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Capitalismo Solidario

Directioners.com16 de Marzo de 2015

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Nas Imran estaba sentado en la orilla de un camastro de hierro, en su pequeña celda de la prisión

estatal de Washington. No podía dormir, pero cuando lograba adormecerse un poco, sus sueños eran

interferidos por oscuras sombras amenazantes y furiosas voces entrecortadas.

«En 1969 sólo tenía yo diecinueve años —recuerda Nas—, era un niño negro tratando de escapar

de la pesadumbre y el terror del torbellino urbano enrolándome en la Universidad de Washington

para jugar al fútbol. En aquellos días —añade—mis sueños incluían un Trofeo Heisman, una

temporada de campeonato, una posición titular en el Rose Bowl y, eventualmente, un contrato con

los profesionales».

A través de los barrotes, Nas podía ver un guardia blanco obeso, con los pies apoyados en su

escritorio metálico, tomando café y viendo la última función de cine en la televisión, mientras los

demás presos a su cargo, en su mayoría negros, dormían inquietamente o rondaban en sus celdas.

«Le hice caso a la gente equivocada —continúa Nas—, me metí en problemas con la ley y, de

pronto, me encontré en un tribunal ante el juez. Acabé pasando dos años en una prisión estatal, y

créame, es difícil mantener vivos los sueños detrás de las rejas». Hace una corta pausa y,

tranquilamente, añade: «Claro que conserva vivos los sueños nunca ha sido fácil para mi familia».

El abuelo de Nas Imran había sido esclavo y sus dos abuelos maternos murieron antes de que su

madre hubiera cumplido los cinco años. Incluso después de que Abraham Lincoln firmara la

Proclamación de Emancipación de los esclavos, a los americanos de raíces africanas se les seguían

negando los derechos humanos básicos derechos de los que los demás disfrutamos casi sin darnos

cuenta. No podían votar o emitir sus opiniones, ni escribir o reunirse libremente. La ley los privaba

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na bioquímica amiga mía, contesta a la pregunta ¿Cómo se ve a sí mismo? con esta peculiar

respuesta: «Soy sesenta por ciento agua», comienza diciendo, «la suficiente para llenar una pila de

baño pequeña. La mayor parte de lo demás es grasa, suficiente para hacer por lo menos Cuatro o

cinco barras de jabón, y diversas sustancias químicas comunes. Soy suficiente calcio como para

hacer un pedazo de liza de buen tamaño, suficiente fósforo para una cajita de cerillas, suficiente

sodio para condimentar una bolsa de palomitas de microondas, suficiente magnesio para disparar un

flash fotográfico, suficiente cobre para una monedita, suficiente yodo para hacer saltar de dolor a un

chiquillo si se lo ponen, suficiente hierro para hacer una uña de diez centavos y suficiente sulfuro

para dejar sin pulgas a un perro. En total —concluyó——, considerando la recesión actual, valgo

como un dólar setenta y ocho centavos de agua, grasa y sustancias químicas».

Buckminsdter Fuller, el filósofo, arquitecto y planificador urbano, también contestó a la pregunta

¿Cómo se ve a sí mismo? Yo he parafraseado a continuación su muy larga respuesta:

«Yo soy un bípedo autobalanceado con veintiocho juntas de base adaptable, una planta

procesadora electroquímica con facilidades integradas y separadas para mantener energía en

baterías almacenadas con objeto de subsecuentemente dar fuerza a miles de bombas hidráulicas y

neumáticas, cada una con su propio motor agregado; sesenta y dos mil millas de pequeños vasos

sanguíneos, millones de dispositivos para dar señales de alarma, ferrocarriles y sistemas de

transportes; más trituradores y grúas, un sistema telefónico ampliamente distribuido que si se

mantiene bien no requiere servicio en setenta años; todo ello guiado desde una torreta en la que

existen telescopios, microscopios, telémetro autorregistrador, estetoscopio, etc.».

B. F. Skinner, psicólogo y padre del conductismo, respondió a la pregunta de esta manera: «Yo

soy una serie de estudiadas respuestas a mi entorno. Como los perros de Pavlov, estoy entrenado

por fuerzas más allá de mi control para salivar oportunamente. No puedo ‘iniciar acción ni hacer

cambios espontáneos o caprichosos’. Todo es condicional. Elegir es una ilusión. Los sueños son

autoengaños».

¿Cómo le hacen sentirse esas respuestas? Póngase delante de un espejo, mírese directamente a

los ojos y hágase la pregunta: ¿Cómo me veo a mí mismo?

¿Usted piensa en sí mismo como un montón de sustancias químicas, o como una máquina

complicada puesta en piloto automático, o como un organismo entrenado para salivar a tiempo? Si

piensa así —aunque ni por un momento lo creo— no existe mucho futuro para un dólar setenta y

ocho centavos de agua, grasa y magnesio. Una máquina no tiene un corazón, una mente o una

conciencia. Los perros de Pavlov podrán soñar, pero no tienen manera de ver sus sueños hacerse

realidad. En el fondo de su corazón, ¿no cree ser algo más que todas estas respuestas reunidas?

Por eso yo amo la riqueza y belleza de la Biblia. En el Génesis, Moisés da su respuesta a la

pregunta. En su poética y profundamente conmovedora narración de la creación, el viejo profeta

comparte sus opiniones sobre qué somos y por qué osamos soñar.

El inicia el pasaje literario más famoso de la historia con estas sencillas palabras: «En el

principio Dios creó los cielos y la tierra» (Génesis 1:1). En el sexto día de la creación, Moisés

escribe: «Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y

hembra» (Génesis 1:27). «Modeló Yahvé Dios al hombre de la arcilla y le inspiró en el rostro

aliento (espíritu) de vida, y fue así el hombre ser animado» (Génesis 2:7).

Moisés no creía que nosotros seamos un accidente de evolución, sino seres que Dios creó

amorosa y cuidadosamente (Génesis 1:2). Nosotros no somos solamente Otro animal o planta,

puesto que hemos recibido de Dios el «soplo divino» y, por tanto, compartimos la verdadera

naturaleza y propósitos del Creador (Génesis 2:7).

Y la Tierra no es solamente otro planeta danzando alrededor del Sol en su interminable viaje a

través del espacio infinito. Es la casa que Dios nos dio. Estamos hechos para encontrar sustento y

alegría en este planeta. A cambio, compartimos el privilegio y la responsabilidad de cuidar de la

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ierra y de los demás, como Dios cuida de nosotros (Génesis 1:28). Somos la creación especial de

Dios, hecha para gozar de confraternidad con el Creador y con nuestros semejantes (Génesis 1:31).

En «El trombón de Dios», inspiradora y extravagante narración musical de la creación, escrita

por James Weldon Johnson, el poeta afroamericano da vida a la historia de Moisés a su muy

especial manera. En el sexto día de la creación, Dios hizo una pausa para reflexionar:

Entonces Dios caminó por ahí, y observó todo lo que había hecho.

Vio a su Sol,

vio a su Luna,

y vio a sus Estrellitas;

vio a todo su mundo

con todos sus seres vivientes

y dijo Dios: Aún estoy solitario.

Entonces Dios se sentó

en la ladera de una toma donde podía pensar;

se sentó junto a un río profundo y ancho;

con su cabeza entre las manos,

Dios pensó y pensó,

hasta que decidió: ¡Haré un Hombre!

Del lecho del río

excavó la arcilla;

y a la orilla del río

se hincó;

y ahí el gran Dios Todopoderoso

que prendió el Sol y lo colocó en el cielo,

que esparció las Estrellas a los rincones más

lejanos de la oscura noche,

que redondeó la Tierra entre sus manos,

este gran Dios,

como una madre inclinada sobre su hijo,

se hincó en el polvo

afanándose sobre una masa de arcilla

hasta darle forma a su propia imagen.

Entonces le sopló el aliento de vida,

y el hombre se convirtió en un alma viviente.

Amén. Amén.

¿Quién soy yo? ¿Quién eres tú? Nuestra tradición responde de una forma profundamente

personal. Somos hijos de un Creador amante que se dobló en el polvo y puso sus sueños en nuestro

corazón como «una madre inclinada sobre su hijo». Las implicaciones de esa narración tienen

importantes consecuencias para Nas Imran y para todos nosotros.

Nosotros somos creados. No somos un simple ensamblaje de sustancias químicas o una máquina

sin mente. Somos seres humanos hechos a la imagen misma del Creador. Cuando nacimos, Dios

tomó a cada uno de nosotros en sus brazos y murmuró: « ¡Yo te he creado, y lo que he creado es

bueno!»

Recuerden esa pegatina para coches que decía: « ¡Dios no hace basura!» Es verdad. La vida

puede haber sido dura para usted. Puede sentirse violento o despojado. Puede verse a sí mismo

como alguien que se quedó atrás, un fracasado. Puede creer que perdió su oportunidad, que no hay

manera de empezar de nuevo.

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Para variar, trate de verse a sí mismo como lo ve el Creador. Sea lo que sea lo que haya hecho o

dejado de hacer, Dios lo ve como su propio hijo o hija. Y pase lo que pase durante el camino, como

el padre del Hijo Pródigo, Dios está

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