huellas encontramos en Babilonia —dice Lconard W. King—, como las que le sucedieron, fue de carácter esencialmente agrícola. El país obtuvo de sus dos ríos gemelos todo cuanto necesitaba para su desarrollo, y al aumentarse gradualmente la natural fertilidad de su suelo aluvial por la aplicación de un sistema científico de riegos, fue convirtiéndose en una presa más tentadora para los pueblos vecinos establecidos en regiones menos favorecidas. En consecuencia, la historia de Babilonia es, en gran parte, un relato de sucesivas incursiones llevadas a cabo por nuevas razas sobre las llanuras del Eufrates y del Tigris. Pero en ninguna ocasión tuvo que sufrir cambio alguno subversivo a consecuencia de tales incursiones; siempre fueron los conquistadores absorbidos, paso a paso, y aunque de este modo la raza babilónica se enriquecía po¬sitivamente, el carácter general de su civilización permanecía inva¬riable en todos sus rasgos esenciales. Y no es preciso ir a buscar muy lejos la razón de la persistencia de este tipo de cultura: es que se adaptaba enteramente al carácter del país.
El territorio babilónico yace en la mitad inferior del valle del Eufrates y del Tigris, cubriendo lo que es en realidad el delta de estos dos ríos. En efecto, ha sido formado por el depósito que sus corrientes han acarreado hasta las aguas del golfo Pérsico, y su ri¬co suelo aluvial forma un marcado contraste con la mitad septentrional del valle, a la que los griegos dieron el nombre de Mesopotamia y Asiría. El límite natural del país, por el norte, se extiende, según una línea trazada desde Hit, en el Eufrates, a un punto situado debajo de Samara, en el Tigris; la ligeramente elevada y ondulante llanura del norte se convierte allí bruscamente en la inmensa planicie de aluvión. Al norte de esta línea el valle difiere apenas del desierto sirio-árabe» y sólo en las cercanías de aquellos ríos y de sus tributarios es posible el cultivo; a poca distancia de las orillas, la llanura está cubierta de vegetación después de las lluvias de invierno y primavera, y sirve sólo para el pastoreo que practican las tribus nómadas. Pero al sur de la línea divisoria, toda la región aluvial es apta para el cultivo, siendo su fertilidad maravillosa. Su clima subtropical y el ardiente calor de su verano, son nuevas causas de prosperidad dada su abundante pro¬visión de agua.»
Babilonia fue el más antiguo y opulento de los estados que nacieron en el país creado por los ríos gemelos. Es indudable que Babilonia, en sus principios, como Egipto, era un conjunto de pequeños estados que comprendían una ciudad y los terri¬torios que la circundaban.
En el siglo xx, el hallazgo de inscripciones en los monumentos y de ingente material en los archivos ha permitido sentar las bases de la historia de la antigua Mesopotamia.
En la época en que se empieza a tener noticias de esta historia, hacia el año 3000 A. J., el oaís era bastante más pequeño que en la actualidad. El golfo Pérsico penetraba profundamente tierra adentro, casi 150 km más que en nuestros días, y el Eufra¬tes y el Tigris desembocaban por separado en el mar. Si nos alejamos todavía más en el tiempo, hasta el año 4000 A.J., el país hasta Samaría estaba cubierto por el mar y las aguas cu¬brían los lugares en donde, más tarde, se levantaron las ciudades de Babilonia y Bagdad.
En la más remota Antigüedad, el país situado entre las de¬sembocaduras de ambos ríos eran marismas cubiertas de selva virgen, de maleza y de inmensos bosques de cañas y bambúes. Esta vegetación exuberante atraía a los pueblos asentados en los desiertos del Oeste y en las montañas del Este. Había que roturar, cultivar e irrigar el terreno; los hombres no consegui¬rían, hogar ni pan hasta que dominaran el medio agrario gracias a una colaboración bien organizada.
El resto del país estaba habitado desde hacía bastante más tiempo, pero no sabemos por qué pueblo. Hacia el ario 3000 A.J. penetraron allí nuevas tribus. Una de tantas oleadas de pueblos semitas, quizá del desierto de Siria, a lo largo del valle del Eufrates, llegó allí e invadió el país que más tarde fue llamado Akkad. Los asirios, que eran sin duda originarios del Cáucaso, pero ya muy mezclados con los semitas, habitaban mas lejos, en la cabecera del Tigrís. Entre los nuevos invasores los más importantes fueron los sumerios, que se establecieron en las desembocaduras de los ríos. Su origen es todavía un enig¬ma, pero muchos detalles hacen creer que eran originarios de las montañas, quizá de Persia, y su cultura parece tener las mismas raíces que la del pueblo que, hacia la misma época, fundó una colonia que se desarrolló en el valle del Indo.
Hacia el año 3000 A.T., los sumcrios establecieron o adop¬taron en su nuevo país una civilización basada en el intercam¬bio comercial y entablaron relaciones con países tan lejanos como Siria y Asia Menor. Su técnica estaba basada en la piedra sílex sobre todo, el cobre y el ladrillo.
Los sumerios veían el origen de todas las cosas en dos prin¬cipios (o fuerzas) opuestos: Apsu, principio masculino, origen del bien, y Tiamat, principio femenino, origen del mal. Apsu era el padre del mar y de los planetas, mientras que Tiamat era la madre del barro y de los monstruos. Los dos estaban repre¬sentados por el agua; en efecto, para los súmerios, el mar, los ríos y los canales formaban la primera condición para la vida.
De la unión de ambos principios nacían los dioses. Primero, el dios del cielo y la diosa de la tierra, que tuvieron tres hijos: Anu, el más grande de los dioses propiamente dichos, que rei¬naba en el cielo, Ea, que reinaba en el mar, y Enlil, que reinaba en la tierra. Ea creó al hombre del barro, pero como Enlil era el dios de la tierra, Sumer y toda la humanidad estaban colocados bajo su poder.
Las tres divinidades habían creado también el sol, la luna y las estrellas; los distintos dioses estaban asociados a los cuerpos celestes, idea que fue adoptada por civilizaciones poste¬riores. El planeta que recibió más tarde el nombre de Venus (o Afrodita), la diosa del Amor entre los romanos (o entre los griegos), estaba ya asociada entre los súmerios a su diosa del Amor, Istar. Fueron también los sumerios los primeros que introdujeron las divisiones cronológicas que utilizamos actual¬mente y dieron nombre a los días según los dioses.
Enlil, descontento de los hombres y con la aprobación de los demás dioses, decidía castigarlos por sus pecados enviándoles una terrible inundación. Pero Ea, dios del mar, era contrario a este castigo y advirtió a su amigo Utanapishtim, quien cons¬truyó un barco que pudo salvarles a él, a su familia y a sus animales. Luego, los demás dioses se arrepintieron de haber desencadenado el diluvio y se congratularon de que el género humano hubiera podido sobrevivir a la inundación.
Los sumerios tenían una idea muy sombría de lo que les esperaba después de la muerte. El hombre, en forma de espíritu, sobrevivía a su existencia en los infiernos, en donde reinaba el dios Nergaí asistido por un grupo de espíritus maléficos. En estos infiernos tenebrosos y fríos erraban los espíritus de los difuntos, vestidos de plumas y alimentándose con barro y polvo.
Nadie alcanzaba la dicha después de la muerte. Por eso los sumerios rendían culto a sus dioses sin otra esperanza que logra; bienes terrenales, como la riqueza y la salud. Su fe implicaba, sin embargo, algunas obligaciones morales: el que quería alcanzar el favor de los dioses para vivir felizmente en la Tierra no debía cometer pecados.
En todas partes existen, al lado de la religión oficial, otras
concepciones y mitos más populares. Los sumerios no fueron
una excepción a la regla, y tales mitos encontraron forma
poética en las leyendas surgidas en torno a los hechos de sus
héroes, semejantes a los dioses. El más conocido de ellos fue
Gilgamesh, que trató de robar, a los dioses los frutos del árbol de la Vida para ofrecerlos a los hombres y hacerlos así inmor¬tales. Desgraciadamente, fracasó en su tentativa.
Ya en vida, la mayor parte de los reyes eran considerados como dioses. Éste fue el caso de Gudea, que, en teoría, no era más que un gobernador a las órdenes del rey de los guti, pero de hecho era rey independiente en Lagash.
EL PRIMER CÓDIGO DE LA HISTORIA Hamurabi, el gran legislador
En
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