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Orar Tras La Tormenta

adiprincesa12 de Septiembre de 2011

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Tras las tormentas, llegan siempre las calmas.

Introducción. Todos vivimos, alguna vez, situaciones complicadas. Malos entendidos, decepciones, humillaciones, abandonos, cansancios. Sufrimos tratos injustos, o sentimos que juegan afectivamente con nosotros. Y eso suele provocar un fuerte desajuste en nuestra vida. Por que hace que absoluticemos lo que nos pasa. Tenemos una mirada muy poco objetiva y una memoria muy olvidadiza. Lo último que le ocurre a mi vida ocupa el protagonismo, lo llena todo el ambiente de los últimos acontecimientos que vivimos. Si es un éxito, todo lo vemos del color de la felicidad, brillante, luminoso. Y eso no es del todo cierto, por que los aspectos negativos de nuestra vida siguen estando latentes. No se van mis límites ni mis defectos, ni mis heridas, por que algo me salga bien. Es cierto que lo agradable ejerce una inyección de optimismo, de fuerza y de motivación añadida a la dureza que supone vivir y amar. Pero es tan pasajero y efímero que nuestra alegría no puede depender de un aplauso, de un aprobado, o de un piropo bien tirao.

Más visible y notable es el efecto de lo negativo en la vida. Una mala nota, un fiasco en una cita, una infidelidad, un grave pecado cometido en soledad, nos deja al borde del coma emocional y de fe. Es como si de repente todo lo que en nuestra vida estaba bien, estable, seguro, que funciona, desaparece, y descubrimos que nuestros pies, y toda nuestra vida esta edificada sobre el aire. Castillos de arena o torres de naipes que una suave brisa tira por los suelos. Hay posibilidades reales de que nuestra mirada no sea tan superficial y tan epidérmica. Nuestra vida no puede estar bien dependiendo de un mensaje, de una llamada, de un si o un no a una oferta de trabajo. Mi vida no depende de como la miren o la juzguen personas igual de limitadas y de frágiles que yo.

Lo que Dios nos dice. “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra ¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean para la siega”. Jn 4,34-35. Alzar los ojos y levantar la mirada es descubrir que mi vida es más que lo que me pasa cada día. No soy sólo sensaciones, sentimientos, resultados, aprobaciones o críticas. No soy lo que otros dicen, piensan, puntúan, desean o rechazan. No soy lo aplaudido, aprobado, suspendido, despedido o abandonado por parte de los demás.

“Por tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se exige de los administradores es que sean fieles. Aunque a mí lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. ¡Ni yo mismo me juzgo! Cierto que mi conciencia nada me reprocha; mas no por eso quedo justificado. Mi juez es el Señor. Así que, no juzguéis nada antes de tiempo hasta que venga el Señor. Él iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones de los corazones. Entonces recibirá cada cual de Dios la alabanza que le corresponda” 1ª Cor 4, 1-5

Pablo tiene muy claro quien le devuelve a su vida la verdadera identidad, y la luz verdadera para pode afrontar las dificultades de su vida. Mi juez es el Señor, y me Vida, y mi Amor, y mi Camino, y mi Verdad. Y el que es capaz de sostener mi vida en medio de todas las circunstancias de confusión y de conflicto.

“El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor, el refugio de mi vida, ¿Quién me hará temblar? Aunque acampe un ejército contra mí, mi corazón no teme; aunque estalle una guerra contra mí, sigo confiando. Una cosa pido al Señor, es lo que ando buscando: vivir en la casa del Señor todos los días de mi vida, admira la belleza del Señor contemplando su templo. Me dará cobijo en su cabaña el día de la desgracia; me ocultará en lo escondido de su tienda,

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