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EL VERDADERO SIGNIFICADO DE LA ADORACIÓN


Enviado por   •  19 de Mayo de 2015  •  513 Palabras (3 Páginas)  •  138 Visitas

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Si preguntamos a cada creyente que se dirige al culto de su iglesia el domingo en la mañana, qué se supone que va a hacer allí en el pulpito, es muy probable que la mayoría responda: “Voy a adorar a Dios.” Pero si pedimos luego que nos definan con precisión qué significa eso, es muy probable que recibamos respuestas muy diversas. Y es que no todos los cristianos no tenemos claro el concepto de adorar a Dios, pues no lo encontramos explícitamente.

Esa ignorancia es muy grave si tomamos en cuenta que el Señor puede ser adorado en vano (Mt. 15:8-9) e incluso ser profundamente ofendido con nuestra adoración, como nos enseña la historia bíblica en los casos de Nadab y Abiú, de Uza o de Saúl, entre otros.

¿Cómo es ese Dios al cual adoramos y qué significa adorarle? ¿Podemos suponer que cada cristiano debe determinar el qué y el cómo adorar a Dios? En la Palabra de Dios encontramos enseñanza clara y explícita sobre la adoración para que no tengamos que depender de nosotros mismos. Y es sobre ello que estaré profundizando.

Al escuchar la palabra “adoración” lo primero que viene a la mente de muchas personas en una iglesia o un grupo de personas dirigiendo la orquesta en el púlpito. Este fue uno de los problemas principales con que tuvieron que lidiar los profetas de Dios en el Antiguo Testamento, la tendencia del pueblo al formalismo y a equiparar los actos externos de adoración con la adoración misma (Miq. 6:6-8; Am. 5:21-24; Is. 58:3-7).

Jesucristo enfrentó el mismo problema durante su ministerio terrenal. En Mateo 15:7-9 Jesús acusó a algunos judíos de hipocresía y de honrar a Dios en vano al hacerlo únicamente de labios y no de corazón. La adoración es algo que ocurre esencialmente en el corazón, entendiendo la palabra corazón como el asiento de nuestra personalidad humana, es decir, nuestro ser interior.

La verdadera adoración, entonces, implica un reconocimiento de la grandeza y majestad de Dios, así como un corazón maravillado y postrado ante esa grandeza.

Al adorar debemos estar conscientes de la grandeza y majestad de Dios por un lado, y de nuestra bajeza y pequeñez por el otro; pero debemos estar apercibidos también de la santidad de Dios y de nuestra pecaminosidad. Dice en Isaías 57:17: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados.”

Nuestro Dios es santo y nosotros somos pecadores. El pecador necesita reconciliarse con aquél que ha sido ofendido por nuestros pecados, de lo contrario, no puede tener acceso a su presencia.

Nuestra mejor adoración debe ser nuestra vida misma, nuestra obediencia hacia nuestro Padre que está en los cielos, la adoración no solo es el hecho de levantar las manos, saltar, grita; sino, una profunda entrega a Dios y un profundo amor hacia su obra aquí en la tierra.

Bryan Peña Alcaraz

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