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Ensayo Del Rastro De Tu Sangre En La Nieve


Enviado por   •  30 de Diciembre de 2011  •  7.758 Palabras (32 Páginas)  •  1.243 Visitas

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EL RASTRO DE TU SANGRE EN LA NIEVE

Al anochecer, cuando llegaron a la frontera, Nena Daconte se dio cuenta de que el dedo

con el anillo de bodas le seguía sangrando. El guardia civil con una manta de lana cruda

sobre el tricornio de charol examinó los pasaportes a la luz de una linterna de carburo,

haciendo un gran esfuerzo para que no lo derribara la presión del viento que soplaba de

los Pirineos. Aunque eran dos pasaportes diplomáticos en regla, el guardia levantó la

linterna para comprobar que los retratos se parecían a las caras. Nena Daconte era casi

una niña, con unos ojos de pájaro feliz y una piel de melaza que todavía irradiaba la

resolana del Caribe en el lúgubre anochecer de enero, y estaba arropada hasta el cuello

con un abrigo de nucas de visón que no podía comprarse con el sueldo de un año de toda

la guarnición fronteriza. Billy Sánchez de Ávila, su marido, que conducía el coche, era un

año menor que ella, y casi tan bello, y llevaba una chaqueta de cuadros escoceses y una

gorra de pelotero. Al contrario de su esposa, era alto y atlético y tenía las mandíbulas de

hierro de los matones tímidos. Pero lo que revelaba mejor la condición de ambos era el

automóvil platinado cuyo interior exhalaba un aliento de bestia viva, como no se había

visto otro por aquella frontera de pobres. Los asientos posteriores iban atiborrados de

maletas demasiado nuevas y muchas cajas de regalos todavía sin abrir. Ahí estaba,

además, el saxofón tenor que había sido la pasión dominante en la vida de Nena Daconte

antes de que sucumbiera al amor contrariado de su tierno pandillero de balneario.

Cuando el guardia le devolvió los pasaportes sellados, Billy Sánchez le preguntó dónde

podían encontrar una farmacia para hacerle una cura en el dedo a su mujer, y el guardia

le gritó contra el viento que preguntaran en Hendaya, del lado francés. Pero los guardias

de Hendaya estaban sentados a la mesa en mangas de camisa, jugando barajas mientras

comían pan mojado en tazones de vino dentro de una garita de cristal cálida y bien

alumbrada, y les bastó con ver el tamaño y la clase del coche para indicarles por señas

que se internaran en Francia. Billy Sánchez hizo sonar varias veces la bocina, pero los

guardias no entendieron que los llamaban, sino que uno de ellos abrió el cristal y les gritó

con más rabia que el viento:

— Merde! Allez vous en!

Entonces Nena Daconte salió del automóvil envuelta con el abrigo hasta las orejas, y le

preguntó al guardia en un francés perfecto dónde había una farmacia. El guardia

contestó por costumbre con la boca llena de pan que eso no era asunto suyo, y menos

con semejante borrasca, y cerró la ventanilla.

Pero luego se fijó con atención en la muchacha que se chupaba el dedo herido envuelta

en el destello de los visones naturales, y debió confundirla con una aparición mágica en

aquella noche de espantos, porque al instante cambió de humor. Explicó que la ciudad

más cercana era Biarritz, pero que en pleno invierno y con aquel viento de lobos tal vez

no hubiera una farmacia abierta hasta Bayona, un poco más adelante.

— ¿Es algo grave? — preguntó.

— Nada — sonrió Nena Daconte, mostrándole el dedo con la sortija de diamantes en cuya

yema era apenas perceptible la herida de la rosa—. Es sólo un pinchazo.

Antes de Bayona volvió a nevar. No eran más de las siete, pero encontraron las calles

desiertas y las casas cerradas por la furia de la borrasca, y al cabo de muchas vueltas sin

encontrar una farmacia decidieron seguir adelante. Billy Sánchez se alegró con la

decisión. Tenía una pasión insaciable por los automóviles raros y un papá con

demasiados sentimientos de culpa y recursos de sobra para complacerlo, y nunca había

conducido nada igual a aquel Bentley convertible de regalo de bodas. Era tanta su

embriaguez en el volante que cuanto más andaba menos cansado se sentía. Estaba

dispuesto a llegar esa noche a Burdeos, donde tenían reservada la suite nupcial del hotel

Splendid, y no habría vientos contrarios ni bastante nieve en el cielo para impedirlo.

Nena Daconte, en cambio, estaba agotada, sobre todo por el último tramo de la carretera

desde Madrid, que era una cornisa de cabras azotada por el granizo. Así que después de

Bayona se enrolló un pañuelo en el anular apretándolo bien para detener la sangre que

seguía fluyendo, y se durmió a fondo. Billy Sánchez no lo advirtió sino al borde de la me-

dianoche, después de que acabó de nevar y el viento se paró de pronto entre los pinos y

el cielo de las landas se llenó de estrellas glaciales. Había pasado frente a las luces

dormidas de Burdeos, pero sólo se detuvo para llenar el tanque en una estación de la

carretera, pues aún le quedaban

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