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El Futbolista Enmascarado


Enviado por   •  29 de Abril de 2014  •  17.353 Palabras (70 Páginas)  •  398 Visitas

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El caso del futbolista enmascarado

Carlos Schlaen

Ilustraciones del autor

El estudio de la mansión Oliveira era la habitación más protegida e inaccesible de la ciu¬dad. Aquella mañana, sin embargo, un cajón de su escritorio había amanecido abierto.

Este hecho, que en cualquier otro caso no hubiese llamado la atención de nadie, había bas¬tado para desplazar las noticias del resto del mundo en las primeras páginas de los diarios, locales. Y no era para menos, Luis Oliveira era el empresario más poderoso del país.

—¿Un cajón abierto...? ¿Eso es todo? —murmuré, mientras sumergía la punta de una medialuna en el café con leche.

—Será un tipo muy ordenado —ironizó Pepe, pasando el trapo rejilla por el mostrador.

Pepe es, en esencia, un hombre formal y rara vez bromea, pero lo cierto es que, tal como había sido publicada la información, era muy difícil tomarla en serio. Si bien las notas abunda¬ban en detalles que describían las deslumbrantes características de la mansión y la fabulosa rique¬za de Oliveira, apenas incluían unas pocas líneas8

acerca del motivo que había ocasionado semejan¬te revuelo periodístico. En resumidas cuentas, sólo decían que el mayordomo de la residencia había ingresado al estudio ipuy temprano, para ocuparse de la limpieza, y había hallado el dicho¬so cajón abierto que desató la tormenta. Imaginé el escándalo que hubiese armado ese buen hom¬bre si le hubiera tocado encontrarse, sin previo aviso, con el cotidiano espectáculo que ofrecen los cajones de mi escritorio. Pero yo no soy millonario, no tengo mayordomo y la limpieza no es una de las prioridades de mi bufete de abo¬gado (tampoco de sus virtudes, debería admitir).

A esas horas de la mañana, el bar de Pepe es un lugar tranquilo y silencioso, frecuentado, salvo excepciones, por sus parroquianos habi¬tuales: toda gente de trabajo y yo que, cuando lo tengo, también lo soy. Por esa razón, el enorme televisor de treinta pulgadas, recientemente incor¬porado a sus instalaciones, permanece apagado hasta el mediodía. Esta regla sólo es vulnerada cuando un evento extraordinario lo justifica. Y éste, decidió Pepe, lo era.

Los canales de noticias repetían, con lige¬ras variantes, lo que ya conocíamos, y exhibían el impresionante despliegue que habían montado frente al domicilio de Oliveira. Camarógrafos, reporteros y curiosos se apretujaban entre el férreo cordón policial que les cerraba el paso hacia la casa y un puñado de astutos vendedores ambulantes, recién llegados con la esperanza de abastecer a la jauría humana congregada en el sitio.

Algunos cronistas, para llenar el vacío de información (o para profundizarlo, según se mire), entrevistaban a los escasos vecinos que se prestaban al diálogo y que, previsiblemente, no aportaban ningún dato significativo. Otros, a fal¬ta de novedades, procuraban alimentarlas reite¬rando hasta el cansancio las nunca aclaradas denuncias que involucraban al empresario con Aguasblandas, una compañía fantasma que, en las últimas semanas, había sido descubierta en turbios negociados de lavado de dinero y tráfico de armas.

Ya había perdido el interés en el asunto cuando, de repente, la aparición de una nueva ima¬gen en la pantalla volvió a concitar mi atención, Asediado por un grupo de periodistas, en la esqui¬na del Departamento Central de Policía, sobresalía el inconfundible rostro del comisario Galarza.

—¡Oye...! ¿No es tu amigo, ése? —excla¬mó Pepe, quien, por lo visto, continuaba bajo los influjos de su singular sentido del humor.

Ambos sabíamos que el comisario Galar¬za no es amigo de nadie y mucho menos mío.

Nos habíamos enfrentado en varios casos1 y nuestra relación se basa, desde entonces, en una mutua, aunque respetuosa, antipatía. Pero es un tipo recto e imaginé que si había accedido a hablar con la prensa era porque tenía un anuncio concreto que hacer. Y así fue.

—En relación con el hecho ocurrido esta madrugada en la residencia del señor Luis Oli- veira —dijo—, estoy en condiciones de comuni¬car que se ha identificado a un sospechoso y que se ha procedido a su arresto. Es todo por ahora. Buen día.

Luego amagó con retirarse, pero el acoso de los reporteros lo detuvo.

—¡Comisario! ¡Comisario! ¡No se vaya! ¡Díganos el nombre! -El nombre del sospechoso...! —gritaban.

Galarza pareció dudar ante el reclamo y eso me intrigó. Él jamás duda; ni siquiera cuando se equivoca. A ese hombre la presión del perio¬dismo debía de afectarlo menos que una tibia bri¬sa de verano. Sin embargo, esta vez no terminaba ( <>■ dirse. Al fin, visiblemente incómodo sacó un papel de su bolsillo y, como si adivinara las im viíables consecuencias de ese"acto, lo leyó en voz baja:

—el detenido es Daniel Alfredo Taviani.

caso del cantante de rock, El caso del videojuego y El caso de

In modelo y los lentes de Elvis

El efecto que provocaron aquellas pala¬bras fue fulminante. Un silencio generalizado apagó todas las voces y el estupor estalló ante las cámaras de televisión, enmudeciendo por igual a los cronistas que rodeaban a Galarza y a la enor¬me audiencia que en esos momentos se hallaba frente a las pantallas. Si había algo que nadie esperaba era escuchar ese nombre mencionado en un sórdido parte policial. Porque Daniel Alfre¬do Taviani, lejos de ser un desconocido, era la más reciente y firme promesa del fútbol nacional.

La rapidez con que se estaban precipitan¬do los hechos en este extraño asunto era sorpren¬dente. No sólo habían alcanzado una difusión excepcional en las pocas horas transcurridas des¬de el episodio del mayordomo, sino que, además, la policía ya había apresado a un sospechoso.

Y todo por un cajón abierto. . ♦

Al cabo de un rato subí a mi oficina. Aun¬que no tenía ningún caso entre manos, el día pinta¬ba bien. Había conseguido un par de juegos nue¬vos para la computadora y la falta de trabajo era el pretexto ideal para dedicarme a ellos sin remordi¬mientos. Pero no llegaría a darme el gusto. Acaba¬ba de encender la máquina, cuando dos golpes en la puerta alteraron dramáticamente mis planes.

Era Pepe. Si bien su bar se halla en la ~ planta baja del edificio, podía contar con los dedos de una mano las veces que había estado en mi oficina.

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