Lazaro Spallanazzi
osoted232 de Marzo de 2015
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tenía, cuando, a mil quinientos kilómetros, en Scandiano, pueblo del norte de Italia, nació en 1729 otro cazador de microbios. Este continuador de la obra de Leeuwenhoek, era Lazzaro Spallanzani, un niño extraño que, aún balbuciente, recitaba versos al mismo tiempo que hacía tortas de barro, que olvidó estos pasatiempos para realizar experimentos crueles e infantiles con escarabajos, sabandijas, moscas y gusanos, y que, en lugar de acosar a preguntas a sus padres, examinaba atentamente los seres vivos de la Naturaleza, les arrancaba patas y alas y trataba después de volverlas a colocar en su primitivo sitio. Quería saber cómo funcionaban las cosas, sin que le importase tanto como eran éstas en sí. El joven Spallanzani estaba tan decidido a arrancar sus secretos a la Naturaleza, como lo estuvo Leeuwenhoek, si bien eligió un camino totalmente diferente para llegar a ser hombre de ciencia. «Mi padre insiste en que estudie leyes, ¿no es eso?», reflexionó e hizo como que le interesaban los documentos legales, pero en los momentos que tenía libre se dedicó a estudiar matemáticas, griego, francés y lógica, y durante las vacaciones observaba las fuentes, el deslizarse de las piedras sobre el agua y soñaba con llegar a comprender algún día los fuegos artificiales de los volcanes. A hurtadillas, hizo una visita a Vallisnieri, el célebre hombre de ciencia, a quien dio cuenta de todos sus conocimientos. —Pero, chico, si tú has nacido para ser un científico —exclamó Vallisnieri—. Estás perdiendo el tiempo lastimosamente estudiando leyes. —Ah, maestro; pero es que mi padre se empeña. Vallisnieri, indignado, fue a ver al padre de Spallanzani, reconviniéndole por hacer caso omiso del talento natural de Lazzaro y obligarle a estudiar Derecho. —Su hijo —le dijo— será con el tiempo un investigador que honrará a Scandiano, se parece a Galileo. A consecuencia de esto el avispado Spallanzani fue enviado a la Universidad de Reggio para emprender la carrera de ciencias. El ser hombre de ciencia en aquella época era profesión mucho más respetable y segura que cuando Leeuwenhoek empezó a fabricar lentes. Las Sociedades científicas obtenían en todas partes el apoyo generoso de los parlamentos y de los
Cazadores de microbios www.librosmaravillosos.com Paul de Kruif
Gentileza de Manuel Mayo 24 Preparado por Patricio Barros
reyes: no sólo empezaba a ser tolerado el poner en duda las supersticiones, sino que llegó a ser moda el hacerlo así. La emoción y la dignidad de profundizar en el estudio de la Naturaleza empezaron a abrirse paso en los laboratorios retirados de los filósofos; Voltaire se refugió en las delicias campestres de la Francia rural para dominar los grandes descubrimientos de Newton y poderlos vulgarizar en su patria; la ciencia llegó a penetrar hasta en los brillantes salones, satíricos e inmorales, y grandes damas, como Madame de Pompadour, leía la prohibida Enciclopedia. A los veinticinco años de edad hizo Spallanzani una traducción de los poetas clásicos y criticó la versión italiana de Homero, considerada hasta entonces como una obra maestra; y bajo la dirección de su prima Laura Bassi, la célebre profesora de Reggio, estudió matemáticas con gran aprovechamiento. Por esta época se dedicaba ya en serio a tirar piedras sobre el agua, y escribió un trabajo científico tratando de explicar la mecánica de estas piedras saltarinas. Se ordenó sacerdote católico y se ayudaba a vivir diciendo misa. Antes de cumplir los treinta años fue nombrado profesor en la ciudad de Reggio, donde explicaba sus lecciones ante un auditorio entusiasta que le escuchaba pasmado; allí fue donde dio comienzo a su labor sobre los animalillos, aquellos seres nuevos y pequeñísimos descubiertos por Leeuwenhoek, empezando sus experimentos cuando corrían el peligro de retornar al nebuloso incógnito de que los había sacado el holandés. Estos animalillos eran objeto
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