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Quadragesimo anno

moreno1587Resumen14 de Diciembre de 2020

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“QUADRAGESIMO ANNO”

PIO XI

RESUMEN

DOCTRINA SOCIAL DEL TRABAJO

B.) CAPITAL Y TRABAJO

Hay un principio en el que se apoya la doctrina social de la Iglesia. El trabajo tiene prioridad respecto del capital. Este principio permite resolver los conflictos que puedan emerger en los procesos de producción. El trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras que el capital es considerado un instrumento en el momento de su aplicación, aunque resulte de trabajo anterior acumulado. Ahora bien, con el avance de la tecnología el capital va sustituyendo gradualmente al trabajo. Este proceso comenzó con el trabajo manual y continuó con el intelectual. Los límites aún no están definidos pero lo que está claro de acuerdo a toda investigación seria sobre esta cuestión, es que el hombre no pierde ni perderá su rol esencial en la producción, sino que con la evolución de la tecnología el trabajo se va desplazando del plano manual al intelectual y se hace cada vez más calificado. A medida que avanza la tecnología se reserva a la persona la tarea de seleccionarla, controlarla y aplicarla. Es irrazonable creer que el hombre será sustituido plenamente por los robots y que entonces el esfuerzo creativo se orientará solo al ocio. Habría una contradicción ya que el ocio no crea. Si no hay una voluntad creativa detrás de la inteligencia artificial no podrá haber crecimiento ni desarrollo humano. Además la inteligencia artificial no se guiará a sí misma hacia objetivos que no sean definidos por el hombre. Menos aún la inteligencia artificial podrá considerar los principios y valores morales y espirituales, esenciales en el género humano. Es el dominio de la tierra del que habla la Biblia cuando relata la creación del hombre.

Desde el Génesis, pasando por los evangelios, las epístolas y encíclicas, gran parte de la doctrina social de la Iglesia se desarrolla alrededor del trabajo. La encíclica Rerum Novarum de León XIII en 1891 fue un hito en la preocupación por el trabajo cuando el mundo ya estaba siendo transformado por la Revolución Industrial. La continuaron varias encíclicas orientadas al tema social, muchas de ellas aparecidas en aniversarios de la Rerum Novarum.  Son: la Quadragesimo Anno de Pio XI en 1931; Mater et Magistra de Juan XXIII en 1961; Populorum Progressio de Paulo VI en 1967;  Laborem Excercens de Juan Pablo II en 1981; Solicitudo Rei Socialis de Juan Pablo II en 1987; y Centessimus Annus también de Juan Pablo II en 1991.

“Que la riqueza de los pueblos es no la hace sino el trabajo de los obreros”

Papa Pío XI pide que sean los valores, las virtudes y la doctrina cristianas las que imbuyan a fondo estas realidades poniendo en el primer lugar a Dios y considerando lo demás como medios. Esta encíclica surgió como respuesta a la Gran Depresión de 1929 y propone un nuevo orden social y económico basado en la subsidiariedad. El Papa Pío XI da una gran importancia en su encíclica a la restauración del principio rector de la economía, basado en la unidad del cuerpo social. Esta unidad no puede basarse en la lucha de clases, como el orden económico no debe dejarse a la libre concurrencia de fuerzas, que cae fácilmente en el olvido de su propio carácter social y moral. La caridad y justicia social debe ser el alma del nuevo orden, defendida y tutelada por la autoridad pública. También son necesarios tras las dos instituciones internacionales y compre para una buena organización de la sociedad.

El texto ataca, mediante un análisis lúcido, real y terrible, a la acumulación de poder y recursos en manos de unos pocos, que los manejan a su voluntad. Esta realidad produce tres tipos de lucha: por la hegemonía económica, por adueñarse del poder público y entre los diferentes Estados.

Me referiré a una de las cuestiones de mayor relevancia en la vida social, económica y política de un país: la relación entre el trabajo y el capital. De las características de esta relación dependen los resultados en cuanto al crecimiento y la paz social. Analizaré este tema en la tradición de la Iglesia y no dejaré de reflexionar sobre la posición de nuestro Papa Francisco sobre el capitalismo.

Menciono en primer lugar la preocupación esencial de la Doctrina Social de la Iglesia por la equidad en la retribución y en la dignificación del trabajo. Esta equidad es fundamental para el logro de la paz social. Pero son también de gran relevancia la productividad laboral y la competitividad, ya que de ellas dependen el crecimiento y consecuentemente la reducción de la pobreza.

Cuando el hombre descubrió que podía multiplicar el resultado de su esfuerzo elaborando instrumentos y contratando otras personas, apareció la división entre capital y trabajo, es decir entre el dueño de los instrumentos y los trabajadores. Esta división ya había sido antecedida por la existente entre el dueño de la tierra y quienes trabajaban en ella. El Evangelio hace frecuentes referencias a esta relación en las parábolas utilizadas por Jesús. Recuérdese la parábola de los talentos o la de los cosechadores. Lo que debe tenerse claro es que el capital es el resultado de trabajo anterior y ahorro acumulado. No hay razón para demonizarlo y la Doctrina Social de la Iglesia no lo hace. El trabajo consciente distingue al hombre de todas las demás criaturas. El trabajo, ya sea manual o intelectual, es esfuerzo y sacrificio, aunque también gozo y legítimo orgullo. Constituye una responsabilidad innata de cada ser humano frente a su propia persona, su familia y su comunidad. Cuando Dios dijo a Adán “te ganarás el pan con el sudor de tu frente” (Génesis 3:19) dejó a la humanidad el mensaje de que ya no se podría encarar la vida desde el ocio del Paraíso. Y Dios dispuso las cosas de manera que toda sociedad humana solo se puede sostener con el trabajo de los integrantes que puedan hacerlo.

PRETENCIONES DEL CAPITAL

Durante mucho tiempo, en efecto, las riquezas o "capital" se atribuyeron demasiado a sí mismos. El capital reivindicaba para sí todo el rendimiento, la totalidad del producto, dejando al trabajador apenas lo necesario para reparar y restituir sus fuerzas.

Pues se decía que, en virtud de una ley económica absolutamente incontrastable, toda acumulación de capital correspondía a los ricos, y que, en virtud de esa misma ley, los trabajadores estaban condenados y reducidos a perpetua miseria o a un sumamente escaso bienestar. Pero es lo cierto que ni siempre ni en todas partes la realidad de los hechos estuvo de acuerdo con esta opinión de los liberales vulgarmente llamados manchesterianos, aun cuando tampoco pueda negarse que las instituciones económico-sociales se inclinaban constantemente a este principio.

Por consiguiente, nadie deberá extrañarse que esas falsas opiniones, que tales engañosos postulados haya sido atacados duramente y no sólo por aquellos que, en virtud de tales teorías, se veían privados de su natural derecho a conseguir una mejor fortuna.

REIVINDICACIONES DEL TRABAJO

Fue debido a esto que se acercaran a los oprimidos trabajadores los llamados "intelectuales", proponiéndoles contra esa supuesta ley un principio moral no menos imaginario que ella, es decir, que, quitando únicamente lo suficiente para amortizar y reconstruir el capital, todo el producto y el rendimiento restante corresponde en derecho a los obreros.

El cual error, mientras más tentador se muestra que el de los socialistas, según los cuales todos los medios de producción deben transferirse al Estado, esto es, como vulgarmente se dice, "socializarse", tanto es más peligroso e idóneo para engañar a los incautos: veneno suave que bebieron ávidamente muchos, a quienes un socialismo desembozado no había podido seducir.

JUSTA DISTRIBUICION

Indudablemente, para que estas falsas doctrinas no cerraran el paso a la paz y a la justicia, unos y otros tuvieron que ser advertidos por las palabras de nuestro sapientísimo predecesor: "A pesar de que se halle repartida entre los particulares, la tierra no deja por ello de servir a la común utilidad de todos".

Y Nos hemos enseñado eso mismo también poco antes, cuando afirmamos que esa participación de los bienes que se opera por medio de la propiedad privada, para que las cosas creadas pudieran prestar a los hombres esa utilidad de un modo seguro y estable, ha sido establecida por la misma naturaleza. Lo que siempre se debe tener ante los ojos para no apartarse del recto camino de la verdad.

Ahora bien, no toda distribución de bienes y riquezas entre los hombres es idónea para conseguir, o en absoluto o con la perfección requerida, el fin establecido por Dios. Es necesario, por ello, que las riquezas, que se van aumentando constantemente merced al desarrollo económico-social, se distribuyan entre cada una de las personas y clases de hombres, de modo que quede a salvo esa común utilidad de todos, tan alabada por León XIII, o, con otras palabras, que se conserve inmune el bien común de toda la sociedad.

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