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CreePypastas

13335701 de Enero de 2015

3.697 Palabras (15 Páginas)227 Visitas

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CreepyPastas

-Concepto

Brevemente, las Creepypastas son historia cortas que rondan por internet diseñadas para dejar en shok al lector.

Un creepypasta es una historia o relato ficticio que suele estar relacionada con alguna serie, caricatura o película famosa, son hechas para generar terror o miedo en las personas que lo leen y creen que la historia es cierta, dan la sensación de que quieres creer lo que esta pasando allí, suele estar acompañada de alguna experiencia incomoda relacionada con el relator o creador de la mencionada historia.

Hay muchos que pueden dejarte sin dormir, aunque no incluyan imágenes, debido a que si están bien trabajados, estarán escritos con una descripción tan detallada que puedes casi ver lo que es relatado.

-Características

Son creadas en internet

Pueden usar personajes de caricaturas o películas

Son ficticios

Muchas se relacionan con la vida cotidiana

Psychosis

Domingo

No estoy seguro de por qué escribo esto en papel y no en mi computadora. No es que no confíe en mi computadora, sólo… necesito organizar mis ideas. Poner todos los detalles en un lugar objetivo, un lugar en donde sepa que lo que escribo no puede ser borrado o alterado… no que eso haya pasado.

Estoy comenzando a sentirme agobiado en este diminuto apartamento. Quizá ése es el problema. Sí, tenía que ir y comprar el apartamento más barato, el único en el sótano. No he salido en varios días porque he estado enfrascado en este proyecto de programación; supongo que quería acabarlo de una buena vez. Estar sentado frente a un monitor por horas puede hacer que cualquiera se sienta extraño, lo entiendo, pero no creo que sea por eso.

No estoy seguro de cuándo comencé a sentir que algo andaba mal. Ni siquiera puedo definir qué es. Probablemente por no haber hablado con nadie en este tiempo; eso fue lo primero que me inquietó. Todos mis contactos con los que chateo habitualmente por Messenger mientras programo han estado ausentes, o simplemente desconectados. El último mensaje que recibí fue de un amigo diciéndome que charlaría conmigo cuando volviera de la tienda, y eso fue ayer. Lo llamaría desde mi celular, pero aquí la señal es terrible.

Sí, eso es. Sólo necesito llamar a alguien. Voy a salir.

Bueno, eso no se dio tan bien. A medida que mi temor se desvanece, me empiezo a sentir un poco ridículo por haberme asustado en primer lugar.

Me miré en el espejo antes de salir, pero no me afeité la barba de dos días que me ha crecido, después de todo saldría únicamente para hacer una llamada. Pero sí me cambié de camisa, ya que era hora de almorzar y supuse que me podría encontrar con algún conocido. O al menos eso era lo que quería… ojalá lo hubiera hecho.

Cuando salía, abrí ligeramente la puerta de mi apartamento; una sensación de ahogo evacuó mi cuerpo en ese instante, de alguna forma. Me asomé por el deslucido corredor, tan deslucido como el corredor de un sótano puede ser, apenas iluminado por un trío de lámparas de neón que no dejan de chasquear. En el otro extremo, la gran puerta metálica que lleva a la sala principal del edificio —cerrada, por supuesto—, y dos oxidadas máquinas expendedoras a su lado. Estoy bastante seguro de que nadie más en el edificio sabe que esas máquinas están aquí abajo, que a mi tacaña casera sencillamente no le interesa reabastecer.

Deslicé mi puerta con suavidad y seguí el camino procurando no emitir sonido alguno. No tengo idea de por qué decidí hacer eso, pero era divertido rendirse al absurdo impulso de no perturbar el letárgico zumbido de las máquinas expendedoras, al menos por el momento. Llegué al primer descanso de escaleras y subí hasta la puerta principal del edificio. Miré por la cuadrada ventanilla de la puerta y, para mi gran sorpresa, definitivamente no era hora de almuerzo. La penumbra de la noche envolvía las calles de la ciudad, y las luces de los automóviles que daban la vuelta en la intersección alumbraban desde la distancia como faroles. Nubes púrpuras y negras por el brillo de la ciudad colgaban inmóviles del firmamento. Nada se movía a excepción de los pocos …

Sola hasta tarde

Odiaba ser la última en irse a dormir. Nunca supe por qué, pero ver mi casa en silencio, con los corredores callados y la tenue luz de luna que se filtraba por las persianas me era una experiencia desagradable.

El asunto era todo un tema en mi casa: cada vez que de pequeña me desvelaba, mi padre tenía que quedarse conmigo hasta que me durmiese. Ya más crecida, comprendí que no debía ser tan egoísta e instalé un viejo televisor en mi habitación para aliviar la desesperación que sentía en esas noches en vela. Sin embargo, cada vez que los sonidos de la casa se iban apagando, me apresuraba a dejar lo que fuese que estuviera haciendo y me acostaba a dormir.

Las carreras por no ser la última despierta se prolongaron hasta una noche de marzo. Ya había cumplido mis 17 años y había ingresado a la universidad hacía poco. En ese momento decidí que debía crecer. Aprovechando la proximidad de un examen parcial, decidí enfrentar mis miedos pasando la noche despierta y sola, pero estudiando. Preparé café, compré algo para comer, desplegué mis libros sobre la mesa de la cocina y comencé. Afortunadamente para mis nervios, esa noche todos habían decidido trasnochar: las luces de los pasillos se prendían y apagaban, mis hermanos caminaban por las habitaciones, los televisores estaban encendidos. Todo este movimiento calmó mis ansias y, agradeciendo la familia comprensiva que tenía, pude concentrarme plenamente.

Alrededor de las 3 a.m., el movimiento cesó un poco. Lo supuse normal, porque mis hermanos tenían escuela al día siguiente y papá trabajaba. Mamá seguía despierta, porque de la habitación contigua se escuchaban murmullos (a ella le encanta leer en voz alta, pero esa noche seguramente mantenía la voz baja porque no quería distraerme).

A las cinco, decidí terminar e irme a dormir. Pude oír que mamá seguía leyendo en el cuarto contiguo. Sin abrir la puerta, le dije, “Hasta mañana, disfruta la lectura”.

Caminé por el pasillo, la luz se apagó tras de mí. “¡Mamá siempre se anticipa a mis movimientos!”, pensé.

Cuando llegué al cuarto de mis padres, para mi sorpresa, me encontré en la puerta con mi madre, quien con cara de dormida se frotaba los ojos. Entre bostezos, me dijo:

—¡Qué bueno que hayas perdido tu miedo a quedarte sola! Nos fuimos a dormir temprano ayer, a eso de las once, para no molestarte. Estabas tan concentrada que ni nos animamos a decirte buenas noches.

Contratos de muerte

Dicen que cuando morimos, la vida pasa ante nuestros ojos, pero esto no es cierto. Soy joven, y tengo cáncer, eso me ha hecho sensible al mundo espiritual, o eso creo, porque ya he visto ambos lados de la moneda.

La mañana del pasado lunes, me desperté mareado, sintiendo mucho dolor y comencé a vomitar por lo que terminé cayendo de la cama, la quimioterapia está acabando conmigo. Pero cuando estaba en el suelo me di cuenta de algo muy extraño en la habitación del hospital donde me internaban, todo parecía en color sepia, la habitación estaba sucia, muy sucia. Era como si nadie hubiera estado ahí en años. Como no conseguía ponerme de pie, me incliné sobre la cama y me levante, pero con mucha dificultad. Me sentía muy vulnerable con esa vieja bata verde y con mi trasero expuesto.

Salí de la habitación y comencé a caminar por el pasillo, todo estaba diferente, pero el hospital no estaba vacío, había muchos pacientes, algunos estaban apoyados en las paredes, tirados en el suelo e incluso arrastrándose. Era una visión del infierno, literalmente. Entré en la sala de pediatría y había muchos bebés, lo que era muy extraño, ya que se trataba del infierno, o de un sueño muy loco. Coloque mi mano sobre el hombro de una niña que estaba de espaldas a mí, para preguntarle qué estaba haciendo allí, pero cuando la toqué, ella se dio vuelta y pude ver su rostro deformado. Definitivamente no era humana, tenía los ojos muy grandes y saltados, como si tuviera ganchos sujetándole los parpados, su piel era de un rojo muy profundo y se caía a pedazos. Muy asustado di unos pasos hacia la puerta, para volver al pasillo, pero la niña me tomó del brazo, su mano estaba helada, a pesar de su apariencia quemada.

– “Vamos a dar un recorrido por aquí”.

Me di cuenta de que no era una pregunta. No tenía elección.

Ella me sacó del corredor y comenzamos a pasar por algunas puertas, como si fuera una guía turística, me explicaba por qué las personas entraban ahí, o porqué serían castigadas. Y me habló de mis elecciones.

– “Cuando se está muy cerca de la muerte, como tú. Hay que seguir algunos pasos como: meditar sobre nuestro comportamiento, lo que deseamos para otros y las consecuencias de nuestras acciones. En realidad deberíamos pensar en eso toda la vida, pero no, no estoy hablando de religión. Con certeza tú ya pensaste en cómo y cuándo morimos, ¿a dónde vamos? No se trata de un seguro de vida, sino por el contrario, siendo un seguro de muerte, estoy aquí para ofrecer”.

Me llevó a una puerta roja que parecía ser una especie de recepción, cuando entramos, había una fila enorme que no tenía

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