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Mi amor


Enviado por   •  12 de Mayo de 2014  •  Tesis  •  917 Palabras (4 Páginas)  •  244 Visitas

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1

A PROPÓSITO

DEL AMOR

Llegará el día en que, después

de aprovechar el espacio, los

vientos, las mareas y la gravedad,

aprovecharemos para Dios las energías del amor.

Y ese día, por segunda vez en la historia del mundo,

habremos descubierto el fuego.

Teilhard de Chardin

19

Amor: la fuerza creadora

por excelencia

Derrama amor dondequiera que vayas: ante todo en tu casa. Da amor a tus hijos, a tu mujer, a tu marido, a un vecino... No dejes que nadie venga a ti sin irse mejor y más feliz. Sé la expresión viva de la bondad de Dios; bondad en tu rostro, bondad en tus ojos, bondad en tu sonrisa, bondad en tu saludo cálido.

Madre Teresa

Un profesor universitario envió a sus alumnos de sociología a las villas miserias de Baltimore para estudiar doscientos casos de varones adolescentes. Les pidió que escribieran una evaluación del futuro de cada chico. En todos los casos, los estudiantes escribieron: “No tiene ninguna posibilidad”. Veinticinco años más tarde, otro profesor de sociología se encontró con el estudio anterior. Envió a sus alumnos a que hicieran un seguimiento del proyecto para ver qué les había pasado a aquellos chicos. Exceptuando a veinte de ellos que se habían ido o habían muerto, los estudiantes descubrieron que casi todos los restantes habían logrado un éxito más que modesto como abogados, médicos y hombres de negocios.

El profesor se quedó pasmado y decidió seguir adelante con el tema. Por suerte, todos los hombres estaban en la zona y pudo hablar con cada uno de ellos. “¿Cómo explica su éxito?”, les preguntaba. En todos los casos, la respuesta cargada de sentimiento, fue “Hubo una maestra”.

La maestra todavía vivía, de modo que la buscó y le preguntó a la anciana, pero todavía lúcida mujer, qué fórmula mágica había usado para que esos chicos salieran de la villa y tuvieran éxito en la vida.

Los ojos de la maestra brillaron y sus labios esbozaron una agradable sonrisa. “En realidad es muy simple –dijo-. Quería mucho a esos chicos.”

Eric Butterworth

21

Lo único que recuerdo

Cuando mi padre me hablaba, siempre empezaba la conversación diciendo: “¿Ya te dije hoy cuánto te adoro?”. La expresión de amor era correspondida y, en sus últimos años, cuando su vida empezó visiblemente a decaer, nos acercamos aún más... si es que era posible.

A los ochenta y dos años estaba dispuesto a morirse y yo estaba dispuesto a dejarlo partir para que su sufrimiento terminara. Nos reímos, lloramos, nos tomamos de las manos, nos dijimos nuestro amor y estuvimos de acuerdo en que era el momento. Dije: “Papá, una vez que te hayas ido quiero que me envíes una señal para saber que estás bien”. Se rió por lo absurdo del pedido; papá no creía en la reencarnación. Yo tampoco estaba muy seguro al respecto, pero había tenido muchas experiencias que me convencieron de que podía recibir alguna señal “del otro lado”.

Mi padre y yo estábamos ligados tan profundamente que, en el momento de su muerte, sentí su infarto en mi pecho. Después lamenté que el hospital, con su estéril sabiduría, no me hubiera dejado sostener su mano al irse.

Día tras día rezaba para saber algo de él, pero no pasaba nada. Noche tras noche, pedía tener un sueño antes de dormirme. Y no obstante, pasaron cuatro largos meses y lo único que sentía era el dolor de su pérdida. Mamá había muerto cinco años antes del mal de Alzheimer y, si bien yo ya tenía hijas a mi vez, me sentía como un niño perdido.

Un día, mientras estaba tendido en una mesa de masajes, en un cuarto tranquilo y oscuro esperando mi turno, me invadió una ola de nostalgia por mi padre. Empecé a preguntarme si no había sido demasiado exigente al pedir una señal de él. Noté que mi mente se hallaba en un estado de hiperagudeza. Sentí una claridad desconocida en la que podría haber agregado largas columnas de figuras en mi mente. Me cercioré de no estar soñando y me di cuenta de que me hallaba lo más lejos posible de un estado de somnolencia. Cada pensamiento era como una gota de agua que caía en una fuente tranquila, y me maravilló la paz de cada momento que pasaba. Entonces pensé: “He estado tratando de controlar los mensajes del otro lado; dejaré de hacerlo ya mismo”.

De repente, apareció la cara de mi madre, como había sido antes de que la enfermedad de Alzheimer la privara de su juicio, de su humanidad y de veinticinco kilos. Su magnífico pelo plateado coronaba su rostro dulce. Era tan real y estaba tan cerca que me daba la impresión de que podía tocarla si quería. Se la veía como era unos doce años atrás, cuando el deterioro no había empezado. Hasta olía la fragancia de Joy, su perfume favorito. Me pregunté cómo era posible que estuviera pensando en mi padre y apareciera mi madre, y me sentí un poco culpable por no haber pedido una señal de ella también.

Dije: “Oh, madre, lamento tanto que hayas tenido que sufrir con esa horrible enfermedad”.

Inclinó levemente la cabeza hacia un lado, como para confirmar lo que había dicho de su sufrimiento. Luego sonrió –una sonrisa bellísima- y dijo de una manera muy clara: “Pero lo único que recuerdo es el amor”. Y desapareció.

Empecé a temblar en un cuarto que de pronto se había vuelto frío. Supe en lo más profundo que el amor que damos y recibimos es lo único que cuenta y lo único que se recuerda. El sufrimiento se olvida; el amor permanece.

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