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Genova


Enviado por   •  17 de Agosto de 2014  •  5.706 Palabras (23 Páginas)  •  283 Visitas

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MAÑANA veremos Genova. ¡Mañana llegaremos al mar!

Las palabras saltaron de niño a niño, y el ejército aceleró la marcha. Nicolás, tan impaciente como

cualquier otro, marchaba al frente. Como de costumbre vestía su blanca indumentaria, pero se ceñía con

un cinturón recamado del que colgaba una magnífica daga metida en una funda con incrustaciones de

plata. Era el cinturón de Carolus. Dolf creía que todas las pertenencias de Carolus habían sido enterradas

con él; pero, al parecer, Nicolás no había podido resistir la tentación de reclamar para sí aquella presa.

Dolf consideraba tal comportamiento bastante infantil, pero no le preocupó. Por impresionante que fuera

su apariencia, Nicolás nunca sería un verdadero jefe. Aunque le llovieran joyas y oro, jamás sería otra

cosa que una marioneta de Dom Anselmus, incapaz de pensar por sí mismo y carente de verdadera

dignidad.

Sin embargo, Dolf ignoraba que en la Edad Media la apariencia externa era muy importante, y que él

mismo había perdido ascendiente entre los chicos por permitir que Nicolás luciera las insignias de la

realeza.

- ¡Genova! ¡Mañana estaremos en Genova!

La atmósfera estaba electrizada. Todos creían que podrían ver Jerusalén desde la playa de Genova.

Casi habían llegado. Sólo tenían que aguardar a que se dividieran las aguas del mar y, gritando de

alegría, irrumpirían en la Ciudad Santa. ¡Cómo correrían los sarracenos! El pequeño Simón no dejaba de

hablar. Se sentía tan fuerte como un oso y capaz de enfrentarse él solo a diez paganos.

De repente, el ejército de los niños se detuvo. Habían llegado al primer puesto de los centinelas de

la ciudad. Estaban frente a una amenazadora torre de piedra en la que vigilaban unos arqueros. El camino

se hallaba cerrado por una barrera, tras la cual aguardaban caballeros y piqueros. Genova se alzaba junto

al mar abierto, pero las montañas del interior estaban repletas de ladrones y salteadores. Genova era la

ciudad mejor fortificada del Mediterráneo. Resultaba imposible aproximarse a sus puertas sin ser

advertido. Ignorantes de que la vanguardia había sido detenida, los impacientes chicos que venían detrás

empujaban con todas sus fuerzas. A Leonardo le costó mucho trabajo dominarlos.

Con Dolf se abrió paso hacia adelante, donde Dom Anselmus y Nicolás parlamentaban con los

cabos. A Dolf le sorprendió advertir que Anselmus hablaba muy bien el toscano. A lo largo del viaje,

Leonardo le había dado lecciones de italiano, pero su conocimiento no le bastaba para seguir la

conversación. Leonardo le tradujo la conversación.

- La ciudad ya estaba enterada de que llegábamos. El duque no permitirá que los chicos franqueen

las murallas, pero les dejará llegar al mar por un camino diferente. Así alcanzaremos la playa que hay al

sur de Genova.

A los chicos les encantaron estas noticias, porque lo único que querían era llegar al mar. Pero Dom

Anselmus estaba irritado y lo demostró.

- Genova se acordará de esto… -dijo, y añadió mucho más.

Los amenazó con la ira del cielo y chalaneó como un viajante que trata de vender algo que nadie

quiere. Pero los soldados se mostraron inflexibles. Nadie pondría trabas en el camino de los chicos hasta

el mar; pero éstos no pasarían por la ciudad. Genova no los quería.

Dom Augustus, que también se había adelantado, seguía comportándose de una forma extraña.

Sollozando, abrazó al cabo.

- Dios te premiará por esto, buen hombre. Rezaré todos los días por tu alma.

En respuesta a estas palabras, Anselmus le dio un puñetazo en las costillas, pero Augustus no

pareció darse cuenta.- No necesitamos ir a la ciudad -exclamó, volviéndose hacia los chicos-. Iremos a la playa y

seremos felices.

A Dolf le sorprendieron semejantes manifestaciones de alegría, y otro tanto le sucedió a Nicolás.

Las negociaciones concluyeron sin que se apartara la fila de soldados, y todos comprendieron que

había que dar un rodeo. Algunos caballeros se encargaron de acompañarlos para mostrarles el camino.

Era poco después de mediodía, y el sol apretaba. Remontaron la colina y abajo vieron… ¡el mar! A lo

lejos, a su derecha, en un amplio valle, se extendía Genova, resplandeciente al sol. Desde aquella altura,

la ciudad parecía una joya que un gigante había arrancado de la roca y dejado deslizar entre sus dedos.

Como facetas de un diamante, relucían infinitas torres. Y entre ellas se extendía un mar de tejados. Sobre

casas y torres destacaba la cúpula de la catedral, aún medio oculta por los andamios.

Rodeado de miles de chicos, Dolf contempló esta poderosa fortaleza, el puerto más rico y mejor

defendido de la Europa de 1212. Era una ciudad de contradicciones: magníficas iglesias y puercas

posadas, palacios y tugurios, almacenes y vertederos. Por otro lado se trataba de una ciudad de enigmas,

intrigas y muertes misteriosas, que al mismo tiempo albergaba tesoros

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