Hasta que salga el sol: Análisis psicoanalítico del abuso sexual infantil en un mediometraje
Valentina BorgesTesis22 de Junio de 2016
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Tesis para optar al título de Magister en Psicología Clínica.
Mag. Irene Barros
Instituto de Psicología Clínica.
Parte IX
“Articulaciones psicoanalíticas e interdisciplinarias sobre el incesto en el
análisis de seis películas como construcción de caso”.
Caso 6: Hasta que salga el sol
Parte 1: Representaciones del abuso sexual en la infancia y adolescencia en un film realizado
por jóvenes
Este film es un mediometraje realizado por un grupo de jóvenes que participan en la escuela de cine
Dodecá, minimalista en sus recursos y en su estética.
El abuso sexual en la infancia y adolescencia en el seno de las familias es una preocupación que
llega a este sector, la película refleja de qué manera pueden representarse las principales cuestiones
cuando esta población accede a los medios culturales para expresar las creencias y contradicciones
sobre la problemática. Pone el acento en el desamparo de las víctimas, la incapacidad y ausencia de
empatía del mundo adulto para protegerlos y restituir los derechos gravemente vulnerados. Los
discursos actuales sobre el ASI (abuso sexual infantil) son mostrados en esta obra como una
declaración de principios que sin embargo todavía no alcanzan a cambiar las mentalidades, ni a
prevenir la recurrencia de este delito, ni a asegurar que los profesionales actuantes no queden en
definitiva expuestos a la soledad en la intervención con los afectados, aún en las prácticas en
instituciones especializadas que cuentan con equipos. A la vez se expone con claridad la
interceptación permanente de los discursos y acciones que se proponen proteger y prevenir el
avasallamiento de los derechos de los niñas, niñas y adolescentes por parte de otros discursos que
tienen la fuerza de la repetición de mitos y estereotipos que cuentan con la amplia difusión de los
medios de comunicación. La violencia de género, sutil a través del ejercicio del poder dirigido a la
desacomodación permanente del otro, aunque se trate de un otro especializado en el tema, es difícil
de desarticular en los espacios donde los técnicos trabajan en soledad.
La historia está narrada en tres partes, la primera es una entrevista para televisión que realizan en
una organización especializada en la atención de situaciones de abuso. La entrevistada es una
profesional que podría ser psicóloga o trabajadora social, o abogada, y que se muestra un poco
sorprendida ante las continuas interrupciones e intervenciones del periodista o comunicador que
conduce la entrevista. La segunda parte se desarrolla en una casa de familia de clase media alta en
un barrio jardín. La familia está compuesta por el abuelo materno, la madre y dos hijas, Maite y
María, de diez y veinte años respectivamente. La tercera parte tiene otra vez como escenario el
centro de atención especializado, al que ingresarán las niñas con su madre.
La escena se desarrolla en una oficina, en el escritorio de una profesional de mediana edad, tal vez
abogada o psicóloga, donde pueden verse varios expedientes a los que ella dirige la mirada con
preocupación, un poco ansiosa.
El periodista comienza la entrevista diciendo a la profesional: «Perdoname, ¿podés correrte un
poquito? Hay un poco de ruido… Me gusta mantener los climas reales». Y le pregunta: «En los
casos de abuso sexual… existirán algunos criterios para proceder tomando en cuenta que quienes
tienen la última palabra son niños de entre 5 y 10 años…» Ella responde: «Sí, los criterios existen,
lamentablemente no contemplan las características del delito ni las consecuencias traumáticas». El
periodista la interrumpe: «Claro, pero… ¿cómo se puede confirmar que el niño está diciendo la
verdad?, ¿qué pasa si el niño no tiene claro qué es realidad y qué es imaginación? Es el tema de la
fantasía, ¿no?». La profesional le aclara enseguida: «Claro, pero… por eso es que las personas que
atienden a los niños en esta situación tienen que tener una formación especializada y conocer las
maneras en que ellos comunican lo que les sucede». El periodista muy rápidamente le pregunta, sin
dejarla continuar: «¿Qué pasa cuando por ejemplo en un divorcio una madre llega a manipular al
niño en contra de su padre?». La entrevistada le dice muy rápido también: «Esa es una teoría… que
no se ha probado nunca, y en el extraño caso que llegara a suceder, sería muy fácil de detectar».
«Perdoname, ¿te podés correr un poquito más a tu derecha? Ahí está», interrumpe el periodista, y
agrega: «Qué pasa si el niño está convencido que eso sucedió, si exagera algo que en realidad no
fue así porque uno de sus padres lo presiona contra el otro. Tengo entendido que existe un síndrome
de ese tipo». «No, no existe el síndrome», responde la entrevistada. «Esa es otra teoría, muy
cuestionada, nunca corroborada». «Bueno…» interrumpe el periodista, «pero estamos hablando de
casos en que la prueba principal es el testimonio de la víctima, ¿no es así?». «Sí, es así», responde
ella, «y en todos los casos…», intenta seguir pero es otra vez interrumpida por el periodista: «Y
muchas veces la única prueba», poniendo énfasis en «única». Ella trata de seguir: «Suele ser la
única prueba, ahora, de todos modos…» Él interrumpe: «Sobre todo estamos hablando de menores
de 15 años, incluso de hasta 5 años. Eso es terrible, ¿eh? Me parece que habría que tener criterios
estrictos en ese caso para despejar los testimonios contradictorios». La entrevistada, más impaciente
e incómoda, trata de hablar sin ser interrumpida, rápidamente y sin hacer pausas, con más fuerza,
dice: «¡Es que eso es imposible! Las contradicciones, las ambigüedades, los sentimientos
mezclados, son todos indicadores de la existencia de un abuso sexual. La retractación incluso, es
confirmatoria de un delito de este tipo». El periodista ahora se impacienta y la interrumpe: «Eh…
¿podrías moverte un poquito hacia la ventana? Se te nota un reflejito en los lentes…». Se dirige al
camarógrafo: «¿Vos lo ves, Carlitos?». Y a la profesional: «Seguí por favor…». Ella retoma, un
poco descolocada: «Eh…, te decía, la confirmación de estos testimonios se puede encontrar en otros
indicadores. Por ejemplo, la disociación, el estrés postraumático, el temor…». «Volviendo al
testimonio del niño —la vuelve a interrumpir el periodista—, un examen médico ¿no ayudaría a
discernir los casos verdaderos de los casos falsos?». «No, —dice ella con más firmeza—, el examen
médico no tiene que aportar definición alguna. La violencia del abuso sexual no deja huella física
en la mayoría de los casos. Es por eso que estos chiquilines tienen que ser tratados por un equipo
multidisciplinario especializado en el tema, no deben ser tratados como prueba del delito». Él
introduce: «Y como es un panorama tan complicado… ¿No sería bueno abordar estas situaciones
desde la terapia familiar? Ahí podrían surgir soluciones para todos, ¿no? Sobre todo teniendo en
cuenta además el problema económico». Ella rápidamente aclara: «No, bueno, es el Estado el que
tiene que garantizar el sustento de la familia. La terapia familiar, las visitas forzadas, la
minimización, la justificación del delito, son prácticas aberrantes que tienen que ser desterradas del
sistema judicial y penal de este país. Así vamos a empezar a respetar a los niños y adolescentes
como sujetos de derechos». El periodista, sin transición vuelve a su planteo: «¿Qué pasa con el
consentimiento? ¿No funcionaría como un atenuante?» Ella, seria y con contenida dureza: «El
abuso sexual es una expresión de poder. Las víctimas están siendo manipuladas emocionalmente,
amenazadas, chantajeadas. ¡No hay lugar para el consentimiento! Consideraciones como esa,
solamente niegan el delito y culpabilizan a las víctimas. Programas como el nuestro intentan
protegerlas de la revictimización y darles voz a esos miles de niños. Y es en esa situación que la
televisión de calidad juega un rol primordial. Instancias como estas ayudan a desmitificar el tema y
difundir información».
Esta entrevista muestra aspectos muy importantes, ya que los jóvenes realizadores exponen dos
tipos de discurso del mundo adulto sobre el abuso sexual en la infancia y adolescencia, que
representan en sentido amplio al aparato socio-jurídico y familiar. En tanto el periodista intenta
probar su punto, una mirada sobre el abuso sexual que evidencia el estereotipo de género desde una
concepción propia de familia, niño y sistema judicial de un modelo dominante patriarcal, la
profesional entrevistada trata de contrarrestar este discurso con argumentos fundamentados en
concepciones de género y derechos humanos. El periodista la intercepta, la interrumpe y la saca de
tema, tratando de desviarla hacia la puesta en duda del testimonio de los niños y adolescentes
víctimas de abuso sexual. El centro
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