Las Ratas
florenciaboxler4 de Agosto de 2013
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“Las Ratas”, obra escrita a mediados del siglo XX por el magnífico José Bianco, cuenta la historia de Delfín Heredia, un hombre de mediana edad que recuerda un drama familiar: el “suicidio” de su hermano mayor. Es este hecho el detonante con el cual comienzan a aparecer en la memoria del protagonista los recuerdos que se van a narrar.
“Las Ratas” comienza con una descripción del espacio donde sucede la historia, la casa en la que conviven los Heredia, ese lugar cerrado que, a lo largo de todo el relato, contribuye a reforzar la atmósfera sofocante, casi claustrofóbica en la que viven sumidos los personajes.
En cuanto al tiempo del relato, podemos establecer que la historia familiar sucede a principios del siglo XX y en cuanto al tiempo de la enunciación, Delfín narra en su presente de adulto hechos y recuerdos de su infancia.
El protagonista, narrador y autor, se describe a sí mismo como un personaje secundario dentro de una obra en la que él participa. El “Delfín adulto” nos cuenta sus recuerdos sobre cómo el “Delfín niño” pasaba todo el tiempo “leyendo” la conducta de su medio hermano, Julio, un joven callado y reservado; la de su padre Antonio, un hombre promiscuo y lascivo; la de su madre, una mujer que casi siempre está ausente, y la de su tía manipuladora, panóptica y ambiciosa, Isabel.
Antonio es un abogado que tuvo en su juventud ciertas inclinaciones artísticas; estudió pintura en Francia y regresó “(…) con un baúl lleno de lienzos, cuyo mérito, si se exceptúa un autorretrato, solo pudieron apreciar las paredes de un altillo de mi casa (…)” .
Su madre, una mujer dominada en cierto modo por su cuñada Isabel, tiene una relación compleja con su hijo: en ocasiones mantienen una atracción física, incestuosa, “(…) En una ocasión, al sorprenderla a solas después de la muerte de Julio la encontré tan abrumada y deshecha, con esa expresión de falsa dulzura que la tristeza pone en su rostro que no pude articular palabra de consuelo (…)” y, en otras, puede notarse entre ellos una cierta repulsión: “(…) yo ajustaba mi conducta a la actitud de mi madre, trataba de ser afectuoso con ella, facilitando su juego, apartándome de su camino (…)” .
El personaje de Isabel, hermana mayor de Antonio y tía de Delfín, está descrito con ciertos rasgos tenebrosos, casi como una presencia sobrenatural “(…) sus ojos vigilaban desde el fondo de las órbitas (…) Parecían oscuros. Es decir, los ojos eran claros, y la mirada, muy intensa, casi negra, contribuía a empalidecer un rostro de fantasma (…)” . Isabel pertenece al ámbito del poder económico, religioso y familiar.
De su viaje a Francia, Antonio Heredia trae consigo a un hijo natural, Julio, de diez años, alrededor del cual se suceden los acontecimientos centrales de la novela. Sin embargo, en la obra hay dos Julios: uno real, de carne y hueso, y un Julio que perteneces al mundo ficticio: la imagen del autorretrato de Antonio que para Delfín no es su padre sino su medio hermano. Por tener su deseo de complicidad fraterna insatisfecho, Delfín halla en el cuadro su confidente, un interlocutor en quien volcar sus preocupaciones más profundas.
El Julio del cuadro le ofrece a Delfín el estímulo heroico de su amistad, mientras que el Julio de todos los días, el verdadero, se muestra como una imagen engañosa. Durante toda la novela los medios hermanos apenas hablan; para Delfín, Julio es un perfecto desconocido debido a que no hay entre ellos una relación cotidiana, “(…) Claro está que ese mismo día, o al día siguiente, yo encontraba un Julio menos comunicativo. En la misa nos sentábamos el uno frente al otro (…)”.
Por otro lado, hay además otro personaje que no pertenece a la familia, Cecilia Guzmán, amiga de la madre de Delfín, que se hospeda durante un tiempo en su casa y que será objeto
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