La cenicienta, guion teatral de los hermanos Grimm
shicom00Trabajo12 de Marzo de 2019
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La Cenicienta
Érase una mujer, casada con un hombre muy rico, que enfermó, y, presintiendo su próximo fin, llamó a su única hijita y le dijo:
MADRE: Hija mía, sigue siendo siempre buena y piadosa, y el buen Dios no te abandonará. Yo velaré por ti desde el cielo, y me tendrás siempre a tu lado
Y, cerrando los ojos, murió. La muchachita iba todos los días a la tumba de su madre a llorar, y siguió siendo buena y piadosa.
HIJA: Oh madre, no tienes idea de cuanta falta me haces, he cumplido con lo que me has pedido y lo seguiré cumpliendo hasta el fin de mis días
Al llegar el invierno, la nieve cubrió de un blanco manto la sepultura, y cuando el sol de primavera la hubo derretido, el padre de la niña contrajo nuevo matrimonio.
La segunda mujer llevó a casa dos hijas, de rostro bello y blanca tez, pero negras y malvadas de corazón. Vinieron entonces días muy duros para la pobrecita huérfana.
Hijastra 1: Esta es la casa? Esperaba mas
Hijastra 2: Si yo también, no había dicho mama que nos conseguiría una casa que causaría la envidia de todas
Hijastra 1: Es vieja y esta tan sucia que hace que se vea más horrible
Hijastra 2: Si, pero no es tan horrible como esa cosa que esta de pie
Hija: Hola (con timidez )
Hijastra 1: Madreeeeee!
Madrastra: ¿Que pasa niñas?
Hijastra 2: Es horrible madre, que hace ella en el mismo lugar que nosotros
Hijastra 1: Mándala a donde pertenece madre
Hijastra 2: Si, definitivamente no la quiero cerca de mi
Madrastra: No se preocupen niñas yo me hare cargo de ella
Le quitaron sus hermosos vestidos, le pusieron una blusa vieja y le dieron un par de zuecos para calzado, se burlaron de la pobre niña y después la madre la mando a la cocina. Allí tenía que pasar el día entero ocupada en duros trabajos. Se levantaba de madrugada, iba por agua, encendía el fuego, preparaba la comida, lavaba la ropa. Y, por añadidura, sus hermanastras la sometían a todas las mortificaciones imaginables
Hijastra 1: Limpia mis zapatos
Hijastra 2: Lava mis vestidos
Hijastra 1: Recoge nuestro cuarto
Hijastra 2: Cepilla mi cabello tonto
Después de haberles cumplido sus abusivos deseos le esparcían por el suelo grandes cantidades de lentejas, guisantes o cenizas que ella tenia que recoger con las manos hasta que todo quedara tan limpio como ella ya lo había dejado. A la noche, rendida como estaba de tanto trabajar, en vez de acostarse en una cama tenía que hacerlo en las cenizas del hogar. Y como por este motivo iba siempre polvorienta y sucia, la llamaban Cenicienta.
Un día en que el padre se disponía a ir a la feria, preguntó a sus dos hijastras qué deseaban que les trajese.
Hijastra 1: Hermosos vestidos
Hijastra 2: Brillantes perlas y muchas piedras preciosas
Padre: Y tu hija, ¿que deseas?
Cenicienta: Padre, corta la primera ramita que toque el sombrero, cuando regreses, y tráemela
Compró el hombre para sus hijastras magníficos vestidos, perlas y piedras preciosas; de vuelta, al atravesar un bosquecillo, un brote de avellano le hizo caer el sombrero, y él lo cortó y se lo llevó consigo. Llegado a casa, dio a sus hijastras lo que habían pedido, y a Cenicienta, el brote de avellano.
Cenicienta: Gracias Padre
Se fue con la rama a la tumba de su madre, allí la plantó, regándola con sus lágrimas, y el brote creció, convirtiéndose en un hermoso árbol. Cenicienta iba allí tres veces al día, a llorar y rezar, y siempre encontraba un pajarillo blanco posado en una rama; un pajarillo que, cuando la niña le pedía algo, se lo echaba desde arriba.
Sucedió que el Rey organizó unas fiestas, que debían durar tres días, y a las que fueron invitadas todas las doncellas bonitas del país, para que el príncipe heredero eligiese entre ellas una esposa. Al enterarse las dos hermanastras que también ellas figuraban en la lista, se pusieron muy contentas. Llamaron a Cenicienta, y le dijeron:
Hijastra 1: Péinanos, cepíllanos bien los zapatos y abróchanos las hebillas; vamos a la fiesta de palacio
Cenicienta: Esta bien, lo hare
Cenicienta obedeció, aunque llorando, pues también ella hubiera querido ir al baile, y, así, rogó a su madrastra que se lo permitiese.
Cenicienta: Por favor señora, permítame ir al baile, permítame gozar y divertirme al igual que mis hermanastras
Madrastra: ¿Tú, la Cenicienta, cubierta de polvo y porquería, ¿pretendes ir a la fiesta? No tienes vestido ni zapatos, ¿y quieres bailar?
Cenicienta: Se lo suplico permítame ir, hare lo que usted me pida
Madrastra: Esta bien. Te he echado un plato de lentejas en la ceniza, si las recoges en dos horas, te dejaré ir.
La muchachita, saliendo por la puerta trasera, se fue al jardín y exclamó:
Cenicienta: ¡Palomitas mansas, tortolillas y avecillas todas del cielo, vengan a ayudarme a recoger lentejas!
Y acudieron a la ventana de la cocina dos palomitas blancas, luego las tortolillas y, finalmente, comparecieron, bulliciosas y presurosas, todas las avecillas del cielo y se posaron en la ceniza. Y las palomitas, bajando las cabecitas, empezaron:
Aves: PIC PIC PIC PIC PIC
No había transcurrido ni una hora cuando, terminado el trabajo, echaron a volar y desaparecieron. La muchacha llevó la fuente a su madrastra, contenta porque creía que la permitirían ir a la fiesta
Cenicienta: Mire, he terminado la tarea. ¿ya puedo ir al baile?
Madrastra: No, Cenicienta, no tienes vestidos y no puedes bailar. Todos se burlarían de ti.
Como la pobre rompiera a llorar: "Si en una hora eres capaz de limpiar dos fuentes llenas de lentejas que echaré en la ceniza, te permitiré que vayas." Y pensaba: "Jamás podrá hacerlo." Pero cuando las lentejas estuvieron en la ceniza, la doncella salió al jardín por la puerta trasera y gritó:
Cenicienta: ¡Palomitas mansas, tortolillas y avecillas todas del cielo, vengan a ayudarme a limpiar lentejas!
Y de igual manera como había sucedió la vez anterior, la tarea fue terminada. La muchacha llevó las fuentes a su madrastra, pensando que aquella vez le permitiría ir a la fiesta. Pero la mujer le dijo:
Madrastra: Todo es inútil; no vendrás, pues no tienes vestidos ni sabes bailar. Serías nuestra vergüenza
No habiendo ya nadie en casa, Cenicienta se encaminó a la tumba de su madre, bajo el avellano, y suplicó:
Cenicienta: "¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas,
y échame oro y plata y más cosas!"
Y he aquí que el pájaro le echó un vestido bordado en plata y oro, y unas zapatillas con adornos de seda y plata. Se vistió a toda prisa y corrió a palacio, donde su madrastra y hermanastras no la reconocieron
Hijastra 1: Madre mira a esa señorita es tan bella
Hijastra 2: Y mira su vestido, es precioso
Madre: Silencio niñas, seguramente se trata de alguna princesa extranjera, muestren un poco de clase por favor
El príncipe salió a recibirla, y tomándola de la mano, bailó con ella.
Príncipe: ¿Me permite? Seria para mi un honor bailar con usted
Cenicienta: ¿Bromea? El honor seria todo mío
Príncipe: Bailemos pues y conversemos, pues jamás había oído yo semejante belleza en el hablar de alguien
Y es el caso que no quiso bailar con ninguna otra ni la soltó de la mano, y cada vez que se acercaba otra muchacha a invitarlo, se negaba diciendo: "Ésta es mi pareja.
Al anochecer, Cenicienta quiso volver a su casa, y el príncipe le dijo
Príncipe: Permite acompañarte pues deseo saber la procedencia de tan bella mujer
Cenicienta: Claro en un momento nos vemos
Pero ella se le escapó, y se encaramó de un salto al palomar. El príncipe aguardó a que llegase su padre, y le dijo que la doncella forastera se había escondido en el palomar.
Príncipe: Buenas noches perdone que aparezca de tan noche, pero me pareció ver que la damisela con quien baile esta noche se dirigió en esta dirección y se escondió en aquel árbol
Padre: No se de quien me esté hablando, pero le puedo brindar material para que revise el arbol que usted me ha señalado
Príncipe: Has así como
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